IX. El Inmortal

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Por supuesto que Elliot no podía enfadarse con ellos por demasiado tiempo. No solo porque eran unos adolescentes que le causaban un mínimo porcentaje de gracia, sino porque había labores que debían cumplir los tres.

Llevó a ambos en un carruaje sin ventanas por una ruta desconocida y asimétrica, ni siquiera el aroma o la humedad del viento se filtraba como para que Locrian pudiera detectar su ubicación. Todo lo que podían predecir, por el golpe de pequeñas piedras bajo el carruaje, era que aquel sitio no se trataba de una ruta conocida por los mortales.

Aquella incertidumbre terminó cuando Elliot abrió la puerta para que bajaran. Era un sitio entre las montañas, probablemente varios kilómetros lejos de Winchester. Un lugar totalmente inhóspito donde el cielo se comportaba de una manera que ni siquiera el gitano hubiese visto en sus tantos viajes.

Parecía un eterno ocaso, una luz tenue y abochornada, matices grises, verdes y púrpura que ni los cielos de otros planetas podrían igualar.

—¿Dónde estamos? —preguntó Locrian.

Ambos siguieron al mayor, para ella era difícil desplazarse entre aquellos roqueríos con su vestido, pero con la ayuda de sus compañeros podía seguirles el paso por donde el carruaje ya no tenía la oportunidad de ingresar.

—Vamos a visitar a Mortem.

—Pues podríamos comprarle una casa en un sitio menos complicado para acceder. ¿Qué clase de aliado ermitaño vive aquí? ¿De qué se alimenta? ¿De zorros y conejos? —protestó Locrian.

—No se alimenta. Y precisamente vive aquí para ocultar su don del mundo —explicó el rubio.

—¿Don? ¿Te refieres...? —Ella abrió sus ojos de modo amplio, separó los labios con sorpresa. Era el hombre que Elliot le había descrito, aquel que nació entre dos creadores con el don de la absoluta inmortalidad, aquel que asesinó a todos los que pudieran crear más vampiros con la mordida, excepto a Lord Byron—. ¿Al... inmortal?

—Así es. El vampiro más antiguo conocido, el único que no puede morir con absolutamente nada. Lord Byron le hacía visitas con frecuencia para asegurarse de su bienestar y pedirle consejos. Lo conozco, a pesar de su grandeza, su edad y hazañas, es totalmente sereno, con una mente intachable —dijo Ballard.

—Estoy algo confundido. ¿No puede morir con nada? ¿Ni con la luz del sol? ¿Ni con una puñalada? —preguntó el castaño—. ¿Y por qué el cielo está tan extraño?

—El cielo se vuelve así después de que pasa algunas décadas en el mismo sitio. Es casi una cúpula que no cambia, y que permite a los vampiros acercarse incluso en las horas más diurnas.

—¡Santísimo Cristo! ¡Un hombre totalmente inmortal! Apuesto a que tendrá consigo habilidades en todas las artes, cientos de idiomas. ¡Milenios de conocimiento! Debe ser el hombre más sabio del planeta —exclamó ella.


—Me quiero morir —dijo Mortem. Los Cruthadair habían llegado a la cueva donde él vivía, aquella vivienda tan poco convencional oculta entre las montañas.

Primrose y Locrian lo miraban con desconcierto, esperaban a un hombre aún más varonil y fuerte que Lord Byron, a un maestro sabio de cabello gris con barba amplia. Pero se encontraron a un muchacho delgado, de ojos de ceniza y ojeras pronunciadas, pecas, cabello rizado oscuro con algunos rizos dorados en la parte de su nuca. Era atractivo, pero su mirada expresaba nulas ganas de vivir.

—He intentado todos los métodos posibles para suicidarme durante cientos de años, no obstante, estoy condenado a este perpetuo aburrimiento que ni siquiera los astros tendrán cuando sea el fin de la materia misma.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora