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—¿Te vas a ir, verdad, Tham? — preguntó Ara Bunmi con una sonrisa melancólica, mientras era abrazada por su esposo.

—Es lo mejor. No quiero volver a ponerte en peligro — respondió Tham con seriedad, acariciando el rostro de su pareja, quien se acurrucó contra su mano — Mientras tú y Zee estén a salvo, seguiré buscando la forma de estar a su lado. Así que, por favor, no te arriesgues más por proteger a este tonto hombre...

—Entonces, no te involucres más con ese tipo de personas —lo regañó Ara con firmeza—. Sé que es complicado romper los acuerdos que tu padre dejó firmados, pero debes ser consciente de lo peligrosas que son esas personas. Si no es hoy, será mañana o pasado cuando intenten hacerte daño solo porque no estás de acuerdo con sus acciones.

Tham asintió en silencio. Estaba de acuerdo con Ara, pero no sabía si podía prometerle tan abiertamente que lograría alejarse de esos empresarios. Sin embargo, buscaría la forma de hacerlo. Aunque le llevara tiempo, se encargaría de proteger a su familia y al legado de los Panich de las imprudentes alianzas de su difunto padre.

—¿A dónde irás? —le preguntó a su sonriente esposa, que miraba con nostalgia varias casas en diferentes países.

—Dicen que Nueva Zelanda es hermoso y cálido en septiembre. Así que ven a vernos. Te estaré esperando siempre, Tham, así que no te preocupes por el tiempo —comentó Ara con una sonrisa que fue correspondida, para luego ayudarla a escoger una casa cómoda.

Ser el único heredero de las Industrias Panich significaba cargar con las vidas de muchas personas, y Tham Panich no se sentía preparado para eso. Aun así, el mismo día del fallecimiento de su padre, se presentó perfectamente vestido para firmar la sucesión, convirtiéndose en el CEO de la compañía.

Sin embargo, al estar en el puesto, las cosas se complicaban aún más. Revisar la contabilidad, los tratos firmados, notar huecos legales, todo eso lo desconcertó hasta que tuvo que asumir la realidad: su padre no era un santo y lo había dejado rodeado de lobos hambrientos.

El nacimiento de su hijo es uno de los recuerdos más bellos que conserva en su memoria. La sonrisa de Ara al tomar a Zee en brazos era algo que no deseaba olvidar, sin importar cuántos años pasen.

No se consideraba un buen padre. A medida que el tiempo en la empresa se alargaba, Zee iba creciendo rápidamente y cada vez que iba a verlos, se sentía un intruso en esa casa, un extraño para su hijo que, aun en edad temprana, era capaz de dirigirle miradas de rencor.

—¿Cómo van las cosas en la empresa? —consultó Ara, acariciando los negros cabellos lacios de la cabeza que descansaba sobre su regazo.

—Solo queda un trato, los abogados están negociando y esperamos acabar con este a finales de año. Así que creo que todo va mejorando. Han pasado 6 años desde que te prometí encargarme de todo... Lo lamento —se disculpó con sinceridad mirándola, y Ara negó siguiendo con las caricias.

𝐒𝐦𝐢𝐥𝐞 𝐟𝐨𝐫 𝐮𝐬 𝐍𝐮𝐧𝐞𝐰 → 𝐙𝐞𝐞𝐍𝐮𝐧𝐞𝐰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora