CAPÍTULO XXIII: Símbolos demoniacos

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Rosie

—Necesito entrenar, siento que desde que estoy dormida, me entumecí completamente —le digo a Kareff mientras él le estaba golpeando a una gran bolsa de boxeo. No tenía camisa, y su cuerpo transpiraba, de momento me resultaba atractivo, pero luego recordé lo que pasó con él y simplemente se me quitó de inmediato «qué molesto», pensé.

— ¿Te vas a la escuela? —me preguntó él al tomar una toalla y pasarla por todo su cuerpo mientras se acercaba con su poderosa esencia de «macho alfa».

—Sí, le pediré a mi profesor que me ayude.

—Está bien, ¿necesitas que vaya? —preguntó él. Por un momento dudé en qué decirle, aún no confiaba en él, se suponía que la confianza se iba construyendo, y aunque prometí darle la oportunidad, la razón oculta en mi interior que no quería que él fuera, aún estaba ahí «Dios, ¡qué molesto!».

— ¿No estás entrenando? —Le pregunté—, y estás todo sudado, eso es asqueroso y estoy retrasada.

«La excusa perfecta». Él parecía tranquilo.

Él volteó hacia la almohada de boxeo y asintió con la cabeza.

—Lo comprendo —pronunció al fin, y aunque no pudo percibir el suspiro de alivio que escapó de mi interior, intuí que todo tenía su equilibrio. Decidido a mostrarle que estaba dispuesto a otorgarle el beneficio de la duda, formulé una nueva solicitud.

— ¿Puedes ir a buscarme? —le pregunté decidida y dispuesta a que lo hiciera, sabía que iba a estar muy cansada, y no quería manejar.

Él se me quedó viendo con una sonrisa, pero no dije nada al respecto, me sentí incómoda, «¿qué estaba pensando? ¿Qué me moría por él?».

—Está bien, yo te voy a buscar —dijo él—. Entonces no te irás con la moto, imagino, porque de regreso, ¿cómo la traeremos de vuelta?

—Cierto, buen punto. Me iré en bus, siempre está tranquilo a esta hora, así que, bueno... ¡Adiós! —expresé agarrando mis cosas y bajando las escaleras.

— ¡Adiós! —escuché desde lejos.

Al salir del edificio, me apresuré a tomar el transporte. Mientras viajaba en el autobús, observaba distraídamente por la ventana. De repente, un automóvil nos adelantó y se mantuvo a la par. Al ver al chico que lo conducía, tuve la sensación de reconocerlo. Era notablemente atractivo, y su sola presencia irradiaba una energía peculiar que me hizo sonreír y sentirme reconfortada.

Lo observé detenidamente, esperando recordar dónde lo había visto antes, pero no pude estar segura. Quizás solo se parecía a alguien más. El autobús continuó su camino y, tras un rato, llegué a la escuela. Al salir, me topé con mi profesor afuera y noté que estaba conversando con el mismo chico del automóvil.

—Gracias —fue lo único que escuché de su parte antes de que se marchara. Lo observé fijamente mientras se alejaba, pero mi profesor se interpuso en mi línea de visión, con una sonrisa en el rostro.

— ¿Todo bien? —expresó él mirándome fijamente.

—Ah, sí, todo bien, es solo que, no lo sé, creí que lo había visto antes. A ese chico, y resulta que fue aquí.

—Ah, sí, es nuevo —confesó él.

— ¿Cómo se llama? —le pregunté, curiosa. Él se echó a reír y me miró de forma pícara—. ¿Por qué me miras así?

—No lo sé, tú dime, ¿por qué te interesa él?

—No me interesa, es solo que me resulta conocido, y su energía es distinta, puedo sentirla, ¿tú no?

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