CAPÍTULO XX El castigo de un ángel

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Mickael

— ¿Vas a dejarla en esa urna congelada? —comentó Jael, mirando el lugar con repugnancia—. No lo sé, este lugar no me gusta.

—Es solo un laboratorio, siempre ha existido para los ángeles, y su "purificación". Y este lugar es para ello, solo que puedo cambiar la temperatura, y creo que el cuerpo se va a mantener intacto si lo hago así.

Terminé de guardar la urna y comencé a cerrar la puerta, que era bastante dura, casi parecida a las puertas de las cajas fuertes de los bancos. Son las mejores como para no abrirse "nunca", al menos a la fuerza.

— ¿Esperas que puedas revivirla? ¿Verdad? —me preguntó él al atravesarse, impidiendo que cerrara. Lo miré de reojo y no dije nada en el momento; sentí vergüenza, miedo, tristeza, pero también fe de que en realidad sí podría revivirla.

—Hay alguien que puede ayudarme, o eso creo. Pero no lo llamaré ahora, no es el momento. Quiero primero hallar a Rosie y solucionar todo este problema en el que la metí.

— ¿Un ángel de la muerte? —preguntó él.

— ¿Cómo sabes todo eso?

—No te he tocado, no podría saberlo, pero sé que el ángel principal, Jeremías, puede ayudarte.

—Bueno, me lo deben.

Salimos del laboratorio y mientras caminábamos, noté a Jael sumido en sus pensamientos. No es que fuera especialmente hablador, pero tampoco solía estar tan callado como en ese momento. Decidí no incomodarlo con preguntas que solo lo harían sentir incómodo, así que opté por guardar silencio durante un rato. El ambiente se volvió pesado con la ausencia de palabras, pero parecía ser lo mejor en ese momento.

— ¿Irás a la universidad? —pregunté.

—No, las clases comienzan en dos o tres semanas, así me dijo la directora. No tengo ni idea de cómo funciona, pero iré en ese tiempo.

—De acuerdo —respondí, mirando al frente.

Todo a mi alrededor estaba envuelto en un silencio abrumador, y de repente, sentí el deseo imperioso de estar solo. Necesitaba encontrar un espacio donde pudiera desahogarme, ya que la presión que sentía era abrumadora. A veces me preguntaba cómo Dios podía soportar tanto peso, pero al mismo tiempo, esa reflexión me recordaba su inmensa grandeza y poder.

En momentos como este, anhelaba la compañía de Ezequiel, un ángel que rara vez mostraba emociones a menos que él lo deseara. Sentía la tentación de pedirle ayuda para amortiguar mis propios sentimientos, pero recordaba que sentir intensamente era un don que me permitía tener empatía con mi protegida. Aunque a veces era abrumador, también era un recordatorio de mi propósito y mi conexión con el mundo humano.

—No sentir nada es lo peor que un ángel guardián puede experimentar —dijo Jael de repente. Me volteé a verlo sin entenderle nada, pero no dije ninguna palabra, dejé que él continuara sin que se sintiera incómodo a causa de mis preguntas.

—Incumplí la ley número ocho —continuó.

Lo miré de reojo.

8. No los abandonéis en ninguna circunstancia.

— ¿Cómo así? —decidí preguntar para aclarar mis dudas.

—Fue mi última protegida. Ella estaba pasando por momentos complicados, y yo no lo soporté, la abandoné. Tuve miedo, por eso ahora soy un poco más frío, porque mientras la abandonaba, me dolía aún más e incumplí otra ley.

5. Analicéis sus sentires con su protegido.

—Me sentí tan patético, Mickael. No hice el análisis, y por miedo a enfrentar el dolor que ella sentía, no analicé lo que me estaba haciendo. Internamente, me quité la humanidad, por decirlo de alguna manera, me quité los sentimientos y me volví apático con ella.

—Nunca me has dicho de qué se trata tu poder, solo sé que tienes uno y que no lo usas demasiado.

—Es que, ni yo sé cuál es —confesé—. Menahem solo me dijo que mi poder es complicado, que necesito aprender de él, pero nunca me dice de qué trata. Por eso no logro saber su nombre en específico.

—Ellos siempre de misterioso, haciéndonos el trabajo más complicado.

—Es algo que también pienso —le expresé, bajando la mirada.

—Espero logres encontrar a Rosie, aunque mis sentimientos estén reprimidos, a veces suelo tener reflejos, como si por un momento pudiera sentir, pero es como un rayo, rápido. Por eso, a veces siento que la extraño, extraño tener una protegida, es nuestro trabajo Mickael, es como la pasión para un humano, algo que lo llena, que lo hace sentir bien, y que, aunque no todo el tiempo esté inspirado, se refuerza por hacerlo bien, y lo disfruta.

—Ahora soy yo quien lo lamenta —le dije, mirándolo con cariño—. ¿De cuánto tiempo es la condena?

—Ciento ochenta años —respondió él.

Al momento sentí miedo, porque yo también había incumplido la ley, y seguramente el castigo iba a ser el mismo. De lo que no estaba seguro era por qué aún ellos no me habían llevado al juicio.

«Quizá solo están esperando a que termine mi trabajo con Rosie, porque para ellos soy el único que puede protegerla» me dije.

No dije nada más con respecto al tiempo que tenía que esperar, no tenía palabras para ayudarlo a sentirse mejor, así que cualquier cosa que dijera sería probablemente inútil.

—Voy a ir... un momento a otra habitación necesito meditar —dije, buscando un respiro.

Él me miró y asintió. Me fui de ahí y entré a una habitación. Por un rato me quedé viendo el lugar, hasta que sentí cómo me iba derrumbando poco a poco, y una lágrima salió de mi ojo izquierdo esperando que otras más la acompañaran.

—Dios, esto es difícil, sé que no me lo vas a resolver, pero sí me puedes dar fuerzas, es lo único que te ruego, fuerza para que todo salga bien.

Me arrastré por una pared hasta llegar al suelo, y no pude evitar llorar, llorar como nunca antes lo había hecho.

«Perdóname, Rosie».

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