XXVIII. La hoguera

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La gran celebración de los Warmblood dio inicio la noche siguiente. Los cientos de vampiros se vistieron con prendas rojas, particularmente ceñidas al cuerpo. Ni un solo vestido tradicional o túnica podía verse entre las calles. Todos usaban pantalones y playeras que parecían haber sido atacadas por una serie de tijerazos asimétricos, pero aquellos hilos colgantes y los vestigios de piel que revelaban en sus portadores, poseían un exótico encanto. No eran trajes andrajosos, sino más bien, diseños cuidadosamente pensados.

Elliot vistió una camisa bastante holgada de tonos carmesíes, además de unos pantalones negros que conservaban un bajo perfil entre los asistentes. En la villa, cientos de antorchas iluminaban los pasajes y los deliciosos manjares que los anfitriones ofrecían frente a sus casas. Incluso niños inmortales corrían entre las personas, y la música sugería notas de medio oriente.

Ballard buscó a Primrose, se había dado por vencido respecto a encontrar a Locrian, pues imaginaba que aprovecharía a involucrarse con algunas señoritas, beber, o portarse imprudente. No le importó, pues aquella noche no deseaba verlo.

—¡Elliot! —llamó ella, intentó moverse entre la multitud hasta llegar junto a él—. No te he visto desde... ayer... ¿Estás enojado conmigo?

Era cierto. Desde aquello que había ocurrido en la cocina de la casa de huéspedes, el mayor necesitó un tiempo para distanciarse de dicha situación que había escalado hasta niveles que no debió permitir que ocurrieran.

Pero, ¿cómo enfadarse, o siquiera resentir sus sentimientos con esa mirada que reflejaba las decenas de llamas de los pasajes en aquella villa? El corazón del rubio era débil únicamente ante tales ojos, ante aquella mirada perdida y trémula.

—No estoy enojado contigo, Primrose —aclaró él.

—Sobre lo que ocurrió con Locrian... en el carruaje... y en la cocina... yo...

De pronto, unas mujeres se aproximaron con entusiasmo a la rubia e interrumpieron sus palabras.

—¡Señorita Cruthadair, bienvenida! ¡Bienvenida sea! —Una de ellas la abrazó, otras sujetaron sus manos. Eran tres jóvenes pelirrojas, las tres con aquellos ropajes cortados que dejaban sus brazos y vientres al descubierto—. Por favor, permítanos vestirla para la ocasión, tenemos un vestido que le quedará espléndido.

Elliot alzó su mano para decir algo, pero no pudo evitar que las tres prácticamente la arrastraran a una tienda improvisada cerca de una casa.

—¡Estaré bien, no te preocupes! ¡Nos vemos en la hoguera! —vociferó ella.

Ballard se quedó solo entre aquella multitud, así que se dirigió a aquel círculo que festejaba alrededor del fuego. Intentó extender su pañuelo en el suelo para evitar ensuciar su ropa con tierra y restos de césped, pero aquello fue una preocupación menor, ya que su mente no dejaba de pensar en todo lo que había ocurrido.

Entre las enormes llamas, entre las guitarras, castañuelas y tambores, se encontraba Locrian, quien vestía una camiseta carmín dejando al descubierto su estrecho abdomen, tenía también un pantalón tan holgado que lucía como una falda. Él bailaba libremente entre los demás inmortales, mecía sus caderas de lado a lado, subía sus brazos y su cabello se movía tan libre como el fuego.

Era un baile seductor, hipnótico, pero los únicos espectadores para los que Locrian danzaba era para la luna llena, para la vida, el amor y la libertad.

El gitano era la belleza de la noche, Elliot no podía odiar a una criatura tan hermosa, tan perdida y errante a la vez.

Quiso, por un segundo, intercambiar cada habilidad aprendida, cada década de experiencia, cada ápice de sabiduría por el poder de leer la mente del castaño. ¿En qué terminaría aquel triángulo amoroso? El centenario había leído decenas de libros que reflejaban trágicas historias donde un protagonista se debatía entre dos amores, y en ninguna de aquellas páginas tal situación terminaba bien, siempre un evento así culminaba en corazones rotos o batallas épicas donde dos hombres virtuosos perdían la razón y se asesinaban mutuamente. ¿Él sería capaz de clavar un puñal en el corazón de Locrian? Desde luego que no, pero... ¿Locrian sería capaz de asesinarlo a él para quedarse con la rubia? El amor enloquece a las personas, les hace perder el juicio, perder amistades y valores propios, lo sabía bien.

¿Locrian estaba enamorado de la rubia? No tenía manera de saberlo, quizás era un juego más entre los licenciosos ardides del gitano. Aunque, por otro lado, recordaba cada vez que Locrian parecía un niño al sujetar la mano de la muchacha y correr con ella por los pasillos. Recordó cuando le enseñaba a usar una espada, como reían juntos, cuando el vampiro se deshacía de esa desagradable máscara ladina y mostraba su verdadera personalidad. Aquella libre de engaños, esa personalidad justiciera y generosa. ¿Por qué no podía amarla así? Elliot hubiese estado encantado de bendecir la unión de ambos si Locrian fuese siempre alguien honesto, sin facetas sobre sexualizadas, sin pullas maliciosas, sin ese andar que producía intriga, pero una inevitable desconfianza.

Necesitaba conocer su modo de pensar, sus deseos, sus inquietudes. Aquella noche, Elliot deseó comprenderlo, pero los intentos se desvanecieron cuando su mirada encontró a Primrose.

En el otro extremo de la hoguera se encontraba ella, vestía prendas rojizas, como hiladas entre sí, pero que se ceñían bien a su cuerpo, dejando sus brazos al desnudo. Era un traje que nacía desde su cuello y terminaba en las rodillas. Sin embargo, tal vestuario no fue el imán de la atención de Ballard, sino aquella forma en la que Primrose miraba al gitano, estaba prácticamente hechizada por su danza exótica y libre, por su belleza, por las emociones que le despertaba. Parecía una polilla ante la luz de una vela, y ese intento del centenario por comprender las razones de Locrian para orquestar ese escenario se terminó de sepultar.

Seguramente para Locrian era divertido, era tan solo un pervertido juego el competir por ella, así que por más que lo adorara, decidió que debía poner un alto. Iba a hablar con él y frenar sus trucos irresponsables.





El nombre "Locrian" proviene de una escala musical lúgubre, un tanto desconocida y poco utilizada por los artistas. Su madre lo bautizó así al sentir que, aunque su nacimiento era indeseado por Lord Byron, él era único, pese a su origen y hermoso a su modo.

Locrian, a pesar de su belleza y encanto, jamás fue capaz de tener pareja, ya que su corazón estaba ocupado.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora