CAPÍTULO XXXI: Segunda puerta de la muerte

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Rosie

— ¿Puedes recordar de qué se trataba la segunda puerta? —le pregunté a Mickael. Él se quedó en silencio, analizando la pregunta.

—Regresar de la muerte, pero no lo entiendo. No sé a qué se refería —dijo Jael—. De igual forma debes entrar, ¿o no?

—Sí, pero no me presiones, estas puertas me asustan.

—No vas a morir —aseguró Mickael—, creo que es lo más importante.

—Sí, por supuesto —respondí.

Al abrir la puerta, de repente me vi dentro del automóvil con mis padres, en el preciso momento en que habían fallecido.


—¡Esperen...! ¡No! —grité al momento de ver al demonio que arruinó mi vida atravesarse en el camino. Mi padre, quien estaba manejando en ese momento, giró el coche hacia un lado y este se volteó.

— ¿Mickael? ¿Por qué diablos siempre desapareces? —dije, adolorida. Traté de mirar a mí alrededor, pero no pude, no podía mover el cuello con facilidad.

— ¿Mamá? ¿Papá? —dije, pero ninguno me respondió, cuando intenté salir del coche, explotó repentinamente.


Desperté sobresaltada al sonido estridente de una alarma en mi habitación. Me incorporé de golpe, con los ojos a punto de salirse de órbita y el corazón acelerado. Miré a mi alrededor, confundida, sin entender dónde estaba, incluso había olvidado por completo dónde había estado antes.

— ¿Era un sueño? —me pregunté al levantarme.

En ese momento, entraron mis padres con un pastel de cumpleaños entre sus manos mientras me cantaban la típica canción de cumpleañera. Me reí llena de felicidad mientras los veía y escuchaba cantar.

— ¡Cumpleaños, feliz! —gritaron ambos al mismo tiempo. Ellos pusieron el pastel en mi cama, y se apresuraron a abrazarme.

— ¡Dios! Estamos tan felices de que estés con nosotros —expresó mi madre. Fruncí el ceño mientras probaba con un dedo la crema del pastel.

— ¿Por qué no lo estaría? —les pregunté.

—No lo sé, hija, cosas que pueden pasar —expresó mi madre al abrazarme de nuevo, pero con más fuerza.

—Iremos a cenar hoy, ¿te parece? —propuso mi padre con una enorme sonrisa.


— ¡Claro, claro que sí! ¡Iremos a comer! Me encanta el plan —le dije mientras me ponía de pie y me dirigía hacia la ducha.

—Te esperamos abajo para desayunar —gritó mi padre desde afuera.

— ¡Sí, está bien! —respondí.

Después de bañarme y arreglarme, salí de mi habitación de prisa, y bajé las escaleras.

—Sal de ahí —escuché decir. Me volteé rápidamente hacia la voz, pero no vi a nadie. Me quedé quieta por un momento, pensando que tal vez era mi propia mente, jugándome una mala pasada, tratando de hacerme recordar voces o sucesos que parecían reales. «Es algo realmente incómodo», pensé.

Al llegar a la cocina, mi madre me dejó un plato de panqueques sobre la mesa. Ella sabía que eran mis favoritos.

— ¡Gracias! —exclamé mientras hacía un baile de felicidad.

— ¿Dormiste bien? —me preguntó mi padre, al tomarse un sorbo de café.

—Sí, bueno, eso creo, tuve unas pesadillas.

— Ah, ¿sí? ¿Cuál? —inquirió mi madre al sentarse a mi lado con su desayuno.

—Bueno, estábamos en el auto cuando, de pronto, algo se detuvo en frente de nosotros y mi padre tuvo que darle vuelta, lo que solo provocó que el auto se volteara por completo, y luego, mientras intentaba salir, explotó y desperté.

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