—Y después dicen que Dios no existe.
—Cierra la boca, Gabriel.—Felipe respondió al esposo de Carlos Ferrari, su mánager. A este le encantaba molestarlo.
—Vamos, ¡ni de coña ganabas ese partido!
—Lo hice, y en tu cara.
Felipe le golpeó el pecho musculoso al campeón mundial de kickboxing y este lo abrazó. Carlos, quien había estado hablando con un par de periodistas, vino a saludarlo.
—Ese es mi muchacho—agregó Carlos orgulloso—. Mis muchachos, mejor dicho. Han dado lo mejor hoy.
Carlos Ferrari o Charlie como lo llamaban la mayoría, era uno de los mánager de la agencia de Vlad Ullianov la cual trabajaba con Felipe desde hacía varios meses, así como también con Ander Kovac, y Emmanuel Urich, y por supuesto con Gabriel. Carlos se destacaba por su calidez, y compromiso, y en todos los partidos o torneos que podía, estaba junto a él, al igual que su marido.
Felipe los abrazó a los dos. Estaba muy feliz, pese a conocer el dolor que había causado en Ander.
—¿Cómo está Ander?
Carlos y Gabriel se mantuvieron en silencio por unos segundos. Fue su mánager quien habló. Dio un suspiro antes de hacerlo.
—Sabes que para Ander la derrota es un tema difícil, pero no puedes sentir culpa cada vez que les toca competir juntos, y tú le ganas.
—Es verdad, patéala el trasero sin remordimiento.
—Gabriel.—Carlos entornó los ojos ante el comentario del hombre—. Lo que tratamos de decir es que esto es un torneo, y existe un ranking y todos quieren formar parte de los diez mejores. Ustedes son el número dos y el tres. Es parte de la dinámica, van a encontrarse en muchas competencias. Disfruta el momento, Felipe. Disfruta esta victoria.
—Lo intento.—Felipe se encogió de hombros. Carlos hizo una mueca. Tenía tanta dulzura, ¿qué carajo hacía en ese lugar? ¡No estaba hecho para eso!
—Ya se le pasará—dijo Gabriel—. Tú solo enfócate en la ovación, y en todos los periodistas que te esperan en la sala de prensa.
—Gracias por acompañarme, de verdad les agradezco que estén conmigo.
—Hoy nos sorprendiste de una manera muy grata a todos.—Carlos puso las manos en sus hombros—. Revertiste un resultado que nadie esperaba.
—Nadie, en serio.
Carlos volvió a dirigir una mirada de reproche a Gabriel.
—¿Por qué carajo me estropeas todos mis discursos?
—¿Qué? ¿He dicho algo malo? ¡Todo el mundo lo veía! ¡Felipe parecía un perrito mojado en sudor, mientras Ander corría de lado a lado como si el partido recién comenzara!
—Tú no te guardas nada, ¿verdad?—Felipe le dio una sonrisa.
A este punto, los comentarios de Gabriel ya no lo afectaban, sobre todo porque sabía que no lo hacía con mala intención. Era simplemente su esencia. Gaby era hablador.
—No, ya me conoces.
—Vamos—dijo Carlos antes de que Gabriel dijera otra barrabasada—. Te esperan en la sala de prensa.
—Siempre me pone nervioso este momento.
—No es malo ser tímido—argumentó Carlos—, y tampoco humilde. No solo eres un gran tenista Felipe, eres una persona maravillosa.
Felipe le dio una media sonrisa. Era tan bello y tierno cuando lo hacía, la sonrisa le daba luz a su rostro. Gabriel lo observó, y por momentos vio cosas de Carlos en él. Estaba seguro de que Felipe no estaba al tanto de lo impactante que era, de cómo podía enloquecer a un hombre solo con ese gesto.
No es que Gabriel pensara en dejar a Carlos por él, lejos de eso, sin embargo, era una constante escuchar la manera en que Felipe se minimizaba. Carlos, en un principio era similar. Su esposo en forma constante hablaba de su problema de rodilla, de su pierna más corta. Nunca ponía énfasis en su piel de porcelana, en sus ojos azules de pestañas abundantes, en sus labios rojo cereza, esos que Gabriel nunca se cansaba de besar.
Felipe era un diamante en bruto. Gabriel pensó que tarde o temprano debería darse cuenta de que era una joya.
Los flashes invadieron el espacio de la conferencia cuando Felipe apareció, este levantó la mano con timidez y caminó algo encandilado hacia la silla donde estaría en la siguiente hora. Se acomodó el cabello, y afirmó sus codos y antebrazos en la mesa, con tan mala suerte que tocó el punto de apoyo de uno de los micrófonos haciendo que este cayera, e iniciara una especie de dominó en donde varios aparatos ubicados al lado de este lo siguieron.
—Lo lamento.—El rubor saltó en sus mejillas, sus manos trémulas intentaron acomodar en vano el micrófono en la base de apoyo—. Lo lamento.
Una de las personas de la organización se acercó de prisa, y lo asistió. Felipe cerró los ojos cuando advirtió que estaba intentando encastrar uno de los micrófonos sobre la base puesta al revés.
«Soy un tonto».
—Gracias—dijo con toda la vergüenza que entraba en su cuerpo escuálido de metro setenta.
El hombre asintió y despejó el lugar. Felipe volvió a quedar frente a decenas de periodistas y luces de equipos de filmación y fotógrafos. Su corazón se saltó un latido, quizás dos.
—¿Qué puedes rescatar de este triunfo, Felipe?
Felipe se enfocó en la mujer la cual hizo la pregunta, puso sus manos en el borde de la mesa, con el temor latente a cometer otro error.
Quizás se parecía demasiado a Ander, tal vez ambos no toleraban equivocaciones en sus vidas, a lo mejor por eso estaban solos. Quizás por eso, odiaba enfrentarse con él. Era como su maldita alma gemela, y en ese instante, Felipe detestó serlo.
—Supe creer en mí cuando nadie lo hacía—explicó—. Estuve debajo en el marcador desde el minuto cero, y es la primera vez en mi carrera que logro dar vuelta un resultado, y nada menos que contra Ander Kovac.
—Emmanuel Urich ha dicho que jamás le llegarás a los talones a Ander, y mucho menos a él.
Felipe dio un suspiro, sus manos se hicieron puños. Ese imbécil siempre lograba desestabilizarlo.
—Voy a responder preguntas con respecto a mí , y a este partido—argumentó apacible—. Lo que Urich diga o deje de decir acerca de mí es su problema.
Los murmullos en la sala no se hicieron esperar. Felipe observó hacia todas las direcciones.
—Le has dado un golpe mortal a Ander—agregó otro periodista—, al menos así se lo ha visto en las imágenes.
Felipe no había visto las imágenes. Ander se marchó de la cancha sin siquiera saludarlo. Lo entendía, pero a veces esa forma de ser lo cabreaba.
—A nadie le gusta perder—aclaró—. Ander deberá lidiar con esta derrota, del mismo modo que lo hago yo y cada uno de los deportistas que integran este circuito.
—¿Podrías confirmar la versión que circula de que has recibido amenazas de muerte?
Felipe se puso pálido, y su corazón se aceleró.
«No des información acerca de esto, deja que la policía haga su trabajo, Felipe ¡No quiero escuchar una palabra!».
Su padre lo había dejado muy claro, Felipe no iba a desobedecerlo.
—Es falso—replicó—, no tengo mayores comentarios al respecto.
—¿A quién le dedicas este triunfo?—preguntó otro periodista, en un intento por cambiar el ambiente que se había generado después de esa pregunta y la mínima respuesta de Felipe.
—A mi mánager y su esposo—dijo con una sonrisa—, a mi hermana, a mi padre, y a mi madre que, desde donde esté, sigue cuidando de mí.
—¿Qué hay de Ander?
Felipe escrutó al malintencionado que realizó la pregunta. Se arregló el cabello, y colocó un mechón detrás de las orejas.
—También se lo dedicó a él, porque es mi hermano del alma, y estoy seguro de que, pese a todo, está feliz por mí.
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Breakpoint - Bilogía Matchpoint libro 1 (+18)
Romance¿Qué estás dispuesto a hacer para mantenerte en el juego? Todos tenemos una adicción, todos necesitamos un aliciente que nos impida volarnos la cabeza con un arma después de perder a todos los seres que amamos. La adicción de Eric Morgan es el sexo...