III. Las tres preguntas

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La rubia terminó de encender esa última lámpara en la sala de estar. El fuego ya no era rojo, y ellos ya se habían recuperado de aquel sangriento ritual que aún le revolvía el estómago a la mestiza.

Locrian se encontraba recostado en un futón, su cabello disperso en tal mueble parecía una enredadera oscura y fina sobre una roca; sus facciones de ángel podían ser contempladas por un tiempo más prolongado debido a aquel breve descanso. Elliot, por su parte, leía en su sofá favorito, con sus dedos se aseguraba de eliminar hasta el más mínimo doblez de cada hoja que leía. Su meticulosidad era preciosa y exquisita de presenciar.

Todo era tranquilo hasta que la joven, más que aburrida, rompió ese silencio.

—¿Qué tal si jugamos algo? Si hemos ya aceptado vivir una eternidad juntos, creo que sería bueno esforzarnos para conocernos y llevarnos mejor.

Los ojos del gitano se abrieron, alzó sus pestañas delicadamente. Sonrió, volteó el cuerpo para quedar de costado, así pudo mirar a la ociosa joven.

—Me gustan los juegos, me apunto a lo que sea. —Le guiñó un ojo, pero la voz ronca de Elliot le reprendió al instante.

—Locrian.

El mayor ni siquiera desvió la vista de su lectura, pero debido a que perdió el ritmo de esta, tuvo que retroceder varios párrafos para asegurarse de que ninguna línea quedó en el olvido.

—Estaba pensando en que... podríamos hacer una pregunta, cada uno de nosotros, que los tres debemos responder sin falta ni omisión alguna —propuso la mestiza.

—Me interesa. Ya tengo mi pregunta en mente —rio entonces el gitano. Elliot puso un separador entre sus páginas, y tras subir su mirada en gesto de hastío, se vio obligado a cerrar su libro.

—De todos los sitios en esta mansión, ¿por qué tienen que venir justamente donde estoy leyendo en perfecta serenidad? —se lamentó el centenario.

—Oh, no seas amargado, Ballard. Ya que has cerrado tu cuento de hadas, juega con nosotros también. ¿Cómo le vas a decir que no a esa bella carita de ángel? —insistió Locrian.

—¡Genial! Entonces yo voy primero... ¿Qué descripciones o recuerdos tenéis de papá... de Lord Byron? —corrigió ella de inmediato.

De pronto, el ambiente cambió debido a esa pregunta. Elliot sentía un recuerdo doloroso, y Locrian una sensación de profundo desagrado. No era algo que quisieran recordar. Ella, al notarlo, fue la primera en compartir un punto de vista diferente, tratando de remediar su imprudencia.

—Yo recuerdo que lo vi de espaldas algunas veces. Hablaba con las religiosas del internado y les pagaba los costos de mantenerme. Era alto, usaba siempre colores grises o azules; su cabello era largo hasta más allá de sus hombros, liso y rubio, casi del tono de las cenizas. ¡Siempre utilizaba un sombrero de copa! Era fuerte, y recuerdo haberme acercado un poco aquella vez. Él volteó con una delicadeza tal que solo pude ver el perfil de su rostro. Su expresión era aterida, los ojos muy grises, pero a pesar de ello, vi algo de compasión en el modo en que me miraba. Siempre pensé que... algún día vendría por mí y podría conocerlo, quererlo... y que él me querría a mí.

Tras terminar de narrar, bajó su triste mirada, pues ese anhelo jamás le sería concedido. Elliot presionó el puente de sus gafas para acomodarlas, y tras un silencio, se compadeció de ella, por lo que fue el siguiente en hablar.

—Lord Byron Cruthadair era alguien mucho más maduro y con mejores decisiones de las que pude haber tomado yo. Él tenía miles de años, tantos que comprendía cómo funcionaba la mente de cualquier enemigo o aliado. Era justo con sus súbditos, todo su poder lo utilizaba para proteger el secreto de nuestra especie ante ojos mortales. Podía predecir con base en posibilidades y su inmensa experiencia, por tanto, cada consejo que él brindaba a su servidumbre o a otros clanes era un verdadero tesoro —explicó él.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora