XXXIV. Amor comprendido

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Entre los tres vagaba una reminiscencia extraña, una que traía recuerdos del día en el que se plantearon una pregunta, respectivamente, en sus prematuros intentos de convivir. Nuevamente parecían desconocidos.

Primrose había recogido su cabello en un improvisado peinado griego, se abrazaba a sí misma, y el manto de lana sobre sus hombros le brindaba un aspecto mucho mayor.

Locrian se encontraba cercano a la chimenea, en un banquillo que servía para supervisar que la madera se esté consumiendo perfectamente. En otra ocasión, el joven se hallaría jugueteando con las brasas, picándolas con un atizador, pero esta vez parecía simplemente haber elegido el punto más lejano a sus dos compañeros. Y Elliot se encontraba apoyado en uno de los ventanales, casi recargado en el borde de este. La mirada apuntaba hacia el horizonte nocturno, quizás hacia el patio lleno de luciérnagas que parecía tan igual a los cientos de días que vivió en aquellas tierras.

Pero ya nada era igual, todo había cambiado, pero él no sería quién comenzaría con la obvia tarea de hablar sobre lo que hicieron. ¿Qué opción tenían? ¿Seguir fingiendo que lo que ocurría entre esos muros era solo un tabú incómodo? ¿Fingir que aquello fue tan solo un jugueteo jovial? ¿Que fueron poseídos por demonios de la lujuria?

Fue ella la que habló, fue ella la que se atrevió a poner todo sobre la mesa.

—¿Y... y bien? —tartamudeó, en otra ocasión el gitano se hubiese reído por la tensa situación postrío—. ¿Qué... qué pasará ahora?

Elliot no tenía una respuesta, por más decidido que estuviera a dejar que Locrian y Primrose vivan sus vidas juntos, no podía abandonar la mansión o las vidas de los tres serían tomadas. El castaño, por su parte, tenía una mirada temerosa que paseaba con cierta vergüenza entre Primrose y el más alto, si Ballard lo estuviera mirando, seguramente compararía aquellos ojos perdidos con la inocencia del niño que una vez llegó a la hacienda e intentó robarle un sello de cobre.

Quizás pasaron minutos. El corazón de la vampira galopó hasta estallar en una nueva pregunta—¿No diréis nada? ¿Vamos a seguir fingiendo que nada de esto está pasando?

—Prim... —murmuró Locrian.

—No va a funcionar si no lo hablamos, ¿por qué no... no comenzamos diciendo lo que cada uno siente? —propuso ella.

Elliot apretó sus manos. No podía hacerlo, no podía ser la voz de la razón en temas amorosos, siempre arruinó todo.

Ella comenzó.

—Yo... yo... siempre he dicho que los amo a ambos. ¡Lo hago! No es ninguna confusión... amo a Elliot, amo a Locrian, es un amor del que no podría elegir jamás. No podría compararlos, son ambos tan distintos y únicos... y yo... —Bajó la vista, la atención de los vampiros se había centrado en ese pequeño quiebre trémulo—. Yo no sabía que ustedes dos se amaban así, pero cuando los vi juntos... ¡No tienen idea de lo feliz que me sentí por eso! Era como si siempre lo hubiese sabido... y cuando lo hacíamos, la manera en la que se acariciaban, se besaban... me hizo querer ser testigo de su amor para siempre.

Locrian sonrió por unos segundos, mordió una de sus uñas, quizás para acallar cualquier reacción ante sus dichos.

—Locrian... ¿Qué... qué sientes por nosotros? ¿Me amas, Locrian? —preguntó la joven.

Fue difícil decirlo frente a todos, pero lo hizo.

—Sí, te amo, Primrose.

—¿Y amas a Elliot?

—Lo amo desde hace años, lo amo antes de siquiera saber qué es el amor.

Ella volteó hacia Ballard.

Corazón Vampiro 🫀 | YA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora