Empieza una pesadilla

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Esa mañana de diciembre, mamá estuvo inquieta todo el día. Conociendola, yo sabía que ocurría algo, aún así lo único que hice fue reírme de ella.

-¿Piensas decidir donde pones ese jarrón de una vez?-la observé, a esa mujer que de apariencia no se parecía en nada a mi. Ella era morena, yo era  rubia. Ella tenia la piel bronceada, yo blanca como la nieve. Sin embargo, en personalidad éramos iguales.

-Me voy- suspiró derrotada, dejando así el jarrón en la mesa.

-¿A dónde vas ahora?- le pregunté confusa.

-Me voy del pueblo Abi. - me miró seria haciendo que todo mi cuerpo se tensase. 

-¿Qué?

-He encontrado trabajo en la ciudad, pagan muy bien, así podremos mantener a la familia.

-Mamá ya mantenemos a la familia. -le recordé- yo trabajo en el restaurante y tú..

-No podemos seguir así Abi. - cogió mis manos.

-Entonces me iré contigo.

-No puedes venir, de momento.

De momento, esa palabra hizo que mi cuerpo se tensase aún más, como si de una roca se tratase. No podía dejarme. Deseaba tanto como ella huir de aquí. Parecía que no le importase dejarme sola.

-No puedes dejarme aquí, aguanta unos meses, ahorraremos lo que nos falta y nos iremos. - prácticamente le rogué pero no me importaba. 

-Si me voy a este trabajo, en unos meses de verdad podréis veniros conmigo, si seguimos así tendremos que estar otro año más.

-¿Tampoco te llevas a las pequeñas? - le pregunté al ver que hablaba en plural. Podía entender que me dejara a mi, en el fondo podía entenderlo. Tenía 20 años, podía aguantar unos meses. Pero las pequeñas, mis dos hermanas menores, no se merecían esta vida. Todo lo que estábamos haciendo, todos los esfuerzos y sacrificios, eran por ellas. ¿Iba a ser capaz de dejarlas aquí?

-¿Donde me las llevo? Voy a cuidar de una anciana, no me dejan ir con nadie.

-No puedes estar haciéndome esto.

Solté mis manos que había estado sosteniendo toda la conversación. En ese momento no quise darme cuenta, pero al igual que yo mi madre tenía el corazón roto en mil pedazos. Veía lagrimas caer por sus mejillas. Pero intenté que no me importara, estaba enfadada.
Subí a mi habitación, preparada a hacer las maletas. No me quedaría en esa casa si mi madre no estaba. Ese era mi pensamiento. Sabía perfectamente lo que sucedería al decirme que se iba, por eso estaba tan nerviosa. Llevabamos seis meses ahorrando, trabajando duro, para irnos juntas, para huir juntas. Pero parecía que no le importaban nuestros planes. Al empezar a hacer las maletas escuché pasos detrás de mí.

-Ni se te ocurra frenarme - le gruñí mientras metía un pantalón vaquero a la maleta con más fuerza de la necesaria.

-Abigail y ¿tus hermanas que? - puso una mano sobre mi hombro, yo seguía dándole la espalda. Me negaba a mirarla. 

-A ti no te preocupan. - calló una de mis lágrimas en ese momento, las llevaba reteniendo todo el rato pero no lo aguantaba más. Lo peor es que no eran de tristeza. Era de rabia, de impotencia, de miedo. Por que en el fondo sabía que no podía hacer nada y sabía lo que pasaría al tomar la decisión de quedarme, pero me negaba.

-Me preocupáis las tres pero confío en que las protegerás.

-¿Y a mi quién me protege?- me giré hacia ella. Me quité las lágrimas que seguían cayendo con fuerza.

Mamá como respuesta abrió sus brazos para que la abrazara. Pero no lo hice. Negué con la cabeza y me fui, sin maleta por que no había manera de que me dejara terminarla. Huía en ese momento de ella por que sabia que si me abrazaba todo el daño que me estaba haciendo dejándome sola, saldría en llanto. Así eran los abrazos de mamá, curativos. Pero esta vez era ella la que me estaba haciendo daño, a si que no iba a permitirle recomponerme. 

Entre sueños y pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora