Catorce

1 0 0
                                    

En el último torneo, Toni no consiguió ganar ni un solo combate contra Camden, alias el Gato. Este era demasiado bueno al volante. Sin embargo, su orgullo herido lo había llevado a un exhaustivo entrenamiento gracias al cual este año pensaba alcanzar la victoria. Ambos conductores estaban en sus puestos. En breve sonaría la bocina de salida. Esta carrera requería de toda la concentración de Toni, pero, unos segundos antes de que los coches partieran a toda velocidad, estaba pensando en Verónica y en cómo se habían complicado las cosas esa misma mañana. Procuró mantener sus pensamientos a raya y centrarse en su objetivo: derrotar a Camden de una vez por todas. Con todo lo que había entrenado, no debía suponerle ninguna dificultad. No obstante, tras recorrer los primeros metros, Toni notó que no estaba en su mejor momento. La preocupación y el nerviosismo provocados por lo que ocurrió en el hotel le estaban pasando factura. Por el contrario, Camden parecía estar mejor que nunca. El Gato ganó la carrera, por poco, pero ganó. Toni no podía creer que hubiera vuelto a pasar. Estaba inmóvil dentro del coche cuando Camden dio unos golpecitos en el cristal.

—Había oído rumores de que habías mejorado bastante, pero veo que sigues siendo el mismo de siempre... Si no quieres seguir humillándote, te aconsejo que salgas del torneo... —dijo burlándose y se marchó. Toni le dio al volante un golpe de rabia.

—¡Toni! ¿Qué te ha pasado, tío? Estabas preparado, joder. ¡Con todo lo que hemos entrenado y le has dejado ganar! —exclamó Nico enfadado.

—¡Has cometido errores totalmente estúpidos! ¡¿Qué pasa contigo?! —añadió Chino.

—¡Dejadle! —ordenó Oliver—. ¡Vosotros también tenéis malas carreras, no hace falta que sigáis restregándoselo! —Ambos asintieron y los dejaron solos.

—Siento haber perdido, Oliver... Sé que me habéis ayudado mucho para que pudiera vencerlo y no he sido capaz... Te prometo que la próxima vez no os decepcionaré —dijo apretando los puños de pura impotencia.

—No es normal en ti estar tan desconcentrado. ¿Qué pasa, Toni?

—No dejo de pensar en lo que sucedió en el hotel. Estoy preocupado por Verónica... —confesó.

—Toni, hemos tenido mucha suerte de que su padre no llamara a la Policía... A mí también me da rabia que nos acusaran de ladrones. Te juro que quería partirle la cara a ese tipo, pero tenemos que estar agradecidos de que la cosa no haya ido a más... Además, apenas conoces a esa chica, ¿por qué te importa tanto?

—Porque me he enamorado de ella...

—¡¿Qué?! —Oliver no daba crédito a lo que oía.

—Sabía que ibas a reaccionar así... Cómo no, tenía que parecerte mal... —dijo decepcionado.

—No es eso, Toni, es que no quiero que sufras. La idea de que haya algo entre vosotros es muy descabellada. Pertenecéis a dos mundos totalmente distintos y ni hablar de cómo son sus padres...

—Lo sé, pero yo no soy tan perfecto como tú, Oliver. No puedo hacer siempre lo que está bien, incluso por encima de mis sentimientos. Puede que amar a Verónica me vaya a complicar la vida, pero me da igual. La quiero, no me importa lo difícil que sea... —dijo con un nudo en la garganta y se marchó, sin darle oportunidad a Oliver de decir nada más.

Tenía muy claro que no iba a rendirse con Verónica. Era la chica más increíble que había conocido y valía la pena luchar por ella. Esperaría a que se pusiera en contacto con él y, si eso no pasaba, haría todo lo necesario para encontrarla.

—Llegó la hora, Ale. Hoy comienza nuestra verdadera lucha ¿Estás lista? —le preguntó Lu mirándola fijamente.

Ale estaba parada frente al coche con el que pelearía en su primer combate. A su espalda, un ejército de pañuelos rojos se preparaba para acompañarla en la salida. Sentía cómo su cuerpo vibraba por la emoción y cómo su ritmo cardíaco aumentaba por el miedo. No obstante, este no le afectaba. Había aprendido que los valientes no eran aquellos que no sentían miedo, sino los que no dejaban que el miedo los paralizara. Entre sus dedos, sujetaba un colgante de cuero negro con un aro circular en tono rojizo. Tras contemplarlo unos segundos, se lo ató al cuello. Era el colgante de su padre, el que había llevado durante muchos años y, tras su muerte, Ale conservó. Como Ángel le dijo una vez, no era un collar cualquiera. Fue un regalo de una mujer a la que salvó la vida arriesgando la suya en un incendio. Un sacrificio así había convertido aquel sencillo colgante en un emblema de la auténtica valentía. Para Ale, representaba todos los valores que hacían de su padre un hombre extraordinario. Hasta ahora, no se creía merecedora de llevarlo. Durante muchos años pensó que estaba llena de oscuridad y envenenaba aquello que tocaba; pero, esa noche, tenía la oportunidad de abrir el camino del bien, un camino que guiara a las mujeres de La Fábrica hacia la igualdad y la liberación, y al mismo tiempo, la llevara a ella misma muy lejos de su oscuridad.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora