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Max

¿Era posible hacer todo enojada? La verdad era que, no creía posible que una persona pudiera estar enojada todo el tiempo. Al menos eso creía hasta que los siguientes días no dejaba de gruñir por lo bajo y gritarle a cualquier ser humano que se me cruzaba. Mi hermano había dicho que a la próxima me llevaría a la iglesia para que me hicieran un exorcismo ya que según él estaba actuando peor que Emily Rose.

No sabría decir, esta era la primera vez en mi vida que sentía coraje y rencor, era como un tumulto de emociones que burbujeaban en mi estómago y esperaban a salir. Cada vez que lo recordaba a él, mi mente se nublaba y quería gritar o llorar, a veces ambas. ¿Por qué me molestaban tanto sus palabras? ¿por qué no podía pasar página y ya?

Comencé a barrer el lobby del albergue furiosamente mientras algunos animales me observaban como si acabaran de notar que mi estado de ánimo no era el de siempre. Jhonny, un perro chihuahua que saltaba todo el tiempo, no quería acercarse a mí solo me daba miradas de reojo como si estuviera asustado de mí.

—¿Qué? ¿Acaso tú también piensas que soy un problema?

El perro no respondió porque claro, era un perro y yo probablemente una esquizofrénica que no sabía cuándo callarse.

—¿Ves? Te dije, está en su momento más esquizofrénico, ahora le busca la bronca hasta los perros —señaló Alex entrando al albergue con Claudia.

—Deberías ser más comprensivo con ella, muchacho.

—Hoy me gruñó cuando pregunté algo en el desayuno, ¿entiendes eso, mujer?

Detuve lo que estaba haciendo y me quedé en silencio mirándolos con las cejas alzadas. A veces Alex tenía la tendencia a hablar de mí sin importarle que yo también lo estaba escuchando. Claudia nos miró a ambos.

En los últimos días, había buscado matar mi tiempo libre en el albergue. Me ponía a barrer pelos de perros y gatos, buscaba el más mínimo detalle para pasar horas cuidando a los animales. Claudia no podía estar más contenta, ningún voluntario pasaba tanto tiempo cuidando los animales.

La verdad era que cuidarlos me daba un tipo de terapia que a veces calmaba mi furia interior. Podía acariciar a un michi y mis pensamientos violentos desaparecían, o podía salir a jugar con los perros y me distraía.

—Cada quien lidia con sus emociones como puede —respondió Claudia de forma comprensiva.

—¿Si saben que los estoy escuchando verdad? —hablé por fin.

Alex alzó una ceja, seguía enojado por lo de esta mañana.

—Solo le comentaba a doña Claudia lo insoportable que estás últimamente.

Incliné mi cabeza.

—¿También le contaste lo insoportable que has sido los últimos veintiún años?

Me volvió a señalar como si tuviera cinco años.

—¿Lo ves?

Negué con la cabeza, ¿cómo este ser podía estar relacionado conmigo? Tenía que ser adoptado o algo. Decidí terminar de barrer el montón de pelos de animal del suelo y lo metí todo en una bolsa.

Quizá estaba siendo injusta, pero mis emociones se sentían como en un carrusel, subiendo y bajando. Me dejaban exhausta. Tenía que mantenerme ocupada para no caer en la locura y hacer algo imprudente. Lo había pensado varias veces, ¿y si iba con la prensa y soltaba mi amenaza? Ya no tenía nada que perder.

Pero luego mis pensamientos intrusivos no me permitían hacerlo.

«Él realmente te va a odiar por esto»

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora