VIENTO DE CARA

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Laura caminaba despacio por las calles del centro de Madrid, envuelta en un plumas largo de color verde militar, mientras el aire gélido del invierno acariciaba su rostro. Su cabello oscuro y rizado le caía en cascada sobre los hombros, contrastando con su tez pálida y resaltando la profundidad de sus ojos avellana. A pesar de la elegancia natural que irradiaba, tenía un porte sereno y sin pretensiones, reflejando la humildad que caracterizaba su personalidad.

De estatura alta y figura delgada, Laura poseía una belleza sutil pero incuestionable. Sus rasgos delicados estaban marcados por una sonrisa amable que iluminaba su rostro cuando se dejaba ver. Aunque no ostentaba la misma presencia arrolladora que su hermano Leo, Laura irradiaba calidez y tranquilidad y eso atraía a quienes la rodeaban. Tenía un carácter firme y decidido. Había enfrentado muchos desafíos en su vida, incluido su reciente divorcio, con una fortaleza silenciosa que la había llevado a salir adelante, incluso cuando las adversidades parecían no tener fin. Aunque a veces podía ser reservada y tímida en ciertos entornos, aquellos que la conocían bien, sabían que detrás de esa fachada se escondía una mujer de profunda empatía y compasión.

Tras el divorcio Laura había decidido trasladarse de Madrid a Belmonte, un pequeño pueblo de Castilla La Mancha, donde sus padres tenían una finca en la que pasaban largas temporadas en verano  para huir de la capital. Su vida en el pueblo después del divorcio le había brindado la oportunidad de reconectar consigo misma, explorar sus pasiones y encontrar la paz en la sencillez de la vida cotidiana. Laura no tenía hijos por lo que disfrutaba de cierta libertad para hacer planes. Era enóloga y le apasionaba su trabajo, porque le ofrecía la oportunidad de disfrutar de la tranquilidad del entorno rural.

Aquella tarde se había trasladado a Madrid para reunirse con unos japoneses que querían conocer sus vinos. Tenía la tarde libre y había quedado con su hermano Leo para tomar un café. Laura y Leo tenían una relación muy especial desde que eran niños. Apenas se llevaban un par de años. Hablaban casi a diario y ayer Laura lo había notado especialmente triste. A medida que caminaba hacia el café donde había quedado con él, le invadió una sensación de familiaridad. Recordó los días en que vivía en la capital y quedaba a menudo con Leo a merendar para hablar de todo y de nada. Leo fue un pilar fundamental en su proceso de divorcio. Siempre estuvo ahí y fue un apoyo importante. A pesar de las tormentas emocionales que habían sacudido su vida en los últimos tiempos, Laura sabía que siempre podría contar con el apoyo incondicional de su hermano y eso para ella era un consuelo infinito en medio de la incertidumbre.

Abrió la puerta de la cafetería y pudo notar el aroma del café recién hecho que flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo suave de las conversaciones de los clientes del pequeño local, "Religión Coffe" en Maria de Molina. En seguida pudo ver a Leo, con la mirada perdida y una taza grande de café entre sus manos. Estaba sentado en una mesa para dos y parecía sumido en sus propios pensamientos, mientras Laura, observaba con preocupación la expresión de su rostro. Se acercó a la mesa en silencio.

—Hola, ¿Estás bien, Leo? —preguntó Laura, notando la tristeza en el rostro de su hermano—Estás muy serio.

Leo suspiró, levantando la vista para encontrarse con la mirada preocupada de su hermana. Leo dudó y tras un instante de silencio, finalmente decidió abrirse a ella.

—No, Laura, la verdad es que no estoy en mi mejor momento —confesó Leo, con voz compungida— Hay algo que me está atormentando y necesito contárselo a alguien.

Laura le miró fijamente y su preocupación fue en aumento.

—Pero, dime —¿Estás bien físicamente?—le preguntó Laura tomando asiento.

—Si, si —afirmó Leo—No es nada de eso.

Laura suspiró aliviada y miró a su hermano con un gesto de comprensión, invitándole a compartir lo que le estaba angustiando.

MALDITAS GANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora