XXIII. Conocimiento

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Locrian sirvió la comida aquella noche. Se trataba de un poco de sangre frita, unos pequeños huevos y una copa de sangre en su estado líquido. Los tres se sentaron juntos en esa fina mesa.

—Mañana, por la noche, nos visitarán los jefes de un clan no subordinado. Al parecer es un nuevo clan, aunque dos de sus miembros se han visto involucrados en desastrosas peleas de tabernas en Chambéry —les anunció Elliot. El sonido de los cubiertos tomando porciones de aquella deliciosa comida eran lo único que rompía el silencio de dicha cena.

—Eso suena a que, si piden que convirtamos a un humano para su clan, les dirás que no —mencionó el castaño con la boca llena.

—¿No te parece extraño que un clan nuevo sepa de la existencia de los creadores? Es probable que quienes lo conformen, sean viejos miembros de otros clanes más antiguos —dijo Elliot—. Los disidentes siempre son problemáticos.

—Bueno... quizás debamos esperar a verlos y conocerlos para escuchar sus peticiones. Tal vez solo vengan a saludar —dijo Primrose—. ¡Locrian, esta comida está deliciosa! ¿De qué son estos huevos?

—Me alegra que te guste, son de codorniz. Encontré unos huevos en un árbol en la parte de atrás de la casa. ¡Eso sí es suerte! —sonrió el gitano.

Los ojos de la joven se abrieron con espanto, y una arcada la hizo torcerse, más tuvo la suerte de no vomitar. Primrose comenzó a llorar al notar que habían comido los huevitos de la codorniz a la que estuvo ayudando durante semanas, a la que había alimentado y visto hacer su nido con tanto esmero, la que todos los días empollaba sus huevitos con cariño; deseó que fuera una mala broma.

—¡Prim! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó Locrian preocupado, fue hasta su lado y se agachó para intentar consolarla.

—Por supuesto que no está bien, tonto. Cocinaste los huevos del pájaro al que Primrose alimentaba —le dijo Elliot.

—¿Qué... qué pájaro? ¡Dios mío, Prim, lo siento demasiado! ¡Ay, no! —La abrazó, y le quitó el plato a Elliot—. ¡Pero Elliot, deja de comer!

—Pero si ya los mataste.

Primrose lloró todavía más. Inevitablemente, pensaba en aquella mamá codorniz regresando a su nidito, buscando a sus huevos que tanto cuidó. Locrian se mortificaba ante la culpa, de haberlo sabido, jamás lo hubiese hecho.

El gitano tomó el rostro húmedo de la rubia y le hizo verlo a los ojos.

—Prim, escucha... lo siento mucho, por favor perdóname. Te prometo que iremos al mercado y le compraremos una pequeña casita de madera a tu codorniz. Le pondré todos los días agua y semillas. ¡Hasta puedo buscar lombrices para dejarle! —le dijo él—. No llores. Mira, te prometo algo... De ahora en adelante, no volveré a comer nada que sea de origen animal. Nada de leche, carne, huevo, quesos, nada. Solo sangre humana y vegetales.

—No... no tienes que hacer eso... —lloró la joven.

—Pero lo haré si es importante para ti, Prim.

—P-pero te gusta...

—Sí, me gusta más verte feliz. Ya no llores, palomita, cuidaremos mucho a esa codorniz para que ponga más huevos. —La abrazó.

Elliot simplemente los observó. Su seriedad no se debía a considerar absurdo el llorar por unos huevos cocidos, sino más bien, le resultaba un tanto sorprendente que Locrian fuera capaz de renunciar a uno de sus más habituales placeres solo para hacer sentir bien a Primrose. Probablemente, ni él mismo sería capaz de dejar de alimentarse de comida de origen animal únicamente por un llanto.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora