Uno

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Viernes. Por fin viernes. El día que todos esperaban desde el lunes. El fin de la rutina y el principio de algo. Algo desconocido, incierto, que podía acabar siendo tanto bueno como malo. Pero eso es precisamente lo emocionante del fin de semana, que nunca sabes qué pasará.

Después de la última tanda de exámenes, los alumnos del IES Cervantes se merecían un descanso. Estaban a tan solo tres meses de Selectividad y esa mezcla de nervios, miedo y agobio iba cobrando fuerza. Sin embargo, ese día solo querían poner el contador a cero y respirar, aunque no precisamente aire puro, sino el humo de algún cigarrillo. El viernes era día de botellón. El resto del finde cada uno iba a su rollo, pero el viernes nadie faltaba. Era como un ritual. Ale creyó que esa noche se merecían algo más que vodka barato. Era la ocasión perfecta para sacar el whisky que le había regalado Verónica por ganarle en una apuesta. Esa botella valía más que todo lo que llevaban sus amigos, incluso más que el doble. Era lo propio viniendo de una chica rica que va a colegios privados y que, en ese mismo momento, estaría entrando en una zona vip con su nombre. Sin embargo, Verónica no era en absoluto como esos pijos que se creen los reyes del mundo. Ale la conoció en un concierto de Leiva en La Riviera, bailando entre la gente como si sus pies tuvieran electricidad, cantando como si fuera ella quien sostenía el micro. Esa chica llevaba ropa de Armani y olía a Dior, pero Ale supo desde el primer momento que nada de su mundo encajaba con ella. De lo contrario, no estaría sola en ese antro intentando escapar.

Todos en la plaza sabían que no tenían permitido beber ahí, se estaban jugando una multa, pero esa pizca de riesgo y de saltarse las normas hacía que supiera aún mejor. Era noche de excesos y de no pensar en las consecuencias. Ya procuraban mantener la compostura el resto de la semana. Al llegar el viernes, era el momento de dejar la conciencia atrás. Ale se abrió paso entre la gente para reunirse con sus amigos. Como de costumbre, seguida de miradas y cuchicheos. Lorena y Jorge fueron a dar una vuelta y se quedó sola con Laura. Entonces, Sergio pasó por delante de sus narices con una rubia que había conocido hace unas horas y se fueron juntos para su coche. Ale observó la tristeza en el rostro de Laura, la cual disimuló rápidamente.

—¿Qué tal otro cubata? Me apetece uno bien cargado... —dijo cogiendo dos vasos con rabia.

—Yo los prepararé —se ofreció Ale—. Esta noche traigo exactamente lo que nos merecemos... —Le mostró entonces la exclusiva botella de whisky y, entre risas, entrechocaron sus vasos color rosa con un brindis digno de la realeza.

—Necesitaba esto... —confesó. Ale sabía por qué lo decía y se atrevió a sacar el tema.

—Me he dado cuenta de cómo te afecta ver a Sergio. ¿Él y tú seguís teniendo algo...? —Al instante, se dio cuenta de que tal vez no había sido la mejor forma de plantearlo.

—En realidad, supongo que nunca hemos tenido nada... solo han sido unos polvos. El sexo no significa nada, o al menos para Sergio... —contestó cabizbaja.

—¿Y para ti? ¿Qué significa?

—Que he sido tan estúpida como para enamorarme de él...

—Ahora entiendo tu reacción al verlo con esa tía...

—No sabes lo imbécil que me siento por haber pensado que podía llegar a sentir algo por mí... —dijo enfadada consigo misma.

—Llámame loca, pero yo sí creo que siente algo. De lo contrario, ¿por qué se molestaría en presumir de sus conquistas delante de ti? Es evidente que quiere ponerte celosa...

—Eso no tiene sentido. Así solo conseguiría alejarme de él.

—Puede... Pero supongo que es más fácil que confesarte sus sentimientos. No todo el mundo tiene el valor para eso...

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora