Capítulo 1

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ACTO 0

¿Tiro todo lo que construimos o lo conservo?


Vlair

El tren se estaba a punto de ir, y no podía perder mi única oportunidad de escapar de este pequeño pueblo.

Mi cuerpo empezó a usar la máxima destreza física que tenía con tal de alcanzarlo, pero el tren era más rápido que yo. En el último momento, cuando ya había perdido las esperanzas, una mano me sostuvo.

Pude subir al último vagón dando un paso más, gracias a ese chico. Tenía una tez morena, con el pelo castaño y unos ojos azules que eran eléctricos como su presencia.

—Muchas gracias por ayudarme —mi voz sonó temblorosa, no sabía por qué. Estaba nerviosa por un desconocido—. En serio, te lo agradezco.

Él no hizo nada más que mirarme y hacer una pequeña sonrisa que duró demasiado poco. Luego se fue caminando hacia el vagón continuo.

Mientras el humo de la persona que estaba fumando cerca de una ventana —aunque estuviese prohibido— me daba en la cara por culpa del viento, yo intentaba leer. Pero seguía pensando en el extraño chico que me había ayudado a subir al tren. El único que se había esforzado y ni siquiera había podido escuchar su voz.

Al final decidí levantarme y buscar otro asiento. Porque si seguía inhalando esa nicotina me iba a matar.

Empecé a caminar a través de los vagones —eran quince, y yo estaba en el anteúltimo— buscando a mi salvador pero aún así no lo veía por ningún lado. Llegando a los primeros vagones, me cansé y opté por sentarme en uno de los asientos libres. Había bastantes para ser un tren que une Woodvale con una de las principales ciudades de la región.

No sé en qué momento, con los auriculares puestos y el libro entre mis piernas, me quedé dormida.

Cuando fui capaz de espabilarme y ser consciente de dónde estaba, se escuchó un "A cinco minutos de Grace's State" y fue en ese momento en el que las personas empezaron a levantarse, a agarrar sus cosas y prepararse para bajar.

Yo también debería haber hecho lo mismo, pero preferí esperar a que todos se muevan hacia las puertas del vagón y así poder agarrar mis cosas tranquilamente, sin que me peguen algún codazo o empujón.

Al frenar el tren y abrirse las puertas, se convirtió en una especie de matadero, pero con personas. Todos salían con locura del tren y era entendible. Muchos tenían expectativas altas sobre comenzar una nueva vida en una ciudad un poco más grande que la pequeña Woodvale.

En una de las paredes de la gran Estación Central del Ferrocarril, inaugurada en 2008, se podía ver un dibujo de Peter Pan. En específico, Wendy abandonando a Peter.

Dejé de distraerme por los locales, la gran arquitectura y las obras de arte que había en la estación porque en media hora salía el siguiente tren —ahora sí, eléctrico— que iría hacia November.

Aún seguía pensando en el extraño chico, que había apodado salvador, porque si no me hubiera ayudado probablemente no estaría acá.

Entre el gran cúmulo de gente de la estación la cuál no era solamente una estación abierta a las pequeñas localidades un poco alejadas, sino que también recorría los grandes barrios de la ciudad, noté verlo.

Iba en camino hacia el andén al que yo también tenía que ir. El Andén 13.

Seguí mi camino e hice una parada primero en una de las cafeterías de la estación, compré un café americano y dos medialunas y mientras esperaba que me pongan el pedido en una caja, una pelea se desató cerca de la puerta.

Lo único que llegué a ver es a un hombre con una camiseta al estilo vintage y una mujer de tacones con los labios negros empezaban a gritar entre ellos. Veía muy inoportuno empezar a discutir en el medio de una estación de tren, pero no podía decir nada al respecto.

—¿Vlair? —me tuve que dar vuelta y decir que era yo—. Acá está tú pedido. Muchas gracias por preferirnos, hasta luego.

La empleada había sido sumamente atenta y tenía una sonrisa brillante, además estaba feliz de que mi nombre en el café era Vlair, ya que la mayoría lo escribe mal.

De nuevo tuve que empezar a caminar un poco más acelerada porque el tren estaba empezando a llenarse, y no iba a soportar un viaje de cuatro horas parada.

Al llegar, corrí acelerada hacia un asiento. Logré tenerlo, y un hombre me miró con mala cara porque probablemente también lo quería.

Me senté, me puse los auriculares y agarré la bolsa de la cafetería. Destapé el café, le puse azúcar y lo probé.

Empecé a comer una de las medialunas con cuidado de no terminar con las manos pegajosas por el almíbar mientras pasaba las páginas del único libro que había podido agarrar de mi librería.

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