Estaba amaneciendo. Tras una eterna noche, la oscuridad se estaba disipando y, en breve, los primeros rayos de sol entrarían por las ventanas del Refugio venciendo todas las sombras. Ale había pasado toda la noche entre aquellos muros turnándose con los demás para hacer guardia. Después del último ataque que habían sufrido, no tenían ninguna duda de que esos miserables enmascarados, fueran quienes fueran, regresarían. Habían dejado de creer que el llamado «rey de Tésur» fuera solo un producto de la imaginación desbordada de Eric. Ese rey existía de verdad. Era alguien frío y calculador que tenía a todo un ejército de marionetas dispuesto a acatar todas sus órdenes, como si fuera un Dios. El deseo de Ale de encontrarlo a toda costa se había convertido en obsesión. Se pasaba el día buscando exhaustivamente cualquier indicio que la llevara hasta él. Habían sido muchos sus intentos de sacarle información a Eric. Sin embargo, en el último de ellos, aprovechando que todos los demás estaban entrenando, le hizo entender que su paciencia había llegado a su fin.
Abrió la puerta de un portazo. Para su sorpresa, Eric no estaba atado en la silla. Este había conseguido liberarse y la esperaba pegado a la pared para darle un buen golpe. Ale lo esquivó. Acto seguido, le propinó un buen puñetazo en el estómago y empujó su cabeza contra la pared haciendo que se tambaleara, cosa que aprovechó para tumbarlo definitivamente en el suelo y atarlo de pies y manos.
—No te servirá de nada golpearme —dijo encogiéndose por el dolor—. Así me mates, no pienso faltar a mi juramento con el rey. Él me recompensará por mi sacrificio y vosotros seréis castigados. —Ale lo miró fijamente a los ojos y, con una crueldad que nunca ante había mostrado, dijo:
—Yo no voy a golpearte, voy a hacerte algo mucho peor. Primero me aseguraré de que no te llegue ni una pizca de comida, luego te ataré al techo por las manos y, finalmente, te quitaré el agua, el último sustento de la vida. Ahora veremos qué vale más: tu lealtad al señor de Tésur o tu propia vida.
Tras decir esas palabras, fue directa hacia la puerta, pero la voz de Eric la hizo pararse en seco.
—Aún crees que puedes detenerlo, pero no es así. Lo que está por pasar es mucho más grande de lo que te imaginas. El cambio ya se ha iniciado y un nuevo futuro aguarda a los dos reinos enemigos. Todos acabarán sometiéndose ante el señor de Tésur y, quienes no lo hagan, sufrirán las consecuencias.
Ale se volvió hacia él y lo agarró del cuello.
—El Sur no se someterá ante nadie. Encontraremos a tu rey y lo expulsaremos para siempre de su trono. Él y sus marionetas desearán no haber nacido —dijo con auténtica furia en la mirada.
Cerró finalmente la puerta, dejando a Eric atado en el suelo sin agua y sin comida. Pensaba cumplir todas sus amenazas con tal de hacerlo hablar. Las personas que amaba estaban en peligro y haría lo que fuera necesario para protegerlas.
Estrella recibió a Ale con tanta amabilidad como siempre. Según le explicó, Lucrecia decía sentirse mucho mejor, incluso quería ir esa misma mañana a entrenar; pero ella no se lo permitió.
—El doctor dijo que reposara algunos días. Aún es pronto para que regrese y, para ser sincera, preferiría que no lo hiciera... —Ale percibió el miedo de su voz. Estrella temía por sus hijos más que nunca. Ese sentimiento la acompañaba de día y de noche, lo que se apreciaba en las ojeras de sus ojos. Ale no supo qué decir para tranquilizarla. Entonces, se oyó una voz desde la habitación cercana al baño.
—Es mi madre. Tengo que darle sus medicinas, ¿me disculpas un momento?
—Por supuesto —contestó.
—Lucrecia está en su habitación. Se alegrará de verte —dijo esforzándose por sonreír.
Antes de ir con Lu, Ale se fijó por casualidad en el ordenador de Estrella. Había dejado una pestaña abierta. «No puede ser» pensó. Estrella estaba buscando viviendas en otra parte de la ciudad, lo que significaba que quería marcharse del barrio. Entendía que estuviera asustada, pero, para Oliver y Lu, el barrio era todo su mundo. Jamás estarían dispuestos a dejar a la banda y mucho menos ahora con todo lo que estaba sucediendo. Ale empezó a temer que Estrella no fuera la única madre que estaba pensando en sacar a sus hijos de allí, aunque tuvieran que buscar el dinero de donde fuera. Esos miserables enmascarados y su maléfico rey habían conseguido sembrar el pánico en el Sur y eso los hacía aún más vulnerables. No era el momento de dejarse dominar por el miedo. Si querían enfrentar esta amenaza, tenían que mostrar fortaleza. Ale necesitaba hablar con Lu de los planes de su madre, pero, cuando entró en su habitación, no había rastro de ella. La ventana estaba abierta de par en par. Su mente se abrió a una teoría, pero esta era demasiado descabellada. «No creo que esté tan loca como para bajar desde un tercer piso» se dijo. Salió corriendo sin siquiera despedirse. Tenía que encontrar a Lu antes de que cometiera alguna locura.
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Ale Abely: novela juvenil
Teen Fiction¿Hasta dónde serías capaz de llegar por las personas que amas? A Ale Abely es una joven de dieciocho años adicta a la adrenalina y a las emociones fuertes. Su niñez quedó marcada por la muerte de su padre en extrañas condiciones, suceso que lo cambi...