XXVII. Pertenencia | ⑱

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En carruajes separados llegaron a Blackpool. Los patriarcas del clan Warmblood los recibieron con rostros sonrientes, ropas sencillas. Aquello los hacía parecer aldeanos comunes y corrientes.

Era toda una villa de construcciones escocesas, pero lo más llamativo de aquel sitio eran las incontables telas que colgaban de una casa hacia otra. Telas que simulaban coloridas decoraciones y guirnaldas, pero que en realidad cumplían una creativa y disimulada función específica: crear calles por las que transitar y moverse durante el día. Generaban una sombra aún más sólida que la de mullidas copas de árboles.

—¡Bienvenidos, señores y señorita Cruthadair! ¡Qué agrado recibiros! ¡Por favor, dejad vuestros carruajes y caballos al cuidado de nosotros! ¡Podéis poneros cómodos y descansar del largo viaje en nuestra casa de huéspedes! —dijo Rush Warmblood, el vampiro cuya familia directa estaba a cargo de aquella alegre y hospitalaria comunidad.

Varios inmortales los recibieron para ayudarlos con su equipaje. Elliot pasó junto a la rubia, pero antes de que ella siquiera pudiera mencionar su nombre, o intentar explicarle lo que ocurrió en el carruaje, él ya se había ido junto a Rush Warmblood. La había ignorado por completo. Locrian, por su parte, le dedicó una mirada traviesa, y se dirigió a la casa de huéspedes a descansar. Primrose se quedó sola por momentos, tras un suspiro decidió que no podía aclarar las cosas con tanto cansancio acumulado en su ser, debía asearse y dormir.


El frágil cuerpo de la mestiza estaba abrigado por una bata fina, tan solo atada por un lazo color crema. No importaba, pues en aquella casa de huéspedes solamente se hallaban ellos.

Los rayos de luz a través de las guirnaldas creaban un ambiente naranjo, con algunos reflejos verdes y púrpuras, pero principalmente una gama de colores marrones que permitían a varios vampiros transitar con libertad afuera. Era tan distinto a la mansión en la que vivían, aquella aislada por un enorme terreno donde el sol besaba el suelo directamente. Sí, estaba más protegido ante ataques diurnos de otros clanes, pero un incendio o colapso de aquellos muros los expondría directamente y no tendrían más escape que esperar la noche en los subterráneos.

Se encontraba en la cocina, pues le inquietaba la idea de que Elliot la odiara al verla tener intimidad con Locrian, prácticamente lo habían hecho frente a él. ¿Y si creía que ella era una mujerzuela que solo jugaba con ambos? ¿Y si la juzgaba y decidía ya no amarla?

Se tapó los ojos y ahogó un suspiro apesadumbrado, pues su corazón no podría soportar perderlo. Tampoco quería perder a Locrian. ¿Por qué no podía dividirse en dos Primrose para amar a cada uno?

Cuando apartó las manos de sus ojos, en el reflejo de la ventana frente a ella pudo ver el rostro de Elliot, quién se hallaba atrás de su preocupado ser. Ni siquiera pudo escuchar sus pasos al llegar.

Se volteó en un sobresalto, pero sus labios no pudieron articular palabra alguna, puesto que él volvió a voltearla. Ella apoyó sus manos sobre el mueble que tenía en frente, y las manos de Elliot tiraron del listón para desatar aquella bata. Desde la zona de la cintura hasta sus hombros, él deslizó sus yemas por aquella desnudez, incluso por su par de sensibles capullos que tiritaron frente al tacto.

—E-Elliot... ¿No estás molesto conmigo?

—Sabes muy bien que no puedo molestarme contigo —susurró, dejó su aliento estremecer el cuello de la joven. La abrazó, y la pegó contra su pecho en una dulce prisión—. Me gusta que aun cuando estás haciéndolo con él, todo lo que puedes hacer es llamar mi nombre.

Ella exhaló, sentía la respiración contraria sobre su lóbulo y cuello. Sus delgadas piernas flaquearon, pero no necesitaba sostenerse a sí misma, pues estaba siendo poseída por él. Entre sus brazos, ni siquiera tenía que mantener el equilibrio.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora