Moscú, Rusia. Ocho años antes.
Dicen que la vida nos cambia de un segundo a otro. Yo descubrí la voracidad de esa teoría a mis trece años. Aquella mañana fui testigo de que la vida y la muerte son caras de una misma moneda desgastada y cruel que, de vez en cuando, lanza una carcajada.
También comprendí solo con trece años que la maldad no tiene límites, que puede apretarte el cuello y mirarte a los ojos con una sonrisa sádica. La maldad y la muerte se burlaron de mí hasta el cansancio esa mañana. Se jactaron al dejarme sin un céntimo de alegría, demostrándome que todo lo atesorado podía caer en saco roto y perderse en el camino.
—Felipe. —Mamá me buscaba por los pasillos y las habitaciones.
El piano hacía eco en la mansión desde muy temprano. Mi hermana había recibido la visita de su profesor de piano.
Zaria en la mitología eslava era la diosa de la belleza, aquella vinculada al amanecer y al cielo. Tal vez fue una ironía del destino, tal vez hizo un complot con la muerte y la maldad para hundirme en este pozo sin fondo, en el que jamás encontré un mísero rayo de sol.
—Aquí estamos mamá—dije en voz alta.
Estaba sentado frente al sofá blanco mientras Raisha se encontraba en el banco de piano y su profesor a su lado. Raisha ya mostraba talento innato para la música, el lugar en donde quedó su corazón junto a la pintura.
—Tengo que irme.
Raisha dejó de tocar y prestó atención a mi madre. Yo me puse de pie.
—¿Por qué? Me prometiste acompañarme al torneo ¡Me haces todas las veces lo mismo!
—Tu abuelo tiene un negocio pendiente—explicó, pero yo le resté importancia. Quería que se quedara conmigo y cumpliera su promesa. Nunca las cumplía—. Escucha, yo te prometo que...
—¡No quiero que me prometas! —grité enojado sin importarme que había un extraño en la habitación—. Tus promesas son vacías, son mentiras que me dices, una y otra vez para contentarme.
Salí corriendo de la sala y mi madre fue detrás de mí. Estaba furioso. Me arrojé sobre mi cama. Ella ingresó a la habitación blanca que combinaba con su atuendo.
—Mi amor—dijo con voz dulce.
Pensar que esas fueron las últimas palabras que me dirigió me destrozan el alma.
—Vete, no te quiero. Mientes todo el tiempo, dices una cosa y luego haces otra. Lo único que te importa es tu trabajo y el dinero.
Me giré a ella y la observé. Algo se rompió en su semblante aquel día. Mis palabras se incrustaron en su alma tan profundo.
Mi madre cambió su postura esbelta en tacones y solo se entregó al momento. Se rindió. Dio un suspiro profundo, su expresión corporal me develó que la carcomieron las ganas de acercarse, besarme y abrazarme. No lo hizo, a veces, en el silencio de la noche o mientras los murmullos en la cancha se apagan, pienso en ese momento, en ese segundo que no habría cambiado su destino, pero sí el mío.
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Breakpoint - Bilogía Matchpoint libro 1 (+18)
Romance¿Qué estás dispuesto a hacer para mantenerte en el juego? Todos tenemos una adicción, todos necesitamos un aliciente que nos impida volarnos la cabeza con un arma después de perder a todos los seres que amamos. La adicción de Eric Morgan es el sexo...