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Josh

Tenía varias llamadas perdidas de Max cuando acabé la reunión en la sala de juntas. Intenté comunicarme con ella de regreso sin obtener respuesta. 

Tras haber regresado a casa después de ese extraño secuestro, en mi mente no dejaba de repetir que la persona que dirigía a Williams y todos esos hombres era alguien que ya estaba trabajando en La belleza de Atenea. Alguien que tenia que estar lo suficientemente cerca de mí como para saber cuál sería nuestro siguiente movimiento. Ya no podía confiar más. 

Todos mis sentidos estaban alerta buscando a un culpable. Entonces esa noche, después de que llegara a casa y que Kennedy estuviera esperando le vi sonreír de manera extraña, había algo extraño en su actitud desde el momento que Max se fue. 

No supe determinar qué, pero parecía que al ver a Max con aquel aspecto triste le alegró. Luego se acercó hacia mí y dijo algo aún más extraño:

—Supongo que la señorita Max por fin resolvió un problema en vez de generarlo. 

Sonaba divertido, casi como si hubiera esperado todo ese tiempo para decirlo. 

Al principio, pensé que no tenía razones para sospechar de Kennedy. Era de los pocos empleados que siempre fue fiel a mí y nunca me generó problemas. Pero no fue hasta ese momento que entendí que no sabía nada de su vida. 

¿De verdad era un amigo o solo yo me hice esa idea? 

Aquellos años que pasé junto a él, siempre me ayudó. Si yo no encontraba la solución, él llegaba mágicamente con una. Éramos un equipo y por eso nunca puse en duda su lealtad. Recordé como había retrasado por semanas la lista de empleados que le había pedido. Siempre con pretextos que creí aunque fueran excusas tontas. 

Lo cierto era que para que alguien falsificara mi firma, debía conocerla a la perfección. Y Kennedy sabía todo sobre mí, recogía los documentos que yo siempre firmaba. Sabía incluso parte de mi vida personal. 

Cuando ingresé a La belleza de Atenea, nunca le vi el rostro al verdadero dueño. Las grandes decisiones siempre las tomó la junta directiva. Pero Kennedy llegó un poco después de mí y enseguida estuvo trabajando a mi lado. Fue casi simultáneo. 

Quería pensar que solo era mi desconfianza, porque no había manera de que Kennedy, el asistente en el que tanto confié me hubiera traicionado de esta forma. Entonces llegué a mi oficina y la puerta semi abierta me permitió ver el cabello azul de Max. 

«Era una garantía, por si algún día su tonta moral decidía traicionarme y no me equivoqué. Tenías que llegar tú para poner en duda sus decisiones» 

La voz tan reconocible de Kennedy dentro de la oficina. Apenas tuve tiempo de escuchar lo que respondió Max cuando me asomé y vi como él se acercaba a ella, entonces al verme se detuvo. Cierta sorpresa brilló en sus ojos. 

—¿Qué sucede? —exigí. 

Max abrió su boca, parecía no saber que decir. Kennedy sonrió, muy pocas veces lo hacía. 

—Estábamos esperando a que saliera de su junta, señor. 

Hasta ese momento, seguía pretendiendo ser mi asistente. Max negó. 

—Fuiste tú, todo este tiempo, ¿no es así? 

Él se encogió de hombros. 

—Hubiera sido perfecto si tu tonta novia no se hubiera entrometido. Si tan solo tú ni hubieras sido tan tonto como para enamorarte. 

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora