Capítulo 28

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Rebekah

Si tenía que juzgar de dónde había sacado mi espíritu curioso —mejor dicho, chusma— el primer pensamiento que aparecía en mi cerebro era el de mi abuela.

Hace dos días había descubierto que en la casa que estaba cruzando la calle era de una de sus compañeras de pilates ¿Ariana? ¿Ashley? Creo que era... Avril. Sí, Avril. Tenía su número agendado pero había olvidado poner su nombre también. La última clase la había dado yo y en esa clase ni siquiera recuerdo haberla saludado personalmente.

Ahora estaba tomando un café en el balcón mientras veía a la familia de enfrente despedir a dos jóvenes. Un chico de unos veinte años, y una chica mucho más baja que él de menos años que, por lo que yo pensaba, era su hermana.

Hice mi oído lo suficientemente agudo para captar un último grito de despedida, que logré escuchar a la mitad hasta que Canela decidió ladrar e intentar saltar para atacarlos. El odio a la humanidad que irradiaba se comparaba a mi odio a los hombres.

—¡Adiós Joaquín!

Se llamaba Joaquín, y la niña —a ver, era una adolescente— tenía cara de llamarse Leila. ¿Por qué? No sé.

Luego de que un auto gris pasara a buscarlos me sumergí de vuelta en las palabras del libro que estaba leyendo, mientras bebía mi café helado y Canela se recostaba en mi pie.

Por fin había terminado El cuento de la criada. Decidí prender de nuevo mi celular —que había apagado para evitar molestias— y me puse al tanto de todo. Nada importante, lo único que tenía era el grupo de la familia explotado por los mensajes de Sandra invitándonos al cumpleaños de Aaron. Ignoré los mensajes de ellos. Dios, no podían ser tan irritantes a veces. Jugar a la familia perfecta, que buena idea.

Si algo odiaba, era la falsedad. Mi familia parecía ser la definición en su máxima expresión.

Me levanté y estiré mis brazos. Canela trajo su correa en señal de que la lleve a pasear y tenía pensado ir a Cornelia Street a comprar un par de cosas mientras le daba un paseo así que hice una check list en mi celular con lo que faltaba en mi casa.

Un vestido rojo fue mi outfit. Muy simple y llamativo a la vez, pero me gustaba y le tenía demasiado aprecio.

Salí de casa y justo a la vez estaba saliendo la chica de enfrente... ¿Avril? No sé. Me daba vergüenza saludarla y que ese no sea su nombre así que me limité a hacerle un gesto con la mano a lo que ella respondió sonriendo. Linda sonrisa, por cierto.

Me iba a acercar a hablarle sobre... pilates, o algo no sé, pero Canela me lo impidió.

Un perro negro, con aspecto de doberman se acercaba por el lado izquierdo de la calle a lo que ella quería ir a buscar pelea y debido a la fuerza que emitió, me tomó por sorpresa la fuerte sacudida que me impulsó hacia el lado izquierdo. En un intento por agarrarla, me empujó y caí sentada al piso, con las manos a cada lado, doloridas y raspadas debido al piso rasposo de la vereda.

Ardiendo también, los treinta y ocho grados se sentían.

No me daba cuenta de lo que estaba pasando hasta que escuché un freno y una bocina. La caída me había desviado a un pedazo de la calle y la chica de pilates gritaba desde el otro lado, parada en frente de un auto blanco. Canela se había calmado cuando yo pronuncié un grito, y el doberman había desaparecido.

Todo había sucedido tan rápido que ni siquiera tuve noción de lo que estaba pasando.

Me recuperé lo más rápido que pude y entonces la chica me llevó a su vereda con Canela. Cuando liberamos la calle, el auto siguió su rumbo.

—Ey, casi que te atropellan si no fuera por mí —entonces ella me había salvado la vida. Genial.

—Creo que lo apropiado es darte las gracias —nos dimos un apretón de manos un poco raro—. ¿Tú haces pilates de casualidad?

—Sí, soy Avril. Tú eras... Rebekah, ¿no?

Ah, entonces sí era Avril.

—Rebekah, me parece increíble que vivas en frente mío y nunca nos hayamos dado cuenta.

En realidad yo lo sospechaba, por eso cuando hablamos luego de la clase sentía que la reconocía y claro, como no la iba a conocer si vivía en frente mía.

Nos saludamos incómodamente para despedirnos, y seguimos nuestro camino. Canela aún seguía enérgica como siempre y Cornelia Street quedaba a unas seis cuadras.

Cuando llegué al Paseo Mercante, logré avistar a lo lejos a Olivia con su hijo y su esposo. Ella llevaba puesta una tobillera y caminaba con un poco de cuidado, siendo ayudada por su familia.

Me acerqué a saludarla y en el momento que me vio su cara se tiñó de felicidad. Si existen seres que emanan luz, probablemente Olivia Di Stefano sería uno de ellos.

Nos abrazamos y obviamente saludé a su pequeño hijo —que si no mal recuerdo debía tener entre cuatro y cinco años— y a su esposo, que era afroamericano como ella.

—Qué casualidad encontrarte Rebekah, justo tenía la intención de ir a visitarte pero bueno se me complica con esto —haciendo referencia a su tobillera—. Tuve un esguince y el doctor me dijo que tenga cuidado.

—Nunca me pasó, pero parece ser doloroso. ¿Cómo te lo hiciste?

—Bueno, estaba en el sector de escalada del Centro Deportivo y unos malos agarres me pasaron factura —dijo entre risas.

Me vi interrumpida por Canela que empezó a ladrarle al hijo de Olivia.

—Oh, espero que te recuperes pronto, y tuvimos suerte que justo la semana que viene no tenemos clase por las fiestas.

Su rostro se volvió neutro.

—Precisamente iba a contarte que le dije al señor Stanley que no pensaba dar clases durante todo el mes de enero, las primeras dos semanas por el incidente del tobillo y las siguientes porque pensaba irme de vacaciones a visitar a mis parientes del norte.

Me tomó por sorpresa, la verdad no esperaba que se cancelaran las clases por un mes.

—Entonces... ¿no habrá clases en enero?

—Ay nena, le he dicho a Lewis que las harás tú, si así deseas. Me contó que disfrutó mucho de tu rendimiento y tu empatía con las demás. —guiñándome un ojo dijo—: Además, tendrás mi sueldo de ese mes como suplente. Y no digas que no lo necesitas. Tampoco te preocupes porque mis ausencias están cubiertas, así que yo también cobraré.

Era increíble y a la vez difícil de pensar. No era muy buena socializando y las críticas me habían afectado desde chica, por lo que no sabía si exponerme a ser profesora sin correr el riesgo de que se rían de mí o que me equivocara valían la pena. Pero por otro lado era un desafío, y además ganaría dinero por eso. Me venía muy bien sumarle a mis ganancias como editora remota unos pesos más.

—Lo pensaré.

Es lo único que pude decirle. Luego me despedí y seguimos con Canela para comprar un poco de todo en el Mercado. Lo mejor del lugar no eran los productos o los precios, si no la gente. Quienes vendían a veces te daban alguna prueba gratis o te hacían descuentos. November a pesar de sufrir una expansión poblacional, seguía siendo una comunidad. Como en los tiempos de mis abuelos, cuando era un pueblo dirigido por un alcalde que vivía en una finca.

La mística de November probablemente no era su playa ni sus árboles morados, si no su gente.

Porque al final del día, November seguía siendo un pueblo. Donde todos se conocían y se querían.

woodvaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora