CAPÍTULO XXII: Resurrección

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Mickael

—Te das cuenta de que Rosie está anclada a ti emocionalmente gracias a tu marca, ¿verdad? ¿Estás consciente de ello? Miré a Jael de reojo, no entendí por qué de repente sacó el tema, pero, aun así, me quedé pensativo.

—Sí, pero ni siquiera la he visto, no sé lo que vaya a provocar en ella, no puedo cuidarme o estar al pendiente de eso si no sé lo que va a pasar.

—Lo sé, pero eso me preocupa a mí.

Volteé a verlo, extrañado.

— ¿De verdad? —le pregunté sorprendido—. ¿Por qué?

—Es que... ya lo he visto antes. Y la última vez no fue tan buena, expulsaron a un ángel, por ello, incumplió una regla.

— ¿Cuál? —le pregunté al levantarme y situarme frente a él.

—La quinta regla.

5. Evitáis enamoraros de su protegida.

—Eso no va a pasarme, no te preocupes, puedo controlar esto.

—Ese es el punto, Mickael, que no sabes si puedes hacerlo porque es la primera vez que tocas a tu protegida, esto es nuevo para ti. No podemos fingir que no sucede nada grave, ¡la tocaste! Eso es superior a todo lo que has enfrentado.

—Lo manejaré —dije finalmente al desviar la mirada, un poco nervioso. «¿Qué era lo que sentía realmente dentro de mí? ¿Seguridad? ¿Incertidumbre? ¿Miedo a que en realidad no llegue a lograrlo? ¿Qué era?». Me alejé de él y me quedé pensativo; él se quedó estudiando un extraño libro, del que no tenía idea de dónde lo había sacado, mientras que yo me marché. Necesitaba un espacio para pensar.

Me fui lo más lejos que pude. Me subí a lo más alto de un edificio y me senté para ver toda la ciudad. Estaba tranquilo, hasta que llegó Menahem. «¿Cómo estás? —me dijo ella al sentarse a mi lado». La miré un poco molesto, pero no respondí de inmediato.

— ¿Por cuánto tiempo vas a estar molesto? —me preguntó ella.

—Hasta que devuelvas el tiempo y corrijas tu abandono.

—No te abandoné, simplemente no me permiten estar contigo.

— ¿Acaso soy un marginado?

— ¡Incumpliste la ley! Tuve que alejarme para resolverlo y para que no te mandaran al juicio. ¿O querías que te separaran de Rosie?

Volteé a verla, impresionado.

— ¿Estabas haciendo eso? —le pregunté.

—No pude hacer mucho, quieren condenarte, pero les dije que eras el único que podía manejar la situación de Rosie, que solo tú podrías protegerla por tu poder.

—Ese del que nadie sabe, ¡sí, claro, que la protegeré! —exclamé sarcásticamente.

—La verdad está dentro de ti, debes buscar la manera de exponer tu poder. Yo no puedo ayudarte. ¿Crees que no he intentado averiguar cuál es tu poder?

» ¡Claro que sí! Pero no he podido descifrarlo. Solo sé que puedes proteger a Rosie. ¿Ya la encontraste?

—No, no he podido. Está perdida. He tenido pistas, pero ella se mueve demasiado.

—Sigue buscando; en algún momento lo lograrás. Recuerda que ella es la llave, y si muere, tú estarás también perdido.

—Eso lo sé, y estoy con Jael buscándola por todos lados, y no sabes cuánto anhelo conseguirla.

De pronto, recordé algo, y era ese sentimiento extraño que a veces sentía. No estaba seguro si Menahem iba a decírmelo, pero al menos quería intentarlo.

—Menahem, tengo una pregunta —le dije. Ella me miró fijamente—. ¿Por qué estoy empezando a tener visiones con ella? No son muchas, pero cada día aumentan.

—No estoy segura, pero creo que es la conexión.

— ¿Y por qué siento la necesidad de verla? Es como si me hubieran arrancado algo, y estuviera buscándolo entre ansiedad y angustia. ¿Tienes idea?

Ella me miró un poco extrañada, bajó la mirada pensativa, y noté que se estaba manoseando las manos.

— ¿Qué sucede? ¿Hay algo mal con eso?

—Cuando tocas a tu protegida —comenzó ella a contar—, creas un vínculo más fuerte que el creado cuando no lo haces. Puedes provocar muchas cosas en ella, pero solo lo sabrás hasta que la veas. Sin embargo, hacia ti también pueden provocar sentimientos. Creí que no pasaría, pero las visiones me lo confirman.

Tuve miedo de lo que iba a decirme. No sabía lo que estaba a punto de escuchar, pero iba a hacerlo, aunque me costara.

—Las visiones solo son el principio de un sentimiento de amor. Mientras más las tienes, más te conectas con ella a un nivel que ya no quieres separarte. Eso le sucede a los humanos y se intensifica cuando se tocan, se besan o algo más.

»Al tener contacto con ella, se creó y se intensificó el sentimiento que ya existía dentro de ti, pero que lo desencadenaste cuando la tocaste.

—Espera, esto es confuso. ¿Me estás diciendo que me estoy enamorando de ella?

Menahem no me respondió.

— ¿Por eso esa ley está prohibida? ¿Y por qué rayos solo aplica para nosotros? No lo entiendo.

—Siendo humano, como a veces ustedes lo son, pueden tocarla, pero jamás siendo un ángel. Está prohibido porque es su propio castigo, es su propio límite, y si lo hacen, tendrás que vivir con ese sentimiento hasta que ella muera o accedas.

—Esto no tiene sentido para mí. ¿Qué tenemos en nuestro cuerpo que causa eso en los humanos y en mí?

—Es algo espiritual. Te unes a ella, pero también es algo al azar. Puedes tener su odio o su amor, pero en tu caso, que eres un ángel de luz, solo puedes experimentar amor. No tienes opción.

— ¿No hay forma de arreglarlo? ¿¡Es en serio!?

—Sí, la hay, y por eso estoy aquí. Puedes revertirlo para que no te den el juicio. Fue lo que acordé, pero tienes un tiempo límite.

— ¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Tienes que protegerla para que no muera, porque entonces estarás perdido. Pero mientras lo haces...

—Espera —interrumpí—, ¿Cómo hago para que no muera si ya está muerta? ¡Por Dios!

—Su cuerpo físico lo está. No te alarmes, ella está viva por ahí. Debes regresarla al mundo real. No sé si lo notaste, pero su cuerpo original no tiene tu marca; la tiene su espíritu.

Me quedé pensativo por un momento y dejé a Menahem sola. Abrí la «caja fuerte», y un enorme vapor frío salió, casi congelándome. Entré rápidamente y abrí la urna, comprobando que efectivamente no tenía la marca. Estaba atónito. Regresé con Menahem para contarle lo sucedido.

—Tienes razón —expresé.

Ella me miró extrañada.

—Debes regresarla a su cuerpo —dijo ella.

Este nuevo giro en mi destino me dejó perplejo. Mi misión ahora era clara, pero las implicaciones de mis acciones eran más profundas de lo que había imaginado.

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