VII. Virtud

246 27 30
                                    


Quizás por haber vivido en un claustro durante toda su vida, el jardín atraía a Primrose como la primavera a las abejas. El césped relucía aquel verde brillante que era mecido por las ondas del viento, simulando una marea justo frente a la mansión.

Atrás de la casa, algunos árboles cercanos y vegetación invitaban a varias aves e insectos, pero lo que notaron los ojos claros de la joven fue una codorniz en particular. Llevaba en su pico algunas ramitas que recolectaba de entre los arbustos. El pájaro subía por entre las hojas, y situaba sus pequeños hallazgos junto a lo que parecía ser un nido a medio construir. Aparentemente, le costaba realizar esta tarea, y ya no quedaban demasiadas ramas sueltas por ahí.

Ella abrió el ventanal, el ave se asustó y voló hacia el techo de la casa. Primrose aprovechó para dejar un platillo hondo con agua y algunas migajas de pan para cuando el pájaro retornara. Además de ello, dedicó unos minutos a cortar pequeñas ramitas del arbusto para ayudar a la codorniz. Se las dejó al alcance para que pudiera continuar edificando su nido.


Una de aquellas noches, Primrose hacía lo posible parar no ser vencida por el sueño. Aún se esmeraba mucho por cambiar su horario para coincidir con sus compañeros, pero la naturaleza predominante siempre estuvo del lado del sol.

Ocupó su mente en una de sus tareas designadas, clasificar las diversas cartas que provenían de distintas partes del mundo; muchas de ellas estaban en dialectos que no conocía, aquellas las apartaba para que Elliot pudiera traducirlas.

Locrian se encontraba en la misma sala, pero él se ocupaba de reparar algunas cortinas y ropa. La rubia, de vez en cuando, se distraía observando la elegancia y destreza con la que el gitano hundía la aguja en el género, ella no podría hacerlo mejor.

—¿Dónde aprendiste a coser así?

—En el campamento donde nací. Muchas veces debíamos hacer nuestras propias ropas y los niños solían ayudar a las mujeres —comentó el castaño. Su cabello estaba recogido con un listón, aquello hacía que su rostro se viera aún más perfilado—. ¿Por qué? ¿Te parece poco masculino el que un hombre haga tareas como esta?

—¡No, en absoluto! Creo que es... ¡Es genial! Locrian soltó una pequeña risa y volvió a su labor.

—Siempre he creído que un adulto, sea hombre o mujer, debe saber realizar cualquier tarea. Desde cocinar, hasta empuñar una espada. Desde reparar el establo hasta limpiar la casa. Es supervivencia básica, independencia.

—¿Consideras que yo pueda levantar una espada y reparar algo?

—Claro que sí, puedes hacer todo lo que te propongas.

—¡Pero no tengo fuerza como tú o como Elliot! —dijo ella.

—Entonces, eso significa que tendrás que esforzarte un poco más que nosotros. Sin embargo, sí, puedes hacer todo lo que hace un hombre. Y si sientes que no, te ayudaré hasta que puedas.

Ella sonrió, la gentileza de Locrian le hacía feliz. Cuando el gitano no estaba coqueteando, su verdadero ser salía a relucir y era fascinante.

Supuso que algún día podrían recuperar el tiempo que la vida les arrebató, que podría tener un hermano mayor al que admirar y seguir.

Poco después, Elliot llegó.

—Los estuve buscando —mencionó el rubio. Dejó una carta sobre la mesa, al alcance de la joven. Se quitó sus gafas, retiró pelusas y trozos de tela que las costuras de Locrian estaban dejando para mantener el lugar en orden; las depositó en un papelero—. Una pareja de un clan subordinado acaba de dar a luz a su primer hijo.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora