CAPÍTULO XVIII: La brújula angelical

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Rosie

Experimentaba un vacío, pero su origen se me escapaba. Este sentimiento se intensificó desde que tuve la visión con aquella criatura. Mientras recorría la carretera, conducía mi motocicleta en dirección a la escuela de cazadores, me sumí tan profundamente en mis pensamientos que noté cómo mi energía disminuía gradualmente. Al mismo tiempo, una incomodidad se apoderó de mi brazo, justo donde yacía la marca del ángel.

Cuando intenté tocarla para aliviar el ardor que sentía, en cuestión de segundos, el joven de la visión se materializó frente a mí. La sorpresa me invadió y, asustada, perdí el equilibrio, cayendo al suelo. La motocicleta, al perder peso, se detuvo pronto, pero yo, arrastrándome, me encontré al borde de un acantilado.

Mareada y sin control sobre mis movimientos, intenté levantarme con precaución. Sin embargo, di un paso en falso que me llevó a caer desde el acantilado hasta el mar. La altura era tal que, al impactar contra las aguas tumultuosas, quedé casi desfallecida. Incapaz de nadar con facilidad, me dejé llevar por la corriente.

La desesperación se apoderó de mí cuando el agua empezó a invadir mis pulmones. Hice un último intento por llegar a la superficie, pero mis fuerzas flaquearon. Agotada, permití que mi cuerpo se hundiera. «De todas maneras, ya lo había perdido todo», pensé en mi mente.

Cerré los ojos, sumida en la oscuridad del mareo y la confusión. En ese instante, una fuerza desconocida se apoderó de mi brazo, tirando de mí hacia la superficie con una urgencia redentora. Sentí cómo el aire fresco llenaba mis pulmones, pero el esfuerzo y la tensión me abrumaron, y, finalmente, la conciencia se desvaneció en un desmayo liberador.

— ¿Rosie? —oí una voz llamándome desde lejos. Entreabrí los ojos y, por un breve instante, la silueta de ese chico se asemejaba al hombre de mis visiones. Sin embargo, al enfocar la vista, me di cuenta de que solo había sido una alucinación.

Él me ayudó a sentarme mientras yo asimilaba todo lo que estaba pasando. Lo vi mejor y pude identificarlo, por suerte era alguien que yo conocía.

—Espero estés bien —me dijo él al levantarse y empezar a irse.

— ¿Sam Philips? —dije impresionada. Él volteó a verme, sorprendido.

— ¿Me conoces? —me preguntó él con el ceño fruncido, Sam se volvió acercar a mí y se agachó.

— ¿No me reconoces? Soy Rosie...

Él me vio por unos instantes, pero sentía que no me reconocía, no del todo. Luego bajó la mirada, pensativo, se veía decepcionado.

—Es que, yo... Creo que es una equivocación...

— ¿De qué hablas? —le pregunté al quejarme de un raspón que tenía en la espalda, a pesar de ello no dejé de verlo.

—Es difícil explicarlo, pero no creo que sea yo la persona que a lo mejor tú supones, que compartió momentos contigo.

—Pero eres Sam...

—Lo siento —me dijo él—. No logro recordarte.

Me quedé atónita.

— ¿Cómo me salvaste? —le pregunté llena de curiosidad.


—Estaba en mi yate y, desde lejos, vi tu caída. No pensé que al observar tu moto tumbada en el suelo y verte prácticamente caer en una posición poco ideal para un clavado, haya sido por diversión.

Me reí.

—No lo era, y agradezco que te hayas dado cuenta, de verdad —le dije mientras lo miraba de nuevo. Estaba segura de que él era Sam, un viejo amigo cazador a quien enseñé por un tiempo. Sin embargo, no me explicaba cómo podía olvidarme tan rápido. Habían pasado muchos años, pero ¿qué tendría que haber pasado para que ya no me recordara?

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