Cloe levantó en el aire los pantalones de Lucas observándolos detenidamente. Le quedaban pequeños. Los metió en una bolsa de papel para devolverlos. Cada semana que pasaba crecía un palmo. Miró por la ventana mientras suspiraba como si eso tuviera el poder mágico de devolverle al que un día fue su bebé. Aunque, por otro lado, Lucas y Olivia siempre serían sus bebés, por mucho tiempo que pasara y en unos años se convirtieran en adolescentes. Había salido de guardia a tiempo para llevarlos al colegio y ahora estaba en casa recogiendo trastos. Desde su conversación con Alex en el tren de vuelta ya había pasado más de una semana y aunque le había insistido muchas veces, no había conseguido que Alex le desvelara el destino del viaje, ni tan siquiera le había dado pista alguna. Con respecto a Leo, lo había llamado dos veces pero no le había cogido el teléfono por lo que dedujo que, al menos por el momento, no quería hablar con ella. Lo intentaría de nuevo al volver del viaje. No le hacía ninguna gracia que las cosas quedaran así entre ellos.
Tenía una mezcla muy confusa de sentimientos. Nunca había entendido a las personas que eran infieles o tenían varias historias de amor o sexo al mismo tiempo, pero ahora que le estaba sucediendo a ella se preguntaba si era posible querer a dos personas a la vez. O más bien si era posible estar envuelta emocionalmente con dos personas diferentes al mismo tiempo, independientemente del tipo de sentimientos que tuviera por ambos. Y la respuesta era que si. Cloe seguía queriendo a Leo, mucho, le echaba de menos cada día, pero Alex había removido muchas cosas dentro de ella, cosas que llevaban enterradas muchos años. Al fin y al cabo Alex y ella lo dejaron queriéndose muchísimo, no es lo mismo que cuando acabas una relación porque las cosas están mal.
Tras cambiar los pantalones por una talla más, salió de la tienda y decidió dejarse llevar por las calles de Madrid, sin rumbo, simplemente caminar sin destino con la única compañía de la música de sus AirPods. Se guiaría por su instinto. Se detuvo en algunos escaparates que atraparon su atención, se compró unas zapatillas Adidas Gazelle verdes con rayas rojas y siguió caminando por la calle Fuencarral, para posteriormente cambiar su rumbo y dar una vuelta por el Barrio de Salesas. Iba caminando por la acera gris y desgastada cuando levantó la cabeza y sus ojos se dieron de bruces con un café de fachada azul clein, amarilla y caqui con dibujos de figuras geométricas, era el Golda Café. Había oído hablar mucho de él. De hecho había leído una reseña curiosa en algún sitio que decía "El Golda Café se transformaba todo el tiempo. Se apropiaba de la escena. Se encendían las velas. Había grillos en el jardín. Se metía en el barrio y le daba un giro". Decidió entrar. Era un café con pastelería argentino-israelí y se decía que el nombre hacía referencia a la primera mujer en ser presidenta de Israel, Golda Meir. Pasó dentro y se sentó en una pequeña mesa de madera con contrachapado gris que había en un rincón y pidió un café americano y una tostada de salmón. La atmósfera estaba impregnada por el aroma tentador del café recién molido y el pan tostado. Mientras desayunaba Cloe leía atentamente un libro en el teléfono. Estaba tan ensimismada en la lectura que no vio como la puerta del café se abría y un hombre moreno con barba se aproximaba a la barra para pedir un café espresso y una tostada de salmón. Al oír la voz masculina pidiendo la tostada, Cloe no pudo evitar levantar la vista del teléfono. Aquella voz le resultaba tan familiar, entonces vio a Leo en la barra. No pudo evitar sonreír al comprobar que ambos habían elegido un café y la misma tostada. Su corazón se aceleró inevitablemente. Leo no la había visto porque Cloe se había colocado en un rincón y desde la barra no tenía gran visibilidad. Ella vio como cogía la bandeja con el desayuno, sentándose después en la mesa más cercana a la barra, de espaldas a Cloe.
Decidida a romper el hielo y arreglar las cosas, Cloe se levantó de su asiento y se acercó a él por la espalda, dejando que su mano se posara suavemente en su hombro. La reacción de Leo fue instantánea; giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Cloe. En ese momento, el tiempo pareció detenerse. El resentimiento y la tensión que había acumulado desaparecieron al instante al ver los dulces ojos de Cloe y su sonrisa. El corazón de Leo latía con fuerza mientras memorizaba cada detalle de ella, como si estuviera viéndola por primera vez.
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MALDITAS GANAS
RomanceEn el amor no vale con querer a alguien. Tienes que llegar a tiempo. Uno no puede malgastar la vida deseando estar con alguien. Y Cloe llevaba toda su vida esperando llegar a tiempo. Leo y Cloe se enamoran de forma inesperada. ¿Estará Cloe dispues...