LA FÉ

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El aire frío de Diciembre envolvía a Cloe y a los niños mientras caminaban por las bulliciosas calles del centro de Madrid iluminadas por las luces navideñas. Los pequeños, sonrientes y con ojos brillantes estaban maravillados con cada destello de color que decoraba la ciudad. Cloe les observaba con amor infinito, sintiendo su corazón lleno de gratitud por tenerlos a su lado en ese momento. No podía evitar que su mente viajara a ratos en el tiempo, retrocediendo a la tarde que había pasado con Leo. Cuando vio el mensaje que le había dejado en el espejo del baño, Cloe sintió una mezcla rara de emociones. Por un lado, la dulzura del mensaje le encantó, recordándole lo especial que era Leo. Pero por otro lado, al irse Leo de la habitación se había quedado con un inevitable nudo en el estómago mientras reflexionaba sobre su situación.

—¡Mamá, una estrella fugaz!—exclamó Lucas interrumpiendo los pensamientos de su madre mientras apuntaba hacia el cielo nocturno con entusiasmo.

Cloe siguió la dirección del dedito del niño y vio la estrella fugaz que atravesaba el cielo estrellado de Madrid, dejando un rastro brillante a su paso. Una sensación de esperanza la invadió y por un momento, olvidó todas sus preocupaciones y se dejó llevar por la magia de la temporada navideña.

Después de un largo paseo admirando las luces que había por toda la ciudad y tras comer algo rápido, decidieron regresar al hotel. Mientras iban en el autobús, Cloe se quedó ensimismada mirando por la ventanilla recordando su encuentro furtivo con Leo. El recuerdo de sus palabras y de su cálida sonrisa la reconfortaba, pero también la llenaba de incertidumbre sobre lo que les deparaba el futuro.

Una vez en la habitación, Cloe se aseguró de que los niños estuvieran cómodos en la cama, donde horas antes Leo había estado con ella. Vega le había mandado varios audios para preguntarle por el encuentro pero no había tenido tiempo para contestar, así que ahora que había silencio y paz cogió el móvil y le hizo un resumen de su encuentro con Leo.

—¿Y bien? ¿Qué tal todo? Me tienes en ascuas —le dijo Vega.

—Te lo voy a resumir con una imagen —explicó Cloe mandándole una foto de lo que Leo le había escrito en el espejo. 

—Bueno—le dijo Vega— Si por cuatro besos en un ascensor se comió la cabeza hasta el punto de no ser capaz de sentarse contigo en el avión, no me quiero imaginar lo que debe estar pasando ahora por su cabeza.

—Ya, seguro que se agobia. La verdad es que no espero que me de noticias en unos cuantos días. Me estoy preparando mentalmente para ello.

—¿Y tu cómo estás?—preguntó Vega.

—Bien, de momento bien. Joder, contenta, me lo he pasado genial. Ha sido una tarde alucinante. Pero sé que ahora se va a distanciar.

—Ya, seguro que se come la cabeza y pasa unos días sin decirte nada. Pero lo hará más adelante. Bueno y...¿El sexo bien?—preguntó Vega.

Cloe comenzó a reírse antes de pensar la respuesta.

—Yo creo que era un poco vainilla, como tu dices. Pero he hecho que se soltara y ya te digo que le he hecho cosas que nunca le habían hecho. Por la cara que ha puesto estoy segura de ello.

Vega y Cloe rieron juntas imaginando el sexo vainilla. Al final las dos eran tan parecidas que se comprendían a la perfección. Su conexión era de tal magnitud que se entendían sin necesidad de palabras. Nunca se juzgaban y eso era probablemente lo más valioso de su amistad.

—Bueno voy a ver si consigo dormir recreándome en mis recuerdos.

—Vale, hablamos. Un beso.

Cloe dejó el teléfono en la mesita de noche y cerró los ojos mientras soñaba con volver a  encontrarse con Leo y se recreaba en todo lo que habían hecho aquella tarde. No tardó ni cinco minutos en quedarse dormida.

MALDITAS GANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora