II. La mansión Cruthadair

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Año 1850, Inglaterra.

Tres días antes del ritual.


El trote de caballos y el sonido propio de un carruaje, siempre despertaron en la rubia una sensación relajante. Aquello la ayudó a calmarse, puesto que casi no podía contener los nervios que le provocaba su destino, vería por primera vez a su hermano y al señor Ballard.

Primrose apretó la carta que la había convocado a ese sitio tan lejano. Ella acababa de cumplir los dieciocho años, era una joven de modestia victoriana que fue criada en un internado religioso de Londres, esa era la primera vez que hacía un viaje tan largo.

El follaje de cada árbol en la senda traslucía la luz de media tarde. Las tierras rurales de Winchester eran muy distintas a la monocromía londinense, aquella tan gris y deprimente, que incluso las flores más hermosas llegaban marchitas a la fría ciudad. Winchester era diferente, grandes fincas y bosques florecían a su alrededor, además, contaba con un pueblo central que no había tenido el placer de conocer, pero que escuchó que constaba de una iglesia, un largo mercado matutino y diversos negocios de los wintonianos.

Esa ciudad sería su nuevo hogar, más precisamente la mansión de su padre, Lord Byron Cruthadair. Aquel hombre había fallecido hace menos de una semana. Lord Elliot Ballard, el mejor amigo y mano derecha de Byron, le informó la noticia de su sorpresivo y repentino suicidio.

Nadie se explicaba por qué había decidido algo semejante, mucho menos Primrose, que no había cruzado palabras con su progenitor. Él siempre costeó su educación y comodidades, sin embargo, jamás había entablado una sola conversación con su hija. Ella, en escasas situaciones, lo vio hablar con las mujeres a cargo del internado para resolver cuestiones de su estadía, pero ni siquiera tenía en mente un claro retrato del rostro de su padre.

Aun así, su corazón bondadoso no podía evitar afligirse. Ella no tenía idea alguna respecto a cómo administrar una herencia tan importante como la de su padre. Estaba segura de que sería un blanco sencillo para algún matrimonio arreglado con alguien que probablemente la llevaría a la ruina. Primrose, a pesar de su ingenuidad, sabía que su confianza excesiva en las personas la podría involucrar en problemas. Una muchacha de su edad no poseía educación financiera, no sabía manejar varias tierras, ni disponer de servidumbre para aumentar el poder y las riquezas de su familia. Fue prácticamente arrancada de raíz y transportada a una posición para la que no estaba lista.

Sabía que Lord Ballard había sido designado por su padre para repartir los bienes entre ella y su medio hermano, Locrian, al que tampoco había visto y del que nunca escuchó rumor alguno. Pese a su lejanía, ansiaba conocerlo y compartir gratos momentos que les fueron arrebatados en su infancia, por la severidad del padre.

Todo lo que sabía era aquello, además de la extraña naturaleza que compartían los tres herederos. Locrian y Elliot eran vampiros, ella era una mestiza entre la sangre inmortal de Lord Byron y la de aquella mujer que la dio a luz, quién por desgracia falleció en labores de parto. Por ello, no solo era una herencia material la que el patriarca les dejó antes de quitarse la vida, sino una que conllevaba la responsabilidad de manejar el control y supervivencia de su especie, así como el orden y poderío de su clan sobre otros.


Al llegar a la propiedad, el conductor del carruaje la ayudó a bajar sus pertenencias, nadie salió a recibirla. Su figura menuda se veía intimidada por la inmensidad de la mansión, la cual estaba rodeada de árboles que brindaban privacidad y dificultaban el acceso a aquellas tierras.

El tejado se hallaba recubierto de hojas secas, y no sabía si el tono azul pastel opaco de la madera en él se debía al desgaste natural, o a un gusto del patriarca por lo sombrío. Aun así, era un lugar hermoso, enorme y de construcción opulenta. Blancos e impecables muros se alzaban en dos pisos de esa mansión inmensa que disponía de al menos cuatro entradas, una trasera, dos laterales y la principal. Las ventanas estaban cerradas con roble pálido, notó al llegar que el jardín que rodeaba todo no era más que una amplitud de césped; aunque por la parte de atrás, en una terraza simple, había algunos árboles refrescando aquel punto donde el sol los acorralaba.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora