Veintidós

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Llegó el último jueves del mes, una fecha reservada por Carmen y Ale para hacer algo alucinante las dos juntas. Independientemente de la rutina, el trabajo y los problemas del día a día, el último jueves de cada mes era una invitación para dar a un mes corriente y aburrido un final apoteósico. Siempre quedaban en casa de Carmen días antes para planear una escapada llena de todas esas cosas que les encantaba hacer y por falta de tiempo nunca hacían. Sin embargo, en esa ocasión, Ale no recibió un mensaje de Carmen diciéndole que la esperaba en su casa, ni tampoco Carmen recibió una llamada de Ale llena de ilusión porque había llegado el día. Ese último jueves, Carmen estaba en un pub del centro con Cristian y sus amigos. Después de lo que ocurrió en su fiesta de cumpleaños, empezaron a salir juntos y, de repente, todo cambió para ella. Empezó a conocer a muchísima gente y cada día le llegaba una invitación nueva para salir. Se pasaba las tardes en casa de Cristian estudiando para Selectividad y, entre tanto, la cama siempre estaba desbaratada. Le gustaba llevar únicamente sus camisetas anchas y que Cristian metiera la mano por su entrepierna mientras trataba de estudiar a Isabel II. Los días que había pasado con él habían sido increíbles. Se sentía dentro de una espiral de ilusión e intensidad. Sin embargo, echaba de menos a Ale.

Tras acabar la última ronda, Carmen y Cristian se despidieron de los demás.

—¡¿Por qué no os venís con nosotros a la discoteca?! —les propusieron—. ¡Tenemos reservado! ¡Venga! ¡La noche promete!

—No podemos, Carmen tiene un asunto importante mañana temprano —contestó Cristian.

Por su tono de voz, Carmen se dio cuenta de que, en realidad, quería ir.

—¿Por qué no vas tú con ellos? Ya nos veremos mañana —dijo con una sonrisa.

—¿De verdad? ¿No te importa? Quedamos en que te quedarías a dormir en mi casa...

—Claro que no. Ya me quedaré en otro momento —contestó.

Cristian le dio un tierno beso y todos juntos la acompañaron al metro.

—Te quiero —le dijo antes de soltarle la mano.

—Yo también —contestó y se metió en el vagón.

Al sacar su móvil del bolso, vio que tenía una llamada perdida de Rosa, la madre de Ale. «Qué extraño» pensó. Rosa no solía llamarla. Marcó su número y esperó impaciente a que contestara.

—Hola, Rosa. ¿Qué tal? Te llamo para saber si querías algo...

—Carmen, perdona que te moleste. Solo te llamaba para saber si Ale se quedará en tu casa a dormir porque no me coge el teléfono. Acabo de llegar del trabajo y me he encontrado una nota diciendo que iba a pasar el día contigo...

Esta no sabía qué contestar. Aquello la pilló totalmente por sorpresa.

—Sí, va a pasar aquí la noche... Me ha pedido que te diga que se le ha acabado la batería del móvil —dijo intentando contener su nerviosismo.

—De acuerdo, gracias. ¡Pasadlo bien! —se despidió.

Carmen soltó todo el aire. Se sentía fatal por mentirle a Rosa. ¿Dónde rayos estaba Ale? Había mentido a su madre descaradamente. La pregunta era: ¿por qué? ¿En qué andaba metida? Carmen se acordó entonces de aquellas semanas tras la pelea con su antiguo grupo en las que Ale estuvo completamente desaparecida. No respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. Ahora que lo pensaba, no sabía nada de sus nuevos amigos. Se sintió mal por ello. Había estado tan concentrada en sus problemas que no había prestado atención a ese detalle. No obstante, era raro que Ale no le hubiera mencionado nada al respecto. Era como si intentara ocultarle algo. Su móvil estaba apagado. No tenía forma de localizarla. Esa noche apenas durmió. Estaba demasiado preocupada por ella. Su amiga era muy propensa a meterse en líos. Se prometió a sí misma que llegaría hasta el fondo del asunto. Pese a lo que había ocurrido entre ellas, quería a Ale con todo su corazón y no dudaría en intervenir si corría peligro.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora