EXORDIO

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Sentía que mis ojos se cerraban, pero me obligaba a mantenerlos abiertos, el hambre y el cansancio empezaban hacer estragos en mi pequeño cuerpo, tenía frío y el dolor de las heridas en mi espalda ya habían pasado a segundo plano, tal vez era porque mi mente estaba centrada en mantenerme despierto y seguir siendo un sobreviviente o porque simplemente ya me había acostumbrado al dolor. 

Ya no discernía qué sonido era más fuerte, si el de mis dientes al tiritar, el de mi estómago al demandar alimento o el chillido de los roedores acompañándome igual de hambrientos que yo, había pasado dos días en aquel horrendo lugar, nunca Marcél me había dejado tanto tiempo en el "cuarto de castigo", como él solía llamarlo, un maldito calabozo húmedo y frío.

Abracé mis piernas enrollándome en un rincón de aquella húmeda habitación, observaba la pesada puerta metálica frente a mí, tras el ligero rayo de luz que se colaba por la rendija de la minúscula ventana que me hacía saber que era de día.

Recordé la primera vez que había sido encerrado allí, me rehusaba a entrar, la oscuridad y las ratas me daban miedo, pero después de tantas veces de haber sido castigado de la misma forma, en la habitación fría y oscura, tras ser azotado hasta sangrar, ya estaba acostumbrado. Ahora las ratas eran "mis amigas" y si pasaba un día más sin comer, seguro las convertiría en mi alimento.

—La próxima vez te dejaré aquí por una semana, Fenómeno —escuché la voz de Marcél al abrir la puerta.

Venía con un par de sus matones que sonreían ante su amenaza. Su despiadada mirada ya no me erizaba la piel, sabía que existan cosas peores que la mirada de mi captor y lo había aprendido de la más terrible manera.

Alcé mis ojos hasta encontrarme con los suyos, lo odiaba y sólo deseaba crecer para vengarme de todo lo que me hacía, parecía que el torturarme le generaba placer y no perdía la oportunidad de flagelarme cuando hacía algo que para él fuese incorrecto o cuando asumía que por culpa mía Fabi había desobedecido, aunque eso último lo agradecía, prefería ser quien soportara los castigos de Marcél y mantenerla a salvo; yo era un caballero sin corcel y ella mi princesa sin castillo.

Me puse de pie y caminé adolorido para salir de la habitación, las heridas en mi desnuda espalda volvieron hacerse presentes, cerré los ojos por un instante soportando el dolor, volví a caminar descalzo delante de Marcél, lo escuché reírse.

Caminé tambaleante hasta salir del subterráneo y la luz del día golpeó mis ojos, tapé mi rostro con mi antebrazo hasta acostumbrarme a la claridad.

—Apestas a los mil demonios, Fenómeno. Deberás de darte un buen baño —habló Marcél pasando a mi lado al momento que golpeó mi espalda con su palma con la sola intención de hacerme daño.

El dolor y la falta de equilibrio tras no comer por dos días me hizo caer de rodillas, aún no comprendía cómo mi cuerpo siendo tan delgado podía soportar tanto, seguía vivo creyendo que mi infierno no tendría fin, pero al menos estaba con ella, con la niña de esmeralda mirada que me hacía creer que las cosas buenas existían.

—¡Camina! —ordenó en un grito viéndome con repulsión.

Intenté ponerme de pie sin lograrlo, Marcél retrocedió apresurado los escasos pasos que iba adelante para tomarme del cabello obligándome a levantarme. Vi a Camila correr hacia mi, me arrebató de sus manos recibiendo como reacción un duro golpe sobre su rostro que la hizo caer sobre la hierba, aún con el labio roto y la mirada llena de miedo se levantó para arroparme entre sus brazos, escuché un fuerte golpe teniéndola como escudo humano, sentí como su cuerpo se encorvó protegiendo el mío, la escuché sollozar.

Levanté mi mirada encontrándome con la suya, sus ojos estaban inundados, me dió un intento de sonrisa.

—Estoy bien —susurró intentando que le creyera.

Un nuevo golpe llegó hasta su espalda, no pude más y grité sin entender por qué ese hombre nos odiaba tanto.

Abro los ojos de forma súbita al sentarme de golpe, me encuentro sudado, con el corazón acelerado y temblando, observo a mi alrededor, no estoy en el frío sótano, allí no se encuentra Marcél, pierdo mi mirada observando un punto inexistente en la blanca pared tratando de controlar mi respiración, detesto sentirme vulnerable ante mis recuerdos.

Hago de mis manos puños sintiéndome frustrado, tanto tiempo deseé que Marcél sufriera mi dolor y ahora ya no sé qué hacer con todo lo que destruyó en mí, tras tomar la justicia en mis manos.

—Todo está bien, cariño. Todo está bien.

Siento que mi cuerpo es envuelto por los brazos de Makela, a quien aún no me acostumbro a llamar madre.

Manteniéndome dentro de mi memoria no he notado en qué momento abrió la puerta de mi habitación.

No correspondo a su abrazo, no soy un hombre que muestra afecto, agradecimiento o algún sentimiento de empatía, soy un ser forjado en acero; frío e impenetrable acero, ese que tiene encapsulado el corazón para no sufrir más.

—Nadie volverá a hacerte daño —asegura con la voz cortada.

"¿Nadie me hará daño?".

Me cuestiono internamente aún envuelto entre sus brazos.

Ella quizá puede asegurarse que otros no vuelvan a torturarme, pero no sabe en verdad lo que mi interior guarda, ese ser oscuro que es capaz de flagelarse para saber que el dolor no debe extinguirse, porque si permito que desaparezca olvidaré cuán retorcidas son las personas y el mal que pueden causar a seres indefensos como el que fui hace tantos años atrás, ese sujeto que ahora ya no existe, el que hoy únicamente atesora dolor, rencor y odio en su interior.










NOTA: si lo que buscas es saber un poco más sobre 'Madsen', antes de iniciar, puedes leer 'Vuelve a mí', no es su novela, pero es donde se menciona parte de su niñez, aunque leerla no es imprescindible.

MADSEN -Tres veces te amo-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora