CITY OF STARS

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El sol se filtraba a través de las cortinas entreabiertas de la ventana de la habitación. Cuando llegaron por la noche, se olvidaron de cerrar las contraventanas de madera por lo que la luz se colaba fácilmente a través de los cristales provocando un suave resplandor dorado sobre las figuras entrelazadas de los cuerpos de Leo y Cloe. La atmósfera estaba impregnada de un silencio sereno, roto solamente por el suave susurro de la brisa matutina que provenía del exterior y el piar de las golondrinas que anidaban en los tejados de la casa.

Leo abrió lentamente los ojos, sintiendo la calidez del cuerpo de Cloe contra el suyo. Sus labios dibujaron una sonrisa al recordar los momentos de pasión que habían compartido la noche anterior. Deslizó tímidamente una mano por la suave piel de Cloe, sintiendo el latido de su corazón bajo los dedos.

Se quedó mirando fijamente su cuerpo desnudo y se dejó llevar por sus pensamientos. Cloe no era solo su amante. Era su musa, su confidente, su todo. Cada vez que la miraba, su corazón se llenaba de gratitud por haberla encontrado. Sentía una conexión tan profunda con ella que estaba por encima de todo, como si hubieran estado destinados a encontrarse y a quererse en esta vida y en todas las demás. Cuando la tenía entre sus brazos, Leo sentía que el mundo entero se desvanecía, dejando solo espacio para ellos dos. Sabía que no había palabras suficientes para describir la magnitud de lo que sentía por ella. Cada detalle, desde la curva de su sonrisa hasta el brillo de sus ojos, le dejaba sin aliento. Y aunque sabía que no era perfecta, para él, era perfectamente imperfecta y eso era lo que más le atraía de ella.

Desde que Cloe había entrado en su vida, se sentía completo, como si finalmente hubiera encontrado lo que ni siquiera sabía que estaba buscando. Cada momento que compartían era un regalo precioso que se guardaba para él, para rememorarlo posteriormente en secreto. Y aunque sabía que el futuro era muy incierto, estaba seguro de una cosa: La quería con todas sus fuerzas como nunca pensó que podía querer a alguien y creía tener claro que era con ella con quien quería estar. Pero aún no sabía como llegar a ese punto.

Cloe murmuró algo ininteligible en sueños, aferrándose ligeramente a Leo mientras se acurrucaba más cerca de él. Su cabello rojizo caía sobre la almohada, enmarcando su rostro con un halo cobrizo.

Leo se quedó mirándola unos minutos más, sintiendo como una oleada de amor lo inundaba. Llevaban únicamente tres meses de encuentros furtivos y cada vez que quedaban tenían que superar una carrera de obstáculos y desafíos. Lo cierto es que al final siempre encontraban el camino de regreso hacia el otro. Y ahora, en ese momento de paz, se sentía como si nada más importara excepto la presencia reconfortante de ella a su lado.

Leo se deslizó silenciosamente fuera de la cama, procurando no despertarla. Cogió el edredón y la tapó con delicadeza. Se envolvió en un albornoz blanco que encontró al alcance de su mano y se acercó a la ventana. Afuera, el pueblo despertaba lentamente, no había ni un alma por la calle y se respiraba un ambiente de tranquilidad y calma total, con el sol ascendiendo lentamente en el cielo azul. Abrió la ventana con sumo cuidado para ver si hacía frío y cerrando los ojos respiró profundamente el aire fresco de la mañana. Se permitió un momento más de quietud y reflexión. Volvió su mirada hacia la cama, donde Cloe aún dormía profundamente. Una mezcla de ternura y deseo lo inundó de nuevo mientras contemplaba su belleza serena. Se prometió a sí mismo que debía encontrar la manera de proteger y cuidar ese amor tan único que ambos sentían. Estuvo tentado a despertarla, pero finalmente decidió no hacerlo para que pudiera descansar. Se dirigió al baño para tomar una ducha y vestirse, intentando hacer el menor ruido posible.

Cloe se despertó poco después entre las sábanas revueltas. Mientras abría lentamente los ojos sonrió para sus adentros. Aún podía escuchar el eco de la noche de pasión reverberando en sus oídos. Estiró un brazo hacia el lado de la cama donde Leo había dormido y vio que estaba vacío. Se incorporó mientras se desperezaba. Pudo escuchar el sonido del agua correr. "Leo se está duchando" —pensó— Se levantó de la cama, desnuda y se envolvió en una sabana arrugada. Inspiró cerrando los ojos, la sabana olía a ellos dos, dejando adivinar todo lo que había acontecido la noche pasada. Caminó despacio hacia el baño y entró sigilosamente. Pudo ver como el vapor del agua caliente había empañado el espejo. La silueta de Leo se vislumbraba a través de la mampara de la ducha, también empañada. Estaba de espaldas y no la había oído entrar. El sonido del agua creaba una atmósfera envolvente. Cloe apoyó una mano en la puerta, sintiendo el latido acelerado de su corazón mientras observaba a Leo bajo la cálida lluvia que caía del techo. Quería entrar y comerse cada centímetro de su piel. Besarle hasta que Leo se derritiera y sentirlo dentro de ella una vez más. Pero sus pensamientos de repente la paralizaron y una oleada de sentimientos contradictorios la invadió. Por un lado, la felicidad desbordante de haber compartido con Leo la noche anterior. Por otro, la angustia de enfrentarse a sus propios deseos y a la complejidad de la situación. Deseaba con todo su ser que Leo dejara a su mujer y se sentía mala persona por ello. Deseaba que la eligiera a ella, pero sabía que el camino hacia ese desenlace no era el más probable.

MALDITAS GANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora