Capítulo 23

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Quinn

La ciencia dice que los humanos pueden al alcanzar una velocidad máxima de 64 km/h. Para ello se tendría que contar con un buen entrenamiento aplicado desde temprana edad, o el sometimiento a una situación que propicie mucha adrenalina y que así le permita al cuerpo sobrepasar un poco sus límites.

Al menos eso es lo que yo pienso.

Por otro lado, la ciencia también está segura de que no somos totalmente conscientes de nuestro cuerpo y que, la cinestesia, es algo que el ser humano debería mejorar.

Quizás debido a esto último, no supe cómo instantes antes estaba con Dylan y ahora me encontraba en el jardín de mi casa intercambiando una mirada devastada con Andy.

Era una puta locura, justo así.

Mi corazón latía fuerte, el estómago me dolía y mi cabeza retumbaba del dolor. Una parte de mí pensó que moriría allí, sin mi familia, sin Tommy y sin Dylan. Solo una persona me acompañaría en mi muerte y ni siquiera estaba segura de que tuviera algún tipo de sentimiento empático hacia mí.

Andy parecía igual de tenso que yo, pero a pesar de eso, seguía luciendo justo como el chico del que me enamoré: Sus ojos color miel todavía transmitían cariño, su cabello aún lo llevaba algo largo y alocado; su cuerpo continuaba siendo grande, intimidante y—para mi desgracia—un lugar seguro para mí.

Él era mi Andy todavía, pero yo ya no era su Quinn.

Andy estaba de pie al final de las escaleras y yo estaba a unos tres metros de él.

Cuando recién llegué, estaba dispuesta a ir directo a su lado, pero él se levantó primero al sentirme y yo simplemente no pude moverme más.

Pero no podíamos quedarnos así todo el día.

Cómo si ambos hubiésemos tenido la misma idea, dimos un paso al frente a la vez.

Andy esbozó una pequeña sonrisa.

—Creo que seguimos un poco sincronizados.

Y con esa frase me derrumbé.

Las lágrimas cayeron y antes de quedarme sin fuerzas y caer de rodillas en la grama, Andy se apresuró a llegar a mí para envolverme en un abrazo. Me sujeté a él y solté todo lo que tenía dentro. Por mi mente no pasó el hecho de que alguien pudiera ver la escena, me dio igual.

Ya todo me daba igual.

—Tranquila—susurró Andy en mi oído—, llora lo que quieras y suelta todo. De igual forma no te dejaré caer.

No lo merecía, joder.

—Perdóname—supliqué sollozando—. Perdóname por favor.

Me separé lo suficiente para mirarlo a la cara, también había derramado unas cuantas lágrimas. Andy era una persona tan alegre que verlo así me partía más el corazón.

—No hay nada que perdonar—dijo intentando sonreír.

Yo negué y me separé por completo, frunció el ceño, pero dejó que me apartará.

—Si lo hay.

Siempre habíamos tenido una especie de conexión por lo que supe el instante en que por su mente pasó el trasfondo detrás de mis palabras, lágrimas y comportamiento.

Aun así no se enfadó, solo desvió la vista hacia la casa y luego la regresó a mí—una vez más—con una pequeña sonrisa intentando consolarme.

—Entonces deberíamos subir y charlar—sugirió.

Dylan y QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora