VIII. Vicio

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Intentó permanecer despierta aquella noche, pensó que un paseo nocturno sería la mejor manera de mantener su mente activa. Comenzó a extrañar a Elliot, él probablemente le diría que una dama no debe pasear a solas en la oscuridad de su jardín, pero jamás había visto la noche en Winchester.

Su naturaleza temerosa no se atrevía a ir al bosque o más allá de la propiedad, simplemente dio algunas vueltas alrededor de la mansión para memorizar sus dimensiones y detalles. Notó que la belleza del cielo superaba con creces la arquitectura de su hogar.

Una salpicadura de estrellas iluminaba Winchester. Jamás un pintor podría retratar la belleza que sus ojos captaban, las tonalidades púrpuras, grises y celestes conformaban una nube neón inmensa llena del destello de incontables astros. Nunca había contemplado el cielo así, ya que en Londres las luces de las calles y las nubes entorpecían el esplendor del firmamento.

Contra todo protocolo, se permitió a sí misma recostarse sobre el césped para mirar aquel, casi imperceptible, movimiento sobre ella. Algunos grillos sonaban a lo lejos, y tenues luciérnagas comenzaban a formar un paralelismo con los astros, simulaban ser estrellas caídas. ¿O acaso las estrellas eran los espíritus de todas las luciérnagas que algún día habitaron la Tierra?

Pensó que su especie era como los astros: milenarios, sabios, solo visibles en la noche, pero con una belleza inalcanzable. Agradeció internamente estar con vida y con el raciocinio suficiente que le permitiera disfrutar de un espectáculo tan sublime, uno gratuito, y a la vez, tan invaluable.

Se durmió en el jardín, amparada por cada lucero que se deleitaba contemplándola a ella.


Elliot regresó cuando la luz del día ya invadía Inglaterra. Su carruaje lo dejó casi a la entrada de la mansión, y una gruesa sombrilla lo protegió en aquel breve trayecto hacia la puerta.

Estaba agotado, el calor del día le produjo un irritante dolor de cabeza, pero se alegraba de haber regresado a la mansión para poder descansar. Se quitó el abrigo, removió su sombrero y las gafas, también se tomó la libertad de desnudar los antebrazos subiendo sus mangas tan solo un poco. Pero su paz mental se disipó y un instinto disparó la alerta en cuanto percibió el aroma de un desconocido. Un intruso en la mansión.

Sus sentidos no cometían error alguno, alarmado, corrió hasta la fuente de donde provenía esa esencia. No podía percibir el aroma de Primrose dentro de la casa. ¿Qué había sucedido?

El rubio abrió la puerta del cuarto de Locrian de golpe, pues de ahí provenía ese hedor extraño. Lo que encontró le llenó de cólera, las venas de sus antebrazos se hincharon de ira al notar que el gitano se hallaba desnudo junto a un desconocido.

—¿¡Qué demonios es esto?! ¿¡Qué es esto?! —gritó Elliot, Locrian se sentó en la cama de golpe, cubrió su torso con la sábana húmeda. El hombre despertó también, asustado. Al parecer ambos habían compartido una noche más que íntima.

Elliot estaba tan enojado que no podía identificar si aquel hombre era un vampiro, un humano, un mestizo, o si Locrian había tenido la osadía de convertirlo él mismo. De lo que estaba seguro era que habían fornicado, las feromonas de Locrian estaban por todas partes.

—¡Fuera de aquí, Elliot! —gruñó el gitano. No pudo reaccionar cuando el vampiro arrancó a su amante de la cama y lo arrastró hacia las afueras de la habitación.

Primrose había llegado al oír la algarabía, sus ojos se abrieron atónitos y nuevamente permaneció rígida contemplando cómo aquel extraño rogaba piedad a Elliot. El pobre sujeto ni siquiera sabía qué había hecho mal. Por su mente cruzó la idea de que Ballard era un padre iracundo enterándose de que su hijo era un sodomita.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora