Veintisiete

1 0 0
                                    

Ale conducía un coche probablemente robado siguiendo una ruta ya programada en el GPS. No sabía adónde se dirigía ni quiénes la esperarían allí. Para completar su misión, debía dejar el coche en el lugar fijado sin contactar con nadie. De lo contrario, más le valía rezar por su vida. Llegó pronto a su destino. Se encontró en un descampado totalmente desierto en el que no funcionaban las luces de las farolas. «No tengas miedo. Haces esto por la banda» se dijo. Dorian había diseñado un plan maestro que había tenido años para perfeccionar. Por cada movimiento del Sur, él ya tendría un contraataque. A menos que descubrieran algún punto débil, Ale y los demás no tendrían ninguna opción. Esta se bajó del coche para inspeccionar el lugar. A unos metros de ella, divisó una gran estructura eléctrica que parecía ser un transformador. Un sudor frío recorrió su cuerpo. Ese transformador no estaba ahí por casualidad. Como loca, empezó a registrar el coche y, debajo de los asientos, encontró varias bombas caseras a control remoto. Ale no había recorrido tanta distancia desde La Fábrica. Ese transformador debía de ser el suministro eléctrico del barrio y Dorian quería hacerlo volar. Tenía que advertir a los demás inmediatamente. Cogió su móvil y marcó el número de Lu.

—¡Ale, te he llamado mil veces! ¡¿Dónde estás?! ¡Miriam es una de ellos! ¡Ha envenenado a Oliver! ¡Tienes que venir aquí enseguida! ¡Estás en peligro! —Ale colgó el teléfono. Una figura gris se estaba acercando a ella. Pese a la máscara que cubría su rostro, sabía exactamente quién era.

—De todas las personas que traicionarían al Sur, jamás pensé que fueras una de ellas. Axel estará revolviéndose en su tumba...

Aquella figura se quitó la máscara descubriendo el rostro de Miriam.

—¿Cómo has podido unirte a los asesinos de Axel? —dijo Ale con el más profundo desprecio.

—El señor de Tésur no mató a Axel. Más bien, él quiere acabar con lo que provocó su muerte —contestó.

—Es demasiado triste ver cómo te ha lavado el cerebro...

—Te equivocas. Gracias a él lo veo todo con claridad. Ya te lo dije una vez. La eterna lucha entre Norte y Sur es la verdadera causa de tanto dolor y muerte. Primero Axel y, después, Oliver creyeron que las apuestas serían la solución, pero la única solución es que ambos barrios sean uno solo. —Ale quedó horrorizada al oír esas palabras.

—¿Eso es lo que pretende Dorian, unir los dos barrios? ¡Nunca lo conseguirá! ¡El Sur jamás se unirá al núcleo de droga y violencia que es el Norte!

—El señor de Tésur nunca pretendió hacerlo por las buenas... Si piensas que tenéis elección, estás muy equivocada. El Sur caerá y su legítimo rey ocupará el trono que le pertenece.

A Ale se le heló la sangre. Tésur era una maléfica unión de los dos barrios, un imperio que Dorian pensaba tomar como suyo para extender su red de droga, locura y manipulación. Esto ya no era un mero conflicto entre bandas, ya no afectaba solo al Sur y a sus componentes, esto afectaba a todo el barrio. Las familias que Axel intentó proteger creando las apuestas estaban siendo amenazadas. Los padres, madres, abuelos, niños... Estos no volverían a vivir en paz si Dorian conseguía imponerse sobre ellos. Ahora, más que nunca, Ale debía detenerlo a toda costa.

—Ese al que llamas rey tomará el Sur por encima de mi cadáver —dijo proyectando el tigre que llevaba dentro.

—Pues será por encima de tu cadáver... —contestó Miriam.

En ese momento, de la oscuridad comenzaron a aparecer más y más enmascarados. Estos se lanzaron sobre Ale volviéndolo todo negro.

La oscuridad se disipó cuando la sacaron del maletero del coche y la llevaron ante el señor de Tésur. Se encontraba en un lugar amplio con las paredes de hormigón y las ventanas tapiadas. No se veía ni se oía nada de fuera. Ale podía pedir auxilio a gritos, pero nadie vendría a rescatarla. Los guardianes estaban por todas partes envueltos en las sombras. Esta quería pensar que seguía inconsciente y que nada de eso era real. Sin embargo, notó que tenía algo en la mano y supo que no se trataba de una pesadilla. Era la misma carta que encontró en la copa que le sirvió Dorian, «la reina».

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora