XV. Pelea

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En la imponente sala de la mansión Jeon, la atmósfera estaba cargada de tensión y preocupación mientras Jungkook, Jimin y el señor Kim discutían los detalles del secuestro de Jin.

Jungkook escuchaba atentamente, su mandíbula tensa y sus puños apretados en un gesto de frustración contenida. –¿Cómo es posible que no sepamos quién está detrás de esto?–, preguntó, su voz resonando con un toque de ira reprimida.

Jimin, con expresión sombría, respondió–Parece que la mafia escocesa está involucrada, pero hay alguien más en las sombras, una mujer cuyo nombre aún no hemos descubierto. Al parecer sean esforzado por no revelar su identidad.

El señor Kim, con una mirada grave, se frotó la barbilla, perdido en sus pensamientos. –Debemos actuar con prudencia y precisión–, dijo con solemnidad. –Necesitamos saber exactamente dónde tienen a Jin antes de tomar cualquier medida.

Jungkook asintió, su expresión endurecida por la determinación. ·¿Hay alguna pista sobre la ubicación?–, preguntó, su voz firme y decidida.

Jimin asintió lentamente. –Sí, pude rastrear la ubicación hasta cierto punto. Parece que están en un lugar remoto, pero tengo algunos contactos que podrían ayudarnos a encontrar la dirección exacta.

La tensión en la habitación era palpable mientras discutían estrategias y planes de acción. Sabían que el tiempo era esencial y que cada segundo que pasaba ponía en mayor peligro la vida de Jin. Con determinación en sus corazones, estaban decididos a hacer todo lo posible para traer de vuelta a su ser querido sano y salvo.

Después de que el señor Kim dejara el despacho, Jimin y Jungkook se encontraron a solas. A pesar de no verse con frecuencia, su amistad era sólida como una roca. Eran pocos los líderes que se hacían amigos, pero ellos eran la excepción.

Jimin miró a Jungkook con seriedad, sus ojos revelando una mezcla de preocupación y determinación.

–Has estado muy empeñado en encontrar a SeokJin, –dijo Jimin sentándose frente a Jungkook quien revisaba unos documentos.

–Es mi esposo después de todo.

–Jungkook, ¿te has encariñado con Jin?, interrogó, su tono grave y directo.

El azabache asintió, su expresión seria mientras escuchaba atentamente las palabras de su hermano. –Sí, he llegado a apreciarlo–, admitió con sinceridad. –Aunque no puedo decir que sea amor, no puedo permitirme perderlo tampoco.

Jimin frunció el ceño, su semblante endureciéndose. –Debes olvidar esos sentimientos, Jungkook–, advirtió con firmeza. –No es bueno enamorarse, y mucho menos atarse de nuevo a otra persona. Ya cometiste ese error una vez con Jisoo, no cometas el mismo error otra vez.

–Lo sé,– Jungkook aparto los papeles–Esto no estaba en mis planes,–dijo con su normal tono neutral sin darle la importancia necesaria.

–Cuando murió Jisoo, estuviste semanas enteras aquí, te apartaste de todo. No dejes que vuelva a pasar.

–Es mi vida Jimin, si yo me enamoró de Seokjin es mi problema,– el pelirrojo rodó los ojos

–Enamorarse es una perdida de tiempo.

–¿Es por eso que no te quieres casar con Taehyung? – arremetió en su contra

–Si, es por eso que nunca me casaré con él ni con nadie– prendió un cigarro

–Apaga eso o vete de mi oficina sabes las reglas– Jimin expulsó el humo en forma de reto

–Aprecio tu intento de cambiar el tema a toda costa, pero tú y yo lo sabemos,– inhaló una vez más – Te estás enamorando del chico,– Jimin exhaló el humo mientras soltaba una carcajada–  ¿O me equivoco?– tras dar una calada más de su cigarro se salió del despacho aún riéndose de su amigo

Jungkook mantuvo su compostura, su mirada fija en Jimin mientras absorbía sus palabras. Aunque su expresión era impasible, en su interior, un choque de emociones bullían como un volcán en erupción. Sabía que Jimin tenía razón en cierto sentido, pero la idea de perder a Jin era insoportable para él. Sin embargo, en ese momento, optó por guardar silencio y reflexionar sobre las palabras de su hermano, consciente de la importancia de mantenerse fuerte y centrado en la situación actual.

[...]

En la penumbra de una habitación sombría, con luces parpadeantes que apenas iluminaban el espacio, Jin se encontraba en medio de un escenario que parecía sacado de una pesadilla. A su alrededor, las paredes estaban cubiertas de grafitis desgastados y el aire estaba cargado de tensión y humedad. El sonido de las apuestas y las voces animadas llenaba el lugar, creando un ambiente opresivo que pesaba sobre él como una losa.

En el centro de la habitación, un improvisado ring de boxeo había sido montado, rodeado por una multitud de personas sombrías que observaban con avidez cada movimiento de los combatientes. Jin se encontraba frente a un hombre desconocido, cuyo rostro estaba ensombrecido por la penumbra, pero cuyos ojos brillaban con una ferocidad intimidante.

Sin saber cómo había llegado allí, Jin se preparó para la pelea, su cuerpo tenso y listo para el combate. Cada músculo estaba en alerta máxima, cada sentido agudizado por la adrenalina que bombeaba por sus venas. A medida que la campana sonaba, el mundo pareció reducirse a él y a su oponente, cada uno determinado a salir victorioso.

Los golpes llovían sobre él, pero Jin respondía con igual ferocidad, moviéndose con agilidad y precisión en el pequeño espacio del ring. Cada impacto resonaba en su cuerpo, cada esfuerzo era una prueba de su resistencia y determinación. A pesar del cansancio que comenzaba a pesar sobre él, Jin se negaba a rendirse, alimentado por una mezcla de desesperación y determinación.

El tiempo parecía detenerse mientras los dos hombres se enfrentaban en un duelo de fuerza y habilidad. Los espectadores rugían con entusiasmo, cada uno apostando por su favorito mientras el combate llegaba a su clímax. Para Jin, todo se reducía a este momento, esta lucha por sobrevivir.

A medida que la pelea continuaba, Jin se encontraba cada vez más arrastrado hacia la vorágine de la violencia y el caos que lo rodeaba. A pesar de todo, una chispa de esperanza brillaba en su interior, una determinación feroz de resistir contra las adversidades y encontrar una salida de este infierno.

Con cada movimiento, Jin luchaba con una determinación feroz, pero su mente seguía buscando desesperadamente una salida. Mientras esquivaba los golpes de su oponente y respondía con ataques precisos, sus ojos barrían el lugar en busca de cualquier signo de escapatoria.

Sin embargo, la habitación estaba diseñada para ser una prisión, sin ventanas ni puertas que ofrecieran una ruta de escape. Las paredes sólidas parecían cerrarse a su alrededor, atrapándolo en un laberinto sin salida. La única apertura era el agujero en el techo que era lo que permitía la vista para los de estaban en el segundo piso. Los cuales estaban vigilados por una horda de guardias armados que lo observaban desde las gradas.

Jin sabía que intentar subir por ese camino sería un suicidio seguro. Los guardias estaban alerta y listos para actuar en caso de cualquier intento de fuga. Entonces, se centró en la única opción que le quedaba: ganar la pelea.

Con una concentración renovada, Jin desviaba cada golpe con gracia y precisión, moviéndose con una agilidad asombrosa que dejaba atónitos a sus espectadores. Cada movimiento era calculado, cada golpe asestado con una fuerza controlada y letal.

Sus músculos se tensaban con cada embestida, su mente en un estado de flujo puro mientras anticipaba y respondía a los movimientos de su oponente. Cada acción era un paso hacia la victoria, un paso más cerca de la libertad que tanto ansiaba.

Finalmente, con un último esfuerzo, Jin derrotó a su oponente con un golpe certero que lo dejó tendido en el suelo, derrotado y rendido. La multitud rugió con aplausos y vítores, pero para Jin, la victoria era solo el primer paso en su camino hacia la libertad. Aunque aún estaba atrapado en ese infierno, sabía que no se rendiría hasta encontrar una manera de escapar.

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