DINAMITA

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Las luces fluorescentes del techo emitían un zumbido permanente que llenaba la sala de descanso del hospital, eco de la actividad constante que en esos sitios nunca parecía detenerse. Cloe se dejó caer pesadamente en el sillón reclinable, sintiendo como cada músculo de su cuerpo protestaba por el agotamiento. Había sido una tarde infinita, llena de llamadas y algún que otro momento de tensión que la habían dejado al borde del colapso físico y mental. Mientras cerraba los ojos, buscando un respiro de tranquilidad, su mente no podía evitar volver a Leo. Había pasado una semana desde aquel mensaje bomba en el que le había contado la decisión de divorciarse de Rocio. Y, sin embargo, Cloe no había encontrado las palabras adecuadas para responderle. Desde ese día había intentado sumergirse en la rutina para abstraerse de todo, pero parecía que el tiempo se había detenido con ese mensaje que llegó en el momento más inoportuno, probablemente cuando ella estaba más vulnerable. Lucas había demostrado una increíble fortaleza al recuperarse tan rápido de la cirugía. En solo dos días le habían dado el alta médica y en una semana estaba correteando por casa como si nada hubiera sucedido. Su energía inagotable y su sonrisa contagiosa habían sido pura medicina para el corazón preocupado y arrugado de Cloe, que ahora no podía evitar sentirse culpable por haber sido tan brusca con Leo.

Y, mientras Lucas volvía a su vida cotidiana con facilidad, Cloe se encontraba atrapada en un laberinto de dudas. ¿Debería darle una oportunidad a Leo? Sabía que más tarde o más temprano tendría que responder al mensaje. Se suponía que esto era lo que ella había estado esperando todos estos meses, que Leo tomara una decisión, pero en lugar de abrazar ese deseo cumplido, se encontraba atrapada entre emociones confusas. La incertidumbre la consumía, preguntándose una y otra vez si había tomado la decisión correcta al dejarle de forma tan precipitada y no respondiendo al mensaje. Leo representaba un nuevo camino en su vida, una oportunidad de encontrar la felicidad, pero que le parecía demasiado buena para ser verdad. Por otro lado también estaba el miedo, el miedo a abrir su corazón como había hecho otras veces, para que se lo destrozasen una vez más. Con un suspiro cansado, Cloe se frotó las sienes, tratando de calmar su mente, cosa que últimamente le costaba bastante. Las voces rugían dentro de ella y le era muy difícil encontrar la paz que tanto necesitaba.

La puerta se abrió de repente y Jason entró en la sala de descanso tirándose en el sillón que estaba al lado de Cloe. Ésta lo miró sonriendo.

—¡Que guardia de mierda!—exclamó—No hemos parado.

—Ya —dijo Cloe— Yo me acabo de sentar hace exactamente dos minutos.

Cloe miraba fijamente a la pared blanca que tenía enfrente, parecía llevar el peso del mundo sobre sus hombros. Jason con una sonrisa amable, notó de inmediato la tristeza que la envolvía.

—¿Estás bien Cloe? —preguntó Jason, acercándose con cautela.

Cloe levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, que llevaba implícito algo más que un simple "¿Estás bien?". Sus ojos dejaban entrever una mezcla de dolor y tristeza cuando se encontraron con los de Jason.

—Sí, supongo —respondió con una leve sonrisa forzada—Creo que solo es un mal día.

Jason asintió comprensivo, pero algo en la expresión de Cloe le decía que había más detrás de esa respuesta superficial.

—¿Quieres hablar al respecto? A veces ayuda desahogarse con alguien —dijo Jason recordando las veces que Cloe había escuchado sus aventuras y desengaños amorosos .

Cloe vaciló por un momento, luchando contra la voz interior que le decía que guardara el secreto. Pero la amabilidad de Jason la alentó a abrirse.

—Es solo que... hay alguien y es complicado... —comenzó Cloe.

MALDITAS GANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora