Capítulo 9

2 0 0
                                    

Lo veo llegar al paseo de las rocas y soy capaz de reconocerlo aunque estuviera ciega. Lleva una malla negra, una camisa con tonos beige y su gorra negra. Lo que más miro es esa gorra negra. Exactamente la misma que le regalé hace un mes cuando cumplió dieciocho.

Cuando llega, me saluda de la manera más delicada posible.

—Buenas noches, Avril.

Pareciera que sus palabras fueran cuchillos yendo directamente a mi corazón. Nunca desde que somos novios había usado mi nombre. Solía ponerme apodos, pero evitaba a toda costa llamarme Avril.

—Hola... Giuli —pienso en si terminar su nombre, pero sabía que decirlo completo haría el ambiente más tenso.

—¿Ya lo has pensado? —ni siquiera pregunta cómo estoy, ni qué ocurrió en las dos semanas sin vernos. Él solo quiere saber si yo ya decidí algo sobre nuestra relación.

Mis palabras ya no funcionaban como las miles de veces anteriores. Sentía que a él no le importaba. No era él mismo desde hace dos semanas. Ni siquiera tenía el mismo perfume que siempre usaba.

—Te extraño. De verdad siento que no puedo vivir sin vos —intentaba sonar convincente, porque era la realidad, pero sentía que él lo tomaba como una manipulación. Como si yo quisiera jugar con él y no. No me gustaba jugar con las personas porque no quería que jugasen conmigo tampoco.

Cuando pensé que me iba a rechazar, me dio un beso. Nos besamos en medio de las rocas, con el sonido de las olas crepitar de fondo. Si tuviera que elegir un momento perfecto, probablemente este sería uno de ellos.

Nuestro beso era desesperado. Nos extrañábamos mutuamente. Tanto tiempo compartido no podía deshacerse en dos semanas.

—Te quiero, por siempre y para siempre —solo frenó para decir eso.

—Quiero todo de vos Giuliano. Mis sentidos se desenfrenan cerca tuyo.

Decía la verdad. No podía resistirme a él. Era el pecado más grande de mi vida. Podía ser un error, y aún así sería el mejor error de mi vida.

Luego de una tarde y noche en la playa, riéndonos y disfrutando de nuestros nuevos momentos únicos, llegamos a mi casa. Al llegar, noté que estábamos solos. Mi madre se había llevado el auto —ahora recordaba que iba a ir a ver a nuestra tía que vivía a dos horas de esta ciudad— y Alejo probablemente consiguió una fiesta para hoy a la noche.

—Estamos solos.

—Mejor. Así aprovecharé cada parte de tí —había olvidado lo grosero que podría ser Giuliano. Apenas dijo eso, me agarró de la cadera para atraerme hacia él y besarme de nuevo.

Parecíamos una pareja en su primer día de relación. Aún no recordaba el primer día de nuestra relación con Giuliano. Evidentemente, unos cuantos meses habían afectado un poco mis redes neuronales.

Este era como nuestro "segundo primer día". Luego de dos semanas de un punto de inflexión en nuestra relación, se sentía como si hubiéramos comenzado de cero. Sin conocernos, sin acordarnos del pasado que compartimos.

Abrí el freezer buscando algo que pudiéramos comer y encontré un gran pedazo de lasaña congelada. El plato favorito de Giuli.

—Amor mirá lo que tengo para vos —en este momento estaba agarrando la lasaña e iba a girar con la sorpresa ya que Giuliano estaba a mis espaldas, sentado en la mesa de desayuno de la cocina.

Cuando me giré estaba mirando su celular y, evidentemente, mi sentimiento de sorpresa se deshizo más rápido de lo que él se dio vuelta para mirarme.

—Oh, lasaña. Mi comida favorita.

Lo notaba un poco distante. Como si algunas veces tuviera picos en donde me amaba profundamente y luego se olvidara completamente de lo que soy.

Asiento fingiendo reírme. Luego pongo a calentar la lasaña mientras preparo la mesa y la hago lo más elegante posible.

Sacando la lasaña, noto que me equivoco de trapo lo que hace que empiece a arder mi mano. Suelto la bandeja por el instinto de la necesidad de que me deje de arder la mano y cae al piso estallando el vidrio y la comida.

Giuliano nota todo el escenario cuando escucha el gran sonido de la bandeja caer y cuando empiezo a gritar del dolor. Me intenta ayudar pero no hace más que tocar la herida, lo que hace que duela más.

—¡Suéltame! —le grité inconscientemente mientras iba corriendo hacia la canilla a lavarme la mano con agua fría.

—Perdóname Avri, lo hice accidentalmente.

Es un momento muy equivocado como para hacerse el perrito triste y, aunque lo haya hecho sin querer, él sabía totalmente que las quemaduras no se tratan de esa manera. No quiero desatar una discusión pero pareciera que todo lo hace para hacerme enojar.

—¿También accidentalmente me ignoraste, te la pasaste pegado al celular y ni siquiera te dignaste a poner un plato en la mesa?

Se queda sin palabras y siento que mis ojos son cristales partiéndose al pestañear. Unas suaves lágrimas caen por mis mejillas. Estoy muy alterada, me arde la mano sin parar y Giuliano me desquicia.

—¿En serio me vas a reprochar eso? Sabes que claramente puedes avisarme cuando necesites ayuda. Estaba ocupado negociando algo de la tienda cercana a la playa —se frena y parece que quiere seguir hablando y, evidentemente, sigue hablando—. Si te molesta algo, dímelo, pregunta. Habla Avril, yo no puedo saber todo lo que pasa por tu cabecita.

—Yo no debería pedirte ayuda. Tú deberías preguntarme a mí qué hacer —no podía parar de hablar, estaba demasiado nerviosa por todo—. Eso es lo que harías si te importara.

Cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, me noto con un trapo intentando agarrar los pedazos de vidrio enchastrados en salsa y carne. Otra vez, como antes, él no me estaba ni siquiera mirando.

—Estás hablando de todo como si yo tuviera la culpa y ahora lo estás haciendo de nuevo. Ni siquiera me miras a la cara.

—¿Sabes qué? No puedo estar con una persona que lo único que hace es desconfiar de mí y reprocharme por lo que no sé hacer. Tú sabes mis inseguridades y parece que te gusta jugar con ellas —no lo estoy viendo porque estoy ocupada limpiando, pero suena muy nervioso—. Adiós.

En un segundo, me deja como me dejó hace dos semanas. Sin palabras y sola.

Mis lagrimas ya no son una o dos, empiezan a ser tres, cuatro, cinco y a multiplicarse mucho más por cada segundo que pasa. Estoy tan atormentada que no puedo ni ver lo que pasa.

Descarto la idea de limpiar todo con el trapo y empiezo a agarrar los vidrios con las manos. Al principio duele, pero luego se siente reconfortante.

Hasta que mis manos se tiñen de rojo y me siento sin fuerza.



woodvaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora