INTRODUCCIÓN

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Mi vida siempre fue incierta, ha temprana edad comprendí lo que significaba la muerte y aprendí ha no temerle, la vida me había enseñado de muy mala manera a ser fuerte y encarar mi destino por crudo que este fuese, "¿estaba dañado? Sí", pero ese daño me fortaleció y me aleccionó como lo haría con cualquier sobreviviente. 

—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz...

"¿Fue un instante de alegría?".

Fue ese efímero momento que me hizo saber que aún estaba vivo. Sonreí viendo a Fryda, la hija de Greta traía consigo una magdalena con un fósforo por vela. Fabiola venía detrás suyo sonriendo al igual que ella.

Me gustaba ver sonreír a Fabiola, recordaba esos días de nuestra infancia cuando por lo menos ella era una niña felizmente consentida que siempre sonreía.

—Sopla y pide un deseo —pidió Fryda al colocarse frente a mí extendiendo sus pequeños brazos tratando que el panecillo estuviese cerca de mis labios.

—No es mi cumpleaños —reproché bromista mostrando una semisonrisa.

Fabiola ladeó un poco la cabeza a la vez que volcaba los ojos, sonreí fijando mi mirada en la suya, sabía que me estaba reprendiendo en silencio como solía hacerlo.

—¡Ah! Ya se ha apagado —dijo Fryda estando desilusionada haciéndome sonreír con mayor amplitud y forzándome a dejar de ver a Fabiola, para fijar mi atención en ella.

Eran pocas las veces que mis labios se arqueaban en una sonrisa, no era que tuviese muchas razones por las cuales ser feliz, pero sin duda, su mirada era una de esas pocas razones.

Habíamos crecido juntos, pero no era un amor fraternal lo que sentía por ella.

—Igual no importa porque no es mi cumpleaños —repliqué observando su mirada represiva, ella me sonrío.

Fabiola acercó su mano a la magdalena para quitarle el fósforo, y enseguida Fryda aproximó el panecillo a mis labios para que pudiera morderlo. Le sonreí.

—Muerde —ordenó Fabiola, sonriéndome—. Y no puedes decir que no es tu cumpleaños, porque quizá si lo sea —argumentó bromista—. Quizá incluso tengas diecisiete y no dieciséis —sonrió a mi par.

Estaba por obedecer a su petición cuando la puerta de nuestra deprimente vivienda se abrió de golpe.

Fryda dejó caer la magdalena para esconderse detrás de mí, Fabiola levantó con rapidez el panecillo y colocándose a mi lado escondió sus manos detrás de su espalda para ocultarlo.

Tomé su mano quitándole lo que sabía significaba recibir una paliza por parte de Marcél si se daba cuenta que ellas habían gastado un par de monedas por algo que no teníamos permitido y coincidía que era completamente sin sentido, que más daba cumplir un año más en aquella prisión sin barrotes.

Ese día llegó ebrio como lo había hecho cada noche en las últimas semanas, pero extrañamente parecía inconsciente, era Fegan quien arrastraba su cuerpo dirigiéndose a su habitación, la única que contaba con una puerta en aquella casa casi en ruinas.

Fergus entró detrás de ambos, su rostro seguía con hematomas por varias partes, rastro de la última golpiza que recibió de Marcél donde casi lo mata, de no ser porque su cuerpo no resistió más y terminó perdiendo el conocimiento, él no estaría aquí.

Llevó su mano hasta la comisura de sus labios, allí había un golpe reciente y sangre seca, era obvio que Marcél lo había golpeado, quién sí no él. Fabiola corrió hacia Fergus para cerciorarse que se encontraba bien, quise detenerla por el brazo, no me agradaba la cercanía de ambos, ella había cambiado un poco, casi a par de que Marcél se había convertido en un alcohólico.

MADSEN -Tres veces te amo-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora