Capítulo 13

24 9 1
                                    


Quinn

Creo que por primera vez y de verdad, estaba realmente molesta con mi hermana. En serio muy, muy molesta. Si de mí hubiese dependido, la encierro en el sótano una semana como castigo, pero no teníamos sótano y además prácticamente ya estaría una semana entera encerrada en un ático. Puede que eso fuera suficiente.

¿Qué hizo para que yo estuviera así de contenta?

Bueno, la nena se creyó malabarista y no quiero ni imaginar la pirueta que intentó hacer con la bola de boliche. La cosa es que terminó con la muñeca dislocada, una gran regañina de mis padres y la ley de hielo de mi parte por haber hecho que Tommy y Dylan me mintieran.

En fin, Blake no podría ir a la escuela por una semana y yo por otro lado tendría que ingeniármelas por el mismo intervalo de tiempo, ya que mis padres me hicieron en parte responsable de lo que le pasó a mi hermana y decidieron quitarme las llaves del auto.

De hecho...

—Papá por favor—ahí estaba yo insistiendo por vigésima vez y eso que apenas empezaba el día.

Mi padre abrió su periódico y me ignoró categóricamente.

Resoplé con fastidio y me puse de pie para ir a donde mamá detrás de la barra, pero fue como si me leyera la mente porque en cuanto me levanté vi que negaba.

—No, Quinn.

—¿Y cómo pretenden que vaya a la escuela?.

Papá bajó el periódico e intercambió una mirada con mamá para luego observarme a mí.

—Siempre puedes caminar que no te hace mal—me dijo él. Yo esperé que fuera una broma—. De todos modos, juegas fútbol, ¿no? Tienes piernas fuertes.

Abrí la boca y después volví a cerrarla.

Se habían vuelto locos los dos.

—¿O sea que ni siquiera piensan llevarme ustedes mismos?.

—No—dijeron al unísono.

Sacudí la cabeza sin poder creerlo, pero sin más remedio tomé mi mochila y me dirigí a la puerta. Antes de salir oí una voz a mis espaldas.

—Buenos días.

Era Blake.

No me giré y tampoco le respondí.

Salí de casa dando un portazo y empecé a encaminarme a la escuela. Lo peor no era caminar, sino pasar por enfrente de las casas. Todos los vecinos se levantaban temprano y todos tenían la costumbre de salir afuera y decirle buenos días a todos lo que vieran pasar. Que se enteraran de que no tenían nada de buenos.

Ya había pasado una calle entera cuando una camioneta familiar se detuvo a mi lado en la acera. Mis pies dejaron de andar por inercia y me giré para ver cómo la ventanilla del asiento del copiloto se bajaba y Dylan se estiraba para verme mejor.

—Hola, ¿quieres que te llevé?

Sonreí irónica.

—Claro y después cuando lleguemos a la escuela cruzamos los pasillos tomados de las manos, ¿verdad?

Mi sonrisa se fue desvaneciendo a cada palabra.

—Vete—agregué al instante.

Dylan, obviamente, no hizo caso.

—Anda sube, después puedes odiarme todo lo que quieras.

—No subiré.

—Y yo no te dejaré que camines sola hasta la escuela. Así que deja la inmadurez y sube de una maldita vez.

Dylan y QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora