XXV. Prim, estos no son champiñones...

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Tanto Locrian como Elliot se hallaban en la sala de estar. Ballard anotaba en uno de los libros de registros las cifras que Locrian le dictaba, al parecer debían apuntar diversas ganancias que las plantaciones habían generado los últimos dos meses. A pesar de aquella tediosa tarea, ambos lucían relajados. Locrian había atado su cabello y usaba una de sus camisas más holgadas, mientras que Elliot compartía aquel despreocupado estilo, manteniendo su semblante intachable.

Junto a una de las mesas que habían traído, podía divisarse una de las causas del estado de ambos vampiros, unas finas copas de vino acompañaban su ardua labor.

A Primrose le pareció extraña dicha armonía, aunque estaba agradecida de que cada vez fuera más frecuente que ambos trabajaran en equipo. Es por ello que, con su chispeante alegría, preparó un pequeño regalo para sus compañeros.

—¡Muy bien, muchachos! ¡Es hora de descansar un poco! —dijo la rubia, quien entre sus manos sostenía una ensaladera llena de setas bañadas en limón y pimienta. También había traído tenedores para poder compartir con ellos—. ¡Preparé unos deliciosos champiñones!

—¡Oh, gracias! —comentó Locrian, para entonces tomar asiento en uno de los sofás. Elliot también se acomodó.

—No deberías preocuparte por nosotros, Primrose. Pero lo agradezco.

Ella se sentó frente a los vampiros. Locrian pinchó con su tenedor uno de aquellos deliciosos hongos. Antes de comerlo lo examinó, puesto que su forma no era nada similar a la de los champiñones. Primrose ya se encontraba degustándolos.

—Ah, Prim, ¿de dónde sacaste estos hongos? —preguntó el gitano.

—Los encontré en el bosque, había varios de ellos —contestó la joven.

Elliot miró los hongos, luego miró a Locrian. También había detectado el problema. La mirada que ambos se dedicaron se leía en un claro: "¿cómo le decimos?".

—Prim, estos no son champiñones... —le dijo el castaño.

—¿No lo son? ¿Qué son entonces? —preguntó ella con inocencia y las comisuras llenas de los restos de aquel alimento—. ¡Ay, no! ¡No me digan que son venenosos!

—No, no, tranquila. Puedes comerlos, pero causan un efecto... algo extraño —dijo Locrian.

—¿Extraño?

—Es un hongo alucinógeno —mencionó Elliot—. Liberan un componente a tu cerebro que altera tu visión de la realidad.

—Pero no te asustes, he comido de esos. Puedes ver sonidos, las superficies respiran y te sientes en contacto con la naturaleza. Debo decir que hace bastante que no veía algunos de estos —dijo el gitano. Procedió a comerse el que tenía en el tenedor.

—¡Locrian! —le llamó la atención Elliot.

—¿Qué? No dejaré que Prim viaje sola. Además, ¿rechazarás esta deliciosa ensalada que nos ha preparado con tanto amor? —Ahí estaba nuevamente esa expresión juguetona y ladina por parte del vampiro—. Anda, diviértete, estamos en casa, no va a pasar nada malo. Sabes que quieres.

—No lo obligues a consumir drogas. ¡Locrian malo, Locrian malo! —dijo la fémina con una evidente vergüenza ante haber traído semejante alimento a su hogar.

Elliot cerró los ojos, soltó un suspiro. Meditó las opciones unos instantes, hasta que tomó en su tenedor uno de ellos, lo inspeccionó, jamás había consumido ningún tipo de droga que no fuese el alcohol, pero estaba seguro de que aquello no le afectaría de gran manera. Después de todo, no era un adolescente, sino un hombre fuerte.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora