Ocho

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La música estaba al máximo, pero los golpes de Ale sonaban aún más fuerte. Hacía tiempo que no estaba tan concentrada y aprovechó para descargar toda su energía en ese saco: puñetazos, patadas, saltos con comba, abdominales... El deporte era su válvula de escape. Visualizaba en el saco todo aquello que le dolía y golpeaba con máxima potencia. Habían pasado dos semanas desde que ingresó en el Sur. Sus miembros la habían acogido de la mejor manera, se sentía totalmente parte de ellos, sin embargo, algo en su interior le decía que no estaba siendo del todo fiel a sí misma. Desde la primera vez que asistió a las apuestas, La Fábrica la atrapó. No tenía suficiente con formar parte de ese mundo, quería participar. Estaba harta de ver cómo los imbéciles del Norte trataban a las mujeres, como si fueran un premio tras una victoria o un accesorio que posar sobre sus rodillas para reflejar su masculinidad. Sabía que las chicas tenían vetada la participación en las apuestas, pero esa estúpida norma debía cambiar. Las mujeres de La Fábrica tenían que conseguir que las trataran como a un igual, y participar en esos combates era el primer paso para conseguirlo. De repente, alguien se le abalanzó por la espalda y la tiró al suelo.

—¡Naga, yo también me alegro de verte, amiga! —La perra de Lu movía alegremente la cola mientras dejaba que la acariciara. Jagger también acudió a su encuentro.

—¡Vaya! Nadie diría que hace solo unas semanas Jagger te perseguía por el edificio... —bromeó Lu—. Te lo has ganado, como a todos... —se insinuó. Ale le dedicó una sonrisita.

—¿Dónde hay unos guantes? Me gustaría que me enseñaras algunos movimientos... —dijo Esther para su sorpresa. En menos de un minuto, tenía los guantes puestos y estaba lista para comenzar.

—Lo primero que debes aprender es que la fuerza no es lo más importante en una pelea. Controlando otros aspectos como la distancia tienes muchas posibilidades de ganar. —Le indicó que se colocara frente a ella, a la distancia de su brazo estirado—. Nunca debes dejar que tu oponente entre en tu zona. Desde esta posición, puedes manipular su guardia y romper su defensa para atacar. La técnica es lo más importante, no lo olvides.

—Vaya, sí que sabes de esto, chica Abely. Eres una caja de sorpresas... —dijo Nico impresionado.

—Es cierto, una caja de sorpresas y cada cual mejor —añadió Oliver sonriendo.

Entonces, Idara penetró en la habitación. Había cogido unos guantes y fulminaba a Ale con la mirada.

—¿Por qué no pruebas con algo mejor que un saco? —la retó. Todos se quedaron expectantes.

—Creo que voy a pasar... —dijo esforzándose por ser prudente.

—¿Tienes miedo? No puede ser. La misma chica que se atrevió a retar a César ha resultado ser una cobarde... —soltó.

—Muy bien, si quieres pelea, la tendrás... —Ale había procurado evitar problemas con Idara, pero desde que entró en la banda no había parado de intentar dejarla mal con los demás. Si tenía que luchar contra ella para acabar con esto, lo haría.

Se colocaron en posición. Idara lanzó unos primeros golpes, pero Ale los esquivó fácilmente y le lanzó uno suave que la cabreó muchísimo. Para esta, Ale no era más que una intrusa. No merecía estar en el Sur ni que los demás la elogiaran. Venciéndola, les demostraría a todos que no era tan buena como parecía. Se lanzó hacia Ale con toda su furia. Sin embargo, cuando alguien está tan enfadado es más fácil que dé un paso en falso. Ale hizo que perdiera el equilibrio y la tiró al suelo.

—Déjame que te ayude. —Le tendió la mano, pero Idara la rechazó.

—Idara, espera, ¿adónde vas? —dijo Nico preocupado. Esta tiró los guantes al suelo y salió del desguace.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora