Preludio.

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Aquella debió haber sido la mejor fiesta de inauguración del hotel.

Quizás lo había sido. Demonios…

¡Si tan solo pudiera recordarla!, Bebio tanto por la frustración de su derrota con Adam que no recordaba como había llegado a su cama.

Sus ojos carmines no abandonaron en ningún momento el techo de la oscura habitación, se movío a ciegas, intento sentarse hasta que un dolor de cabeza detuvo sus movimientos.

Se quejo, tenía un sordo hormigueo entre sus piernas temblorosas, su espalda baja era un desastre, y el descomunal cansancio en sus músculos no le ayudaban, habría pensado que todo era obra de las actividades realizadas de la fiesta, si no fuera por la desnudez de su cuerpo, sus ropas esparcidas en el suelo y la alianza dorada que rodeaba su dedo anular de la mano derecha, no lo hubiera creído.

Un mal presagio, uno muy malo, pues era incapaz de recordar haber hecho algo tan estúpido como casarse en el infierno.

Miró hacia el otro lado de la cama, y vio alguien dormido en el otro extremo, cabello rubio corto, alas blancas despegadas, tumbado boca abajo, con un cuerpo absolutamente pecaminoso y desnudo a excepción de la sábana que él mismo había tirado para cubrirse del frio. ¡Y menudo susto! No tardó en pensarlo mucho, podia reconocer en dónde fuera al mismo Rey del infierno. Lucifer Morningstar.

Unió las piezas...

¡Se había acostado con lucifer! No,. esto no le podria estar pasando. ¿Tan borracho estuvo?.

Un escalofrío recorrió su espalda, se levantó a como pudo, sus piernas temblaban, dio un par de pasos más hacia adelante y tropezó con el mueble, no tardó en dejar escapar su desacuerdo entre los apretados dientes, dió un paso hacia atrás pisando un pato de hule, echo desesperadas miradas en dirección a la cama, rogando que el sonido de juguete  no despertara al pequeño y endemoniado angel.

No te despiertes!!, No te despiertes!!!..

Tenía que salir de aquella habitación cuanto antes, necesitaba volver a la suya, buscar a Husk y encontrar un maldito modo de recordar los últimos acontecimientos.

Cómo es que había terminado en la habitación de Lucifer y peor en su cama. Bueno, al menos, si le había dolido, no se había enterado. Pero el anillo, oh, eso era algo completamente distinto, aquello elevaba el desastre a proporciones bíblicas.

¡No podía haberse casado con lucifer!

Y sin embargo, era exactamente lo que había hecho.

Un ligero suspiro procedente de la cama lo sacó de su ensoñación devolviéndolo a la realidad, su mirada se clavó sobre él, podía sentir el latido de su corazón en los oídos mientras retenía la respiración esperando a ver si se movía o no.

La suerte parecía estar de su lado, ya que el rubio se limitó a estirarse y cambiar de postura para seguir durmiendo con un suave ronquido. Dejando escapar lentamente el aire, se dio prisa en ponerse el resto de la ropa, tenía que encontrar antes de marcharse el acta de matrimonio, era lo único que podía sacarlo de aquel lío.

Sabía que de haber hecho algo tan
estúpido, les habrían dado un papel y aquello era todo lo que necesitaba para anular el matrimonio.

La habitación Morningstar era ridículamente grande, al igual que la cama, no se detuvo demasiado en admirarla, pero intuía por la distribución y los caros acabados
que debía tratarse de una suite de algún tipo, lo cual tendría sentido, ya que la realeza siempre buscaba lo ostentoso.

Le hubiese gustado haber tenido más tiempo para admirar la decoración, pero ahora, lo más importante era salir de allí a la mayor brevedad posible.Recorrió la habitación bajo la tenue luz que entraba entre las cortinas anunciando el nuevo día, buscando entre las ropas masculinas esparcidas por el suelo las cuales iban de la habitación a un vestíbulo anterior y a la puerta principal.

Apenas había terminado de comprobar los bolsillos de la camisa
cuando un agudo y estruendoso sonido se escucho en toda la habitación, procedente de algún lugar del dormitorio.

¡Maldita sea!- susurro alarmado, estaba jodido, muy jodido.

Un profundo gruñido, seguido de alguna que otra maldición y el golpe de unos pies dejando la cama, lo dejaron tan palido como la tela de la camisa que todavía sostenía. Sin pensárselo dos veces, alastor lanzó la camisa por encima de la cara adormilada del ángel caído y se precipitó hacia la puerta,olvidando completamente su habilidad  para desaparecer, lucho con la cerradura hasta que esta por fin se abrió y le permitió huir del rubio con el que, todo parecía indicar, se había casado.

Ódiame Hasta Que Me Ames [Appleradio] AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora