LET HER GO

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El sonido monótono del motor del coche inundaba por completo el ambiente. Cloe iba en el más absoluto de los silencios en el asiento del copiloto. Leo no la había querido dejar conducir en semejante estado de nervios. Era él, el que iba en el asiento del conductor intentando mantener la calma para compensar el estado de shock en el que se encontraba Cloe. Volvían de regreso a casa. El silencio entre ellos era aplastante y angustioso por culpa de la tensión que se había instalado de repente. Cloe miraba fijamente por la ventanilla, con los dientes se mordía el labio inferior, apretando con fuerza hasta hacerse daño. Las lágrimas se deslizaban suavemente por su rostro hasta caer al vacío. La cabeza le daba vueltas y sus pensamientos iban a toda velocidad, más incluso que el coche.

El teléfono volvió a sonar rompiendo el silencio. Cloe lo miró consternada, reconociendo el número del hospital en la pantalla del dispositivo. Su corazón volvió a hundirse mientras respondía, esperando escuchar noticias sobre su hijo. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta. No había estado ahí cuando Lucas más la había necesitado. Había dejado a sus hijos con la cuidadora para pasar un fin de semana de amor y sexo. María la había llamado aquella mañana para decirle que Lucas había pasado la noche con mucha fiebre y vomitando. Se había despertado con dolor abdominal y como no le cedía con el paracetamol, preocupada lo había llevado a Urgencias. Al final parecía tratarse de una apendicitis y tenía que pasar a quirófano. Y Cloe no había estado ahí. Ni por la noche para cuidarle, ni por la mañana para llevarle ella misma al hospital, ni estaba ahora en la sala de espera de quirófano aguardando noticias. La culpa volvió a asaltarla de forma implacable. Reconoció inmediatamente la voz del médico al otro lado de la línea telefónica. Era Jason, su compañero que estaba de guardia. En realidad la llamada era de cortesía. Se había enterado de que el hijo de Cloe estaba en quirófano y decidió llamarla para que estuviera tranquila.

— Cloe, cariño—la voz de Jason sonaba serena y dulce. Estáte tranquila que llegas antes de que salga de quirófano. Va a ir todo bien. Estoy con Estela de guardia y estaremos pendientes. Además el equipo de cirugía y anestesia es de los buenos. Ven con calma y sin miedo.

—Gracias Jason—dijo Cloe—Me siento fatal por no haber estado allí.

—Pero Cloe—dijo Jason—Si estás siempre con ellos. No puedes sentirte culpable por irte un fin de semana.

—Ya, ya pero...—Cloe no podía seguir hablando. Estaba hasta mareada. Una nausea le recorrió el cuerpo provocándole una arcada que casi le hace vomitar.

—Tranquila cariño ¿Vale?—dijo Jason, intentando de nuevo transmitir calma a Cloe. Acto seguido colgó el teléfono agradecida.

Leo intentó consolarla, extendiendo una mano para tocar su hombro, pero Cloe le apartó bruscamente. El gesto de consuelo solo intensificó el enfado que tenía con ella misma— "¿Cómo he podido estar tan distraída? ¿Cómo he podido ser tan egoísta, como para largarme un fin de semana con Leo?"—pensó.

—¡Mierda, Leo! — exclamó Cloe finalmente, con la voz llena de rabia contenida —¿Cómo no me he dado cuenta de que Lucas no estaba bien? ¿Cómo he podido largarme todo el fin de semana?

Leo suspiró, sintiendo la frustración y el dolor de Cloe pero también su propia impotencia ante la situación.

—Cloe, amor, no puedes echarte la culpa de esto. No podías adivinar que el niño iba a tener una apendicitis.

—Pues debería haberlo sabido —respondió Cloe con amargura —Soy su madre, debería haber estado allí para protegerlo y cuidarlo.

—Cloe—dijo Leo—Eres médico, sabes que una apendicitis viene de repente. No es algo que evolucione durante días. Al menos no es lo habitual.

MALDITAS GANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora