Capítulo 31

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ACTO 2

A la mierda el patriarcado.


Vlair

Me sentía una inmadura, haber dejado a Giuliano por esos comentarios ya me parecía una mala idea. La sola idea de que se enojara ahora me aterraba, a pesar de que, en el momento, me pareció la mejor decisión.

Le escribí un mensaje pidiéndole perdón, le dije que había olvidado una reunión para el ingreso al Curso de Idiomas y que probablemente en la tarde iría al restaurante a verlo.

Estuve atenta tanto a sus mensajes como a los de mis hermanos, pero no había actualizaciones. El último mensaje era de Coryo, diciéndome que mi padre aún no había despertado.

Aún me quedaba una semana para iniciar el curso y no tenía absolutamente nada planeado. Había leído un par de veces los contenidos, todo lo que necesitaba estaba listo, solo necesitaba ordenarlo. Pero aunque podía sentarme y decidir mi futuro, todo me abrumaba. Me sentía bloqueada.

Mi celular vibró. Una, dos, tres veces. ¿Tres notificaciones?

Eran mensajes de Giuliano.

No te preocupes cariño

Te espero hoy a la tarde, tenemos uno menos en el restaurante

Extraño tus besos

Ya de tantas veces que hacía el recorrido de mi casa al restaurante de Giuliano, me era metódico. Eran siete cuadras, cinco derecho y dos a la izquierda. Cornelia Street entre 10 y 11.

Al llegar, Giuliano se quitó el delantal que tenía estampado el nombre del lugar "Fairytale's Resto" y se acercó a besarme. En frente de todas las personas que estaban comiendo.

—¿Qué haces Giuliano? —le dije al separarlo de mí.

—¿Qué pasa? ¿No puedo besar a mi novia? —dijo entre risas.

Le di un golpecito en chiste y siguió riéndose. Luego me llevó afuera y me sentí un poco confusa.

—Pero... ¿no tenemos que trabajar?

—Jaja, era broma. Nos iremos de viaje.

—¿En serio? —yo ya había traído hasta mi uniforme— Maldito mentiroso.

Nos iremos al Mercado de Artesanías, cerca del Reservorio Botánico.

¿Qué? Eso estaba como a dos horas de aquí. A Giuliano por alguna razón le encantaba viajar a lugares que ni él sabía que iba a pasar.

Acepté el viaje porque no tenía nada que hacer, tampoco me apetecía trabajar.

Nos subimos a su auto y vi tres bolsas en el fondo. Al parecer Giuliano era una persona que no dudaba mucho, le encantaba viajar y siempre estaba preparado para todo.

Le di un beso y nos subimos a su auto, un honda negro. Encontré un vaso de McDonalds sucio que Giuliano tiró por la ventana. Eso me molestó porque yo era una fuerte defensora de los que odiaban tirar cosas en la calle. No hice caso porque no quería pelear por una ridiculez así, aunque en algún momento si lo repetía se lo diría.

El viaje iba siendo genial hasta que, dentro de una hora, la lluvia nos arrastró con ella. El autopista estaba más demorado que nunca y se preveía alerta naranja para la tarde y noche del día de hoy. Aún nos quedaba una hora y media de recorrido —si seguíamos el trayecto de manera normal, lo cuál no estaba ocurriendo— y yo ya tenía hambre.

En cuanto vimos una estación de servicio le pedí a Giuliano que pare para poder descansar un poco —se me iban a atrofiar las piernas— y para que tanto él como yo podamos ir al baño o comprar algo.

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