Diez

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Nacho llevaba días esperando con ansias este momento; pero ahora que la persona misteriosa con la que había estado hablando las últimas semanas estaba justo en el asiento de al lado, lo invadía un profundo nerviosismo. Esta se percató de ello y metió su mano por debajo de su pantalón.

—Hagamos que desaparezcan esos nervios —dijo con una sonrisa maliciosa y se agachó hasta su miembro.

A Nacho lo tomó totalmente por sorpresa. En cuanto sus labios hicieron contacto con su pene, soltó un pequeño gemido y se agarró al asiento. La forma que tenía de aplicar distintos movimientos, presión, velocidad... A Nacho nunca se lo habían hecho así. Encorvaba la espalda de forma casi involuntaria y no paraba de gemir. La persona misteriosa le ordenó quitarse la camiseta y aprovechó para besar su pecho, morder su cuello y pellizcar sus pezones mientras seguía estimulando su pene con ambas manos.

—Esto es solo el principio de todo lo que me gustaría hacerte —le dijo al oído y volvió a bajar.

Verla así, agachada ante él y lamiendo cada parte de su miembro era un auténtico espectáculo visual. Nacho empezó a sentir un hormigueo recorriendo sus manos. Estaba a punto de llegar al clímax. Quiso retrasar ese momento, pero la persona misteriosa se lo impidió.

—No te muevas —le ordenó—. Estás completamente a mi merced.

Entonces, extendió su brazo hasta la guantera del coche y, de espaldas a Nacho, introdujo algo en su boca.

—¿Qué es eso? —dijo este con una mezcla de miedo y nerviosismo.

—Ahora verás —contestó.

La calidez de su boca quedó inmediatamente sustituida por un frescor intenso. Esta mezcla de sensaciones hizo que le agarrara el pelo y empujara su cabeza suavemente y luego más brusco hasta llegar al orgasmo.

—Ha sido... —La persona misteriosa lo besó antes de que pudiera terminar la frase.

—Lo sé —dijo y se fundieron en aquel beso.

Al cabo de un rato, seguían metidos en el coche con los asientos tumbados y un tema de Drake sonando en la radio a pesar de que esa noche era el inicio del torneo y las bandas tenían que estar al completo en sus posiciones. La persona misteriosa abrió una ventana para dejar salir el humo, aunque eso no impedía que en el interior reinara un pesado olor a marihuana.

—¿Quieres? —le ofreció a Nacho. Este quería coger el porro y que se pasaran el humo hasta ponerse cieguísimos y terminar follando en los asientos de atrás, pero las drogas estaban prohibidas para él.

—No puedo... —contestó.

—¿Las reglas de tu banda no te permiten dar ni una calada? —dijo colocándole el porro justo delante de los labios. Nacho no pudo evitarlo. Inhaló esa sustancia anestésica y expulsó el humo dentro del coche, envolviéndolo todo.

—¿Quieres saber una cosa? —dijo subiéndose encima de sus piernas y acariciando todo su cuerpo—. No me importan las reglas en este momento. Podemos hacer cualquier cosa. —Metió las manos por debajo de su pantalón y comenzó a masajear su miembro—. Hace tiempo que no siento algo así por alguien. Me gustas demasiado, Óscar... —dijo mirándolo fijamente. Estaba empezando a sentir algo muy fuerte por él. Dentro de ese coche, envueltos en una nube de humo, no existía nada más que ellos dos y eran libres para dar rienda suelta a sus deseos. Se pasaron al asiento de atrás y entrechocaron sus cuerpos como si del último polvo de sus vidas se tratase.

Un sonido metálico. Decenas de barras de metal chocando unas contra otras. Era «la llamada». Las bandas al completo. Los participantes con sus mejores coches. Rugidos de motor. Deseos de venganza. Cuentas pendientes. Un premio que iba sumando cifras por día. Gloria para el ganador, y un trono que nadie podría arrebatarle. Llegó la noche que todos estaban esperando. Hoy comenzaba el torneo.

Ale Abely: novela juvenilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora