Una figura menuda, femenina, vestida con una túnica vaporosa y blanca, avanzaba por las escaleras hasta la amplitud del sótano. El lugar estaba escasamente iluminado por varias lámparas de aceite.
Ella, rubia, nívea, con rasgos que proclamaban inocencia y candor. Su baja estatura y formas delgadas armonizaban con los ojos grises que poseían una chispa. Esa noche se hallaba un tanto temerosa y titilante, pues, aunque sabía lo que iba a pasar, no estaba mentalmente preparada para semejante acto blasfemo del que sería protagonista.
Abajo la esperaban dos hombres, vestidos igualmente con una túnica. El primero de ellos, el más alto, tenía el cabello arreglado a la perfección. Era rubio, y su expresión siempre presentaba una impenetrable seriedad. El tipo de hombre al que rara vez se le veía sonreír y cuyas fallas serían desconocidas para la mayoría.
El otro joven, un tanto más bajo que el primero, pero mucho más alto que ella, presentaba facciones andróginas. Sus ojos grises, almendrados como los de un gato, enmarcaban el cabello oscuro que grácilmente caía sobre sus hombros; presentaba una piel tan clara como la de ella.
Ambos giraron hacia la joven cuando llegó, frente a los tres yacía el cadáver de un hombre recostado sobre una especie de altar de mármol. Parecía un rey en su velorio, sus facciones eran agrias, duras, acentuadas aún más por la atrofia de su muerte.
—¿Están conscientes de que, tras el ritual, no pueden renunciar ni al don, ni a las responsabilidades que les serán concedidas? —dijo el rubio.
—Sí, lo estamos —respondieron ambos, al unísono.
—¿Juran, por su honor y vida, que usarán el don con responsabilidad y solo bajo la aprobación mayoritaria de los herederos de Lord Byron?
—Sí, lo juramos.
—¿Juran mantener y proteger el secreto de nuestra especie ante los ojos de los mortales?
—Sí, lo juramos.
El rubio hizo una señal al joven de cabello largo, este comenzó a desabotonar la camisa del difunto hasta exponer su pecho. Procedió a empuñar una daga y la hundió sin mayor escrúpulo, desde la unión de las clavículas del cadáver, hasta su vientre. La sangre comenzó a relucir en una línea de tonos cereza, la rubia volteó para no mirar aquel visceral acto, pero el sonido de la carne separarse dejaba muy poco a la imaginación.
El castaño seccionó su piel, lo abrió cual autopsia para exponer sus órganos. Dejó su carne como libro abierto, cuyas páginas extendidas lucían una capa de grasa amarilla y húmeda. Con las manos llenas de coágulos, tomó y liberó el corazón de Lord Byron.
Con algo de solemnidad y la misma delicadeza que tendría al sostener a una paloma entre sus palmas, entregó el corazón al más alto.
Un trueno los sobresaltó de pronto, los tres giraron hacia la escalera y tras confirmar que nadie venía, el andrógino se dirigió al mayor.
—Hagámoslo rápido. Cuanto más tardemos, más peligroso será.
Entonces el rubio, mientras posicionaba en una bandeja de oro aquel órgano inerte, lo dividió en tres segmentos iguales. Acto seguido, y sin ensuciarse tanto como su compañero, repartió los pedazos del corazón. La muchacha, Primrose, observó con bastante repulsión su trozo correspondiente. La recorrió un escalofrío al sentirlo viscoso y helado al tacto.
Los tres parecieron armarse de valor, fueron los hombres quienes mordieron primero. Ella lo hizo poco después, el olor a carne levemente putrefacta, similar al hedor que suelta la carne de cerdo cruda, le provocó una arcada. Casi escupió lo que había arrancado entre sus dientes.
—No lo saborees, no respires o vomitarás —mencionó el castaño al apiadarse de la joven.
A él no le asqueaba en exceso, pues había comido cosas peores. No le perturbaba tanto como a ella la idea de estar devorando el corazón de su propio padre.
La rubia comió todo, sin embargo, tras batallar porque aquello se quedará en su estómago, un mareo inevitable se presentó. Todas las lámparas cambiaron su llama amarilla por un tono rojo intenso.
Primrose no supo si aquello fue una alucinación o algo real, puesto que desfalleció en los brazos del rubio, quién alcanzó a sostenerla.
—¡Primrose! —exclamó el mayor con alarma.
La sorpresa no pudo asentarse, pues escuchó su nombre provenir de los labios del castaño, quién también se desmayó al instante. Alcanzó a sostenerlo dificultosamente por el brazo.
Posteriormente, recostó a ambos con cuidado en el suelo para cuando los mismos síntomas lo vencieran a él.
El ritual estaba completo.
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Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICO
VampireEn 1850, la reina Victoria reinaba con pulcritud y recato a los ingleses, pero una vez que el sol se ocultaba, era Lord Byron Cruthadair quién regía a las criaturas de la noche. Tras el repentino suicidio de este patriarca vampiro, sus tres heredero...