Volver a ver a la tía Berta y a mi primo hizo que el sábado comenzara muy bien, con un desayuno en familia que me hizo añorar otros tiempos y otros lugares.
Sin embargo, cuatro horas después, la alegría de verles se ha volatilizado y estoy harta de esta casa. De la casa, de la moqueta y del polvo que me hace estornudar una y otra vez.
—Igual deberías tomar algo —propone mi tía.
Le lanzo una mirada asesina, que la hace callar de inmediato.
—Ya lo he hecho —le informo, mientras me sueno la nariz con el décimo pañuelo—. Pero esta moqueta tiene el polvo acumulado de años y años. Creo que en los tiempos de Matusalen ya estaba aquí, mira lo que te digo.
Todos se ríen de mi ocurrencia y me alegra que al menos, alguien se divierta. Aunque sea a mi costa.
—Nosotros sacaremos esto fuera —se ofrece Jorge y le da un codazo a mi hermano para que cargue con una de las secciones.
Berta se acerca a su hermana y le rodea los hombros con el brazo atrayéndola hacia ella.
—¿Qué me dices? ¿Llevamos a estos chicos a comer? Creo que se lo han ganado. Hay un lugar de costillas junto al paseo en el que se come de fábula...
—¿Quién ha dicho costillas?
Pregunta Leo antes de que mi madre tenga opción de opinar.
—¡Buf! No hay nada como hablar de comida para despertar a la bestia —suelto señalando a mi hermano.
Este frunce el ceño malhumorado y levanta las manos hacia mí.
—¿Has dicho bestia? Espera a que mis garras te atrapen.
Comienza a perseguirme por el salón y por un momento hemos vuelto atrás, a cuando solo éramos unos críos y nos divertían estas cosas. Le esquivo con destreza, pues siempre he sido más ágil que él y al final es mi madre la que le pone fin al juego.
—Bueno, ya vale. El que no se comporte, se queda en casa fregando el suelo mientras los demás comemos. Id a cambiaros.
Ambos nos detenemos de golpe.
—Yo voy así. No me voy a poner ahora a buscar entre el montón de cajas que tengo en el cuarto —aclara.
—Yo estoy con él —afirmo.
—Nosotros tampoco hemos traído otra ropa —añade Berta—. Además, luego habrá que seguir trabajando...
Mi madre resopla y sé que no le gusta dar el brazo a torcer con estas cosas.
—Está bien. pero al menos sacudíos el polvo y peinaos un poco. No quiero que se piensen que somos unos vagabundos.
La miro sorprendida de que haya claudicado. Mi madre es incapaz de ir a hacer unos simples recados en chándal y ahora... ¿está dispuesta a ir a comer con una camiseta raída y unas mallas? Ver para creer.
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Una historia sin título
Romance¿Serías capaz de soportar la pérdida de tu hermana? ¿Podrías empezar de cero con su recuerdo aún asaltando tus sueños? Tali quiere una nueva vida. Lo que ocurrió con Lili fue un punto de inflexión que le hizo replantearse todo lo que había hecho ha...