Capítulo 25

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"Las despedidas son necesarias para poder encontrarse de nuevo."

—Richard Bach

Quinn

No tenía miedo.

Eso era lo único en lo que pensé durante todo el camino al valle. Busqué cualquier rastro de él en mí, pero solo me embargaba una profunda tristeza. Solo eso.

—¿Estás segura de que es por aquí?

El auto pasó por un pequeño bache que hizo que Andy y yo saltáramos ligeramente. Algo que teníamos en común era la poca afinidad por la naturaleza. Su expresión cuando le señalé el camino alternativo que llevaba directo al bosque fue la misma que puse aquella primera vez que Dylan me había traído.

Me enderecé en el asiento y asentí.

—Estoy segura —me miró con poca confianza—. Tranquilo.

—Eso es lo menos que puedo estar.

Negué con la cabeza, volviendo mi vista al frente. Sonreí al darme cuenta de que habíamos llegado. Nos encontrábamos justo donde Dylan y yo nos dimos nuestro primer beso. La camioneta de Dylan estaba allí también.

—Es aquí —Andy detuvo el auto y yo bajé casi corriendo—. Quinn, espera.

Andy me alcanzó antes de que me adentrara en el camino que llevaba al bosque. Me tomó del brazo y me hizo girar para verlo; lucía confundido y exasperado.

—¿A dónde crees que vas?

—A encontrarme con Dylan —respondí con obviedad.

—¿A encontrarte...? —Cortó la pregunta y miró a su alrededor—. ¿Dónde? —terminó, observándome como si buscara algo malo en mí—. Esto es la nada, Quinn.

Con delicadeza me solté de su agarre.

—Sé perfectamente dónde estoy, no tienes que preocuparte. Ni quedarte.

—Claro —ironizó con una sonrisa—. Te has vuelto loca, ¿no?

¡Joder!, no estaba para juegos de princesa en esos momentos. De seguro, la universidad le había quemado unas cuantas neuronas a Andy y por eso olvidó con quién hablaba.

Determinación —terquedad si se lo preguntas a Blake— era mi segundo nombre.

—Escúchame, Andy —le hice un gesto con la mano para que se callara cuando abrió la boca—. Si me conoces bien, si realmente lo haces, sabes que no dejaré que te quedes aquí esperándome; y tampoco daré marcha atrás, aunque creas que me he vuelto loca.

Apretó los labios en una fina línea y me observó en silencio. Se estaba debatiendo todo en ese instante. Al final, aceptó dejarme ir, diciendo:

—La verdad... es que siempre he creído que lo estás.

Dejé escapar un suspiro. Andy soltó una pequeña risa y luego se acercó para darme un abrazo que acepté sin dudar. Sonreí cuando me dejó un beso en el cabello. Al separarnos, intentamos no llorar; esa es la verdad.

—¿Me llamas, sí?

Asentí, reteniendo las lágrimas.

—Te llamo.

Andy se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su auto. Le miré la espalda unos segundos antes de hacer lo mismo.

...

Cuando recuerdo cómo herí a Dylan, me duele una parte del alma y me hace preguntar: ¿Cómo hay personas que lastiman a otras y disfrutan del proceso? Dañar a propósito a otro ser humano, ya sea física o sentimentalmente, es el mayor acto de crueldad en este mundo; sin embargo, es el pan de cada día de todos los seres humanos, porque lo peor es que parece que el lastimar viniera en nuestro ADN. Sí, estamos diseñados para dañar a otros, aunque quizás no para ser los "otros".

Dylan y QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora