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Max

Preparé la arena de Lucifer para que estuviera limpia y pudiera hacer del baño. Lucifer se pasó a mi lado, dándome una mirada de suficiencia como diciendo: “así se hace esclava” y comenzó a cagar en el arenero justo después de haberlo limpiado.

—Claro, espera que tu esclava lo limpie y caga de nuevo. 

Fui a lavarme las manos al baño y encontré a mi hermano en la sala, acariciando a Dustin qué estaba feliz de verlo en casa. 

—¿Y Oliver? 

—Se quedó atendiendo el negocio, al parecer llegó una pareja que se va a casar y quiere arreglos para su boda. 

—Genial. 

—¿Y a ti cómo te fue? 

Realmente no tenía muchas ganas de explicar a mi hermano lo último que había pasado con Joshua Lyle. En especial aquella tarde, cuando por tratar de ser amable decidí invitarlo a comer. ¿En qué momento pasó todo eso? 

Al principio, pensé que la plática iría bien entonces comenzamos con el tema de los sueños. Resultaba que para Joshua los sueños no eran necesarios en su vida. Él tenía suficiente con la vida que tenía y consideraba que soñar solo era parte de la mercadotecnia de las empresas. 

Para mi fue triste, ¿quién podía decir que los sueños no eran necesarios? ¿qué tan triste debía ser tu vida para que sintieras que era una idea tonta tener motivaciones? 

Así que en un momento de locura momentánea y también deseo de demostrar que tenía razón lo incité a hacer una apuesta. 

—¿Una apuesta de qué? —preguntó. 

—Si te ayudo a encontrar tu sueño vas a hacer lo que yo quiera por un mes entero. 

Por primera vez noté un brillo de interés en sus ojos. 

—¿Y no lo logras qué gano yo? 

Alcé mis hombros. 

—Tú dirás. 

Estaba segura que esto de hacer apuestas y tratos no podía salir nada bien. Desde el primer momento en que nos conocimos parecía que nuestra única forma de comunicarnos o llevarnos bien debía ser mediante tratos o apuestas cuestionables. Nos dimos nuevamente la mano para sellar el trato. 

Mi hermano me miró desde la sala interrogante, sacándome de aquel recuerdo. 

—Digamos que hicimos una apuesta. 

—¿El pingüino aceptó esa apuesta? 

Asentí. 

—¿Y de qué se trata? 

Sonreí. 

—Pronto lo verás. 

La primera parte de mi plan era sacar de su zona de confort a Joshua. Por lo que sabía hasta ahora de él, se la pasaba encerrado en esa oficina con vista hermosa y ni siquiera le prestaba atención, sus ojos siempre estaban en el monitor. 

Solo podía asegurar que no le gustaban los animales ni la naturaleza. ¿Qué podía motivar a Joshua Lyle a tener sueños como cualquier ser humano normal? 

Al día siguiente, que era sábado, decidí que era el momento perfecto. Tenía un turno en la floristería de Oliver y podía invitarlo. Tomé mi celular y marqué su contacto. 

—¿Si? —contestó con su voz profunda y seria de siempre. 

—Tengo una tarea para ti. 

—Es sábado, ¿de verdad quieres que nos veamos un sábado? ¿No crees que es suficiente vernos cinco días a la semana? 

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora