Capítulo 7

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Y sin embargo, aquí estoy, soñando con Alec

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Y sin embargo, aquí estoy, soñando con Alec. Me despierto con la sensación de estar envuelta en sus brazos y sin pensar, paso los dedos sobre mis labios.

Me estaba besando. Siento cómo un calor me sube desde el bajo vientre hasta las mejillas y ahogo una protesta contra la almohada. Maldita sea. ¿Por qué me tenía que pasar a mí esto? ¿No hay más personas en este pueblo para que todo y digo todo, tenga que ver con él?

Después de pasar por el baño me siento a la mesa de la cocina y lleno un bol con cereales y leche. Mi madre se acerca con su taza de café y toma asiento frente a mí.

—Buenos días cielo.

—Buenos días —respondo, concentrada en pescar tres aritos con la cuchara.

El silencio que hay a continuación me mosquea y cuando levanto la vista, sé que le está dando vueltas a algo.

—Ayer no me contaste qué tal con Elia.

Vaya. Bien. Genial. Interrogatorio al canto. Sin embargo, si algo he aprendido en estos años es que a mi madre es mejor contarle la verdad. Tiene un puñetero detector de mentiras en la mirada y nos las pilla todas. Al menos a Leo y a mí. Lili en cambio sí que nos tenía engañados a todos...

—Quiere que vaya a las reuniones de un grupo de duelo. Y me ha impuesto un acompañante.

Recalco la palabra "impuesto" porque en el fondo ha sido una imposición. No tuve ninguna opción a negarme.

—¿Y por qué parece que eso suena tan mal?

—¿Te acuerdas de Alec?

—El camarero guapo del otro día.

Recrimino a mi madre con la mirada. ¿En serio tenía que decir lo de guapo?

—Él es mi acompañante...

Se le escapa una carcajada y me planteo lanzarle la servilleta para que pare.

—¡Ay el destino!

—¡Olvídate! No puede ser tu yerno. No puede haber nada entre nosotros. Son las normas.

—Ouch, vaya. —Se echa las manos al corazón—. Maldito Cupido...

—Déjalo ya...

Me centro otra vez en mis cereales, sin embargo noto que ella no se mueve.

—¿Algo más? —pregunto extrañada.

—Sabes que hoy empiezo a trabajar —me recuerda—. Quiero que me prometas que no te meterás en líos.

—¿Le has pedido lo mismo a Leo? —protesto.

—Leo tiene dieciocho. —Hace una pausa—. Pero también se lo he pedido, sí.

Sé que ella tiene sus miedos al igual que yo tengo los míos, sin embargo, debe entender que no le queda otra que confiar.

—Mamá no tienes que preocuparte por mí.

Una historia sin títuloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora