Capítulo 24

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Rebekah

Llegué a la clase de pilates media hora antes de lo previsto. En el lugar se encontraban dos chicas más. Avril y Leila. Las saludé a la dos y fui en busca de la profesora. Mientras continuaba pasando por los salones del Centro Deportivo de November, me llegó un mensaje. Abrí el teléfono y lo leí.

¿Qué tal Rebekah? Me ha ocurrido un imprevisto de última hora. Lyon se lastimó el pie por lo que terminamos en el hospital. No podré asistir a la clase. Le propuse a Lewis que tú estabas lo suficientemente apta para cubrirme, aunque sea por esta sesión, a lo que ha aceptado. Felicitaciones mi bicho extravagante, ahora eres mi suplente.

Buena suerte, Olivia.

Aún sostenía el celular en la mano sin poder creerlo hasta que una muchacha pasó por al lado mío mientras me chocaba. Ese movimiento hizo que pudiera volver a la realidad.

Todos los días había soñado con que Olivia me considerase su mano derecha, y a pesar de que —aunque sonara muy orgulloso— era la más querida, nunca había sentido este aprecio. Mi corazón palpitaba fuerte.

Volví lo más rápido que pude a donde mis compañeras de clase esperaban conmigo generalmente a que llegara Olivia y les comuniqué el aviso. Algunas me felicitaron y dos de ellas se fueron. Me rechazaron indirectamente.

Decidí ignorarlo y fui en busca de Lewis para pedirle lo necesario para la clase. En quince minutos, ya teníamos todo organizado y, diez minutos después de la hora pactada, estábamos realizando la clase. En realidad yo estaba dirigiendo la clase.

Cuando salí del edificio del Centro Deportivo, revisé mi celular.

Un par de mensajes de Olivia preguntando cómo había estado, el grupo de pilates, mi madre y el más importante, el de Lindsay.

Amor, te espero a que salgas de Pilates para vernos. Donde siempre. Te amo.

Fui animada al café que estaba a tres cuadras y donde siempre nos juntábamos desde que la conocí.

A menudo caminaba por las calles de Woodvale pero nunca las examinaba con detalle. Árboles a cada lado del asfalto. Acompañaban a incentivar la flora en el medio de un lugar urbano lleno de cemento y hormigón.

Sus flores violetas que caían al piso como destellos hacían que, a lo lejos, pareciera que las calles estaban pintadas del color más preciado en los siglos anteriores, el morado.

En menos de cinco minutos llegué al Café Acuarela. Era increíblemente fascinante, porque a pesar de que ofreciera una experiencia para mayores todo el edificio era un lienzo en blanco que vos tenías acceso a acercarte y, con consumir un café, te daban las herramientas para pintarlo. Al entrar noté que nuestro corazón, dibujado mitad de un lado por mí y mitad del lado por Lindsay, aún perduraba en las paredes del lugar.

Lindsay se ubicaba en el segmento red del lugar —ofrecía una experiencia donde podías elegir un color del arcoíris en el que estar, y todo estaría customizado de ese color—. Tenía una taza granate y estaba mirando el celular.

Cuando llegué nos dimos un beso rápido y luego se sentó y volvió a estar el celular.

—Ey, ya he llegado —le dije por si no se había enterado.

—Lo sé, pero déjame. Estoy viendo qué maquillaje comprarle a mi madre para navidad. Ya sabes, los regalos.

Parecía que el regalo de ella a mí hoy era ignorarme.

Justo llegó un mesero y me preguntó qué quería pedir —la carta era vía QR— y le pedí lo mismo de siempre, un green milkshake.

—¿Estás bien? —Le pregunté, para intentar escarbar un poco lo que pasaba—.

En ese momento dejó su celular a un lado y me miró de frente. Se acomodó en su asiento —una silla metálica roja— y alisó los pliegues de su blusa rosa.

—Tenemos que hablar.

¿Qué? No entendía qué había pasado, cuál era su necesidad de hablar. Estábamos bien, por lo menos hasta hace tres días cuando ella se había quedado a dormir en mi casa.

—Adelante —dije con intención de saber qué estaba pensando decirme—. Puedes hablar.

—Esto tiene que terminar Rebekah. No puedo estar con una persona así.

—¿Así qué? —¿No le gustaba cómo era? ¿Qué le pasaba?

Volvió a acomodarse para continuar hablando. Yo estaba un poco alterada, tenía un nudo en la garganta por lo que sí me pedía que hablara no podría decir más de tres palabras sin llorar porque dios, me quería cortar.

—Trabajas en un centro deportivo. Vives en un lugar horrendo. No tienes dinero. Dependes emocionalmente de las personas. Eres compulsiva...

Siguió enumerando cosas, pero ya no le prestaba atención. Ahora el Café Acuarela ya no me parecía el mejor lugar donde podía estar, si no que me sofocaba. Todo esto me lo estaba diciendo recién ahora ¿se lo había guardado por tanto tiempo? Hace dos años éramos pareja, ¿todo este tiempo fue así para ella?

Aunque no me habían traído lo que quería, ni siquiera me esmeré en esperarlo. Me levanté y me fui. Antes de irme, escupí el corazón que habíamos dibujado en nuestro primer encuentro como novias y me fui casi corriendo para que no me viera llorar enfrente de ella.

Cuando ya estaba a cinco cuadras del Café, escuché una voz llamándome. La reconocible voz de Lindsay.

—¡Rebekah! —voz de inocente— Ven Rebekah, aún no terminamos de hablar.

Me paré en seco y fui hacia ella para saber cuáles eran las últimas palabras que quería escupir enfrente mío para que se libere y me deje en paz.

—Necesitamos hablar Rebekah. Por más que no te quiero como una novia, me encantan tus labios y todo sobre ti. Entiéndelo, simplemente no estamos hechas para amarnos. Lo único que puede pasar entre nosotras es la pasión. Pero la pasión no siempre es amor. Recuérdalo Rebekah, te quiero pero no te amo.

Ni siquiera hablé. Desde que ella había decidido soltar todo lo que tenía para decir en la cafetería yo no había dicho nada.

El silencio era un buen arma, pero las palabras eran aún mejor. Lindsay accidental o intencionalmente había usado las palabras y había logrado dañarme profundamente.

Pensaba que el amor era un fuego lento pero fuerte, difícil de apagar. Pero no, era un fuego lento pero muy fácil de apagar. Tan solo una frase puede acabar con días, semanas, meses e incluso años de amor. Ya no sentía amor por Lindsay, o capaz que sí pero muy al fondo de mi corazón. Ahora solo sentía ira y decepción. Me sentía decepcionada de mí misma, por no darle lo que ella quería.

Por no ser suficiente para ella.

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